Ha pasado más tiempo del deseado para retomar "la Trilogía del detective innombrado" de Eduardo Mendoza, ese escritor que, en cierto modo, me ha quitado el sueño durante esta parte del curso, pero de una forma más que agradable, esa trilogía de novela policíaca que inicié con «El misterio de la cripta embrujada» y que continúa "librificada" en este libro, «El laberinto de las aceitunas», que, desde aquí, me comprometo a traer más pronto que tarde.
No sé qué me pasa con las trilogías, aunque esta ya ha trascendido la trilogía para convertirse en una serie de libros como debe ser, pero siempre llegan a mí desde el segundo libro, en lugar del primero, como debería ser.
Debo tener un imán bibliófilo o algo por el estilo.
Y fue pequeña cuando descubrí este libro en la estantería de mi madre, en un lugar al que no podía acceder si no era escalando por ella.
Retomamos en esta novela la vida del detective sin nombre cuyas hazañas vemos surgir de la prosa de Mendoza, y comienza en el momento en que sale del sanatorio mental en el que ha estado recluido para cumplir una misión.
No exenta de peligrosidad, tendrá que recorrer un laberinto, parafraseando el título del libro, de misterios, muerte y enagños que le llevarán de la mano de personajes que poco o nada tienen de sinceros a un destino desconocido.
Si algo me gusta de las novelas de Eduardo Mendoza es el hecho de que siempre dota a sus personajes, en los nombres, de pequeñas pistas acerca de la labor o del hecho que desempeña.
Esta fuente de chascarrillos es muy interesante y muy propia para el tema que nos atañe, en el sentido de que si en la novela policíaca prima el misterio, una vez conoces este pequeño dato del contenido que el significado de los nombres lleva implícito, elucubras incluso inconscientemente lo que pueden significar y qué llevan oculto tras lo que aparentemente resulta algo normal o inocente.
Lo mismo pasaba en «La verdad sobre el caso Savolta» y eran pequeñas pistas de su desempeño o de su condición psicológica, algo que intensifica, a mi parecer, el interés del lector, algo que lo lleva a querer saber más y más.
Una novela de folletín moderna que culmina en el momento en que se descubre parte del telón y nada es lo que parece con la que aprovecho para desearos un buen cambio de año y que el que entra sea tranquilo; después de las circunstancias de estos dos años pasados, a veces no se pide más que tranquilidad.