29 de marzo de 2020

Leyes de mercado, Richard Morgan


En un tiempo de capitalismo salvaje como el que vivimos, más nos valdría echar el freno, recapacitar y plantearnos si realmente esto que tenemos es lo que queremos, aunque puedo asegurar que sí que es lo que nos merecemos, por años de consumismo  descontrolado que nos han llevado a lo que ahora tenemos, aunque admito que no es nuevo, ya lo decía el grandísimo Quevedo: "Poderoso caballero es Don Dinero".
Y, para que conste, no me excluyo de esta espiral autodestructiva que nos hemos impuesto con nuestras acciones.
Richard Morgan nos ilustra acerca de lo que puede llegar a ser este mundo si no ponemos interés en ver el mundo de otra manera, sabiendo que otros métodos son igual de prósperos, válidos y posibles.
Estamos en el futuro, un futuro no tan lejano. Es una época también de recesión, donde los totalitarismos han aflorado —algo propio de tiempos de crisis—, y, al final, la supervivencia como leitmotiv.
Hay empresas que se dedican al todo por el todo, a invertir en conflictos en el tercer mundo que es más paupérrimo si cabe, en drogas, en asesinatos, inversión en riesgos lo llaman, a cambio de una importante parte del PIB del país de turno, las autopistas están privatizadas completamente, y es allí donde se desarrolla parte de la acción y donde nos ubica, por cierto, la fantástica portada; en las autopistas se produce el darwinismo socioeconómico más aterrador, los trabajadores de estas empresas de inversión, los zektivs deben luchar en ellas coche contra coche, el que mata, gana, y puede trabajar. 
Ya no es la supervivencia del más apto, sino que va más allá, la aptitud no es la fortaleza, es la astucia combinada con ella. Y ya no importa ni la vida ni la muerte, sino la corrupción del término «desarrollo» y los beneficios que se pueda obtener de él.
Al margen de toda política me ha fascinado la forma en la que ha sido escrita. 
Es dura, ultraviolenta, sádica por momentos en la forma en que nos presenta el futuro, desesperanzada, y a la vez perfecta.
Creo que con otro tono no habría sido mejor novela y, partiendo de sus premisas, habría sido imposible desarrollarla como se ha desarrollado en un entorno mucho más "azucarado", por decirlo de alguna manera. Y, volviendo a ella, lo cierto es que me parece una hipótesis válida. Es más, me resulta casi profético, al paso que vamos, y aunque parezca un poco pesimista o agorera, creo que, a la larga, es más que posible que acabemos en una sociedad así, si bien no de forma tan drástica, sí que creo que nos daremos cuenta cuando hayamos estirado tanto la cuerda que acabe partiéndose bajo nuestras narices. 

25 de marzo de 2020

La casa de los espíritus, Isabel Allende


Supongo que me pasa como a todos, que, de vez en cuando, me hace falta un poco de algo diferente en mi vida, esa pequeña dosis revitalizadora que lo cambia todo. Y a veces ese algo diferente es el realismo mágico, que consigue que vea las cosas de otra manera, abriendo mi mente y aceptando que la literatura no siempre tiene por qué ser fidedigna, sino verosímil.
Por lo tanto, no podía faltar en esta selección Isabel Allende, una autora que ha conseguido mi evasión en muchas ocasiones.
En este libro que os traigo, Isabel Allende nos relata la historia familiar de los Trueba, con un retrato puntilloso y preciso de cada miembro de la familia, y junto con esta familia tan peculiar, cuyo eje es Clara, la madre, que posee el don de la clarividencia, es la historia de Chile a través del tiempo, y, a la vez, de toda Latinoamérica.
Dentro de la misma familia se pueden ver las distintas vertientes políticas que pincelaban la época, y quizá este sea uno de los motivos por los que acabamos amando u odiando a este o aquél personaje, la identificación es tremendamente fácil, y todo lo que arrastramos con nosotros termina de caracterizar al Trueba o al ajeno de turno, haciendo una especie de simbiosis entre nuestra propia experiencia y lo que sabemos —o creemos saber— de política.
E imagino que esto será mucho más fuerte en alguien de Chile que haya vivido en primera persona la mayoría de los acontecimientos, algunos infames, que golpearon el país.
Al final, lo que intuyo es una profunda soledad, como si la capacidad de contactar y entender a los espíritus fuese el clavo necesario al que agarrarse para no perecer entre tanta convulsión, y para una historia tan dura es imposible no pensarla con la magia que le confiere este y otros caracteres extraordinarios que adornan a los personajes.
Si me gusta es porque a pesar de todos los ingredientes, opuestos y equivalentes a partes iguales, que la conforman ninguno de ellos sobra, y la verdad es que considero relativamente difícil hilar tantos temas y tan diferentes para que quede algo decente, cuanto más si es uno de los mejores libros de la literatura hispanoamericana, por lo menos a mi parecer.

21 de marzo de 2020

El silencio de los corderos, Thomas Harris


Supongo que, como todos, tengo ese puntito de masoquismo que hace que, aunque me dé un miedo tremendo, lea o vea cosas que a priori podría descartar precisamente por esa razón. A mi favor tengo que decir que suplo ese masoquismo viendo las películas de terror acompañada, porque cuando lo hago necesito desesperadamente agarrarme y esconderme.
Ya, lo sé, ni yo misma me entiendo.
Sin embargo, a pesar del miedo que a veces me da, debo reconocer que disfruto, sobre todo cuando se me presenta una novela y un protagonista tan inteligentes como los que nos ocupan, obra de Thomas Harris.
¿Quién, aunque deplore sus actos, no admira al doctor Hannibal Lecter?
Es formidablemente brillante, seductor, y, lo que es más importante, tremendamente manipulador.
Y como contraparte, Clarice Starling —«quid pro quo, Clarice», ¿recordáis?—, una alumna del FBI a la que encomiendan entrevistarle para conocer quién está detrás de unos pavorosos crímenes que asolan la ciudad y que cumple con unos patrones muy determinados, enfocándose en determinado tipo de chicas.
Me parece absolutamente maravillosa la forma en la que se va estableciendo la relación entre los dos y cómo se desarrolla la investigación policial. A través de ella, de "desahogarse", por decirlo de alguna manera, con la faceta buena del psiquiatra, va paliando sus miedos y consigue resolver el caso con su ayuda.
Creo que es una obra de lectura obligada.
Principalmente porque aunque, como decía antes, sus actos no son lo más recomendable para llevar a cabo, hay que reconocer la tremenda elegancia con la que los desempeña, casi con la precisión de una obra de arte un tanto sui géneris con la que se deleita. E igualmente me parece fascinante la propia película, creo que sin Anthony Hopkins no hubiera sido lo mismo. 
Además de ser un actor maravilloso, creo que él es el que define finalmente el carácter y la actitud del doctor Lecter; de una forma memorable consigue que hasta nos identifiquemos en cierto modo con él y que aceptemos sus actos.
Hasta el detalle de aprender con las vivencias del doctor Lecter que la carne humana más sabrosa es la de las mejillas tiene un punto de humor negro que me fascina.

17 de marzo de 2020

Nada, Carmen Laforet


A pesar del cariz autobiográfico del que la mayoría de críticos, y acaso lectores, la dotan, Carmen Laforet, la propia autora, lo negó en repetidas ocasiones.
Yo, la verdad, no sé con qué bando coincido, sólo sé que cada vez que la leo me produce un desasosiego increíble, pero no porque no me guste, sino porque es tan tremenda, tan demoledora, que hace que me replantee la mayoría de momentos de mi vida.
Andrea es una estudiante que va a comenzar la universidad que va a Barcelona justo al terminar la Guerra Civil para remodelar su vida, y lo que en apariencia debería ser una vida apacible en casa de su abuela, se encuentra un ambiente de violencia, odio y rencor, con la casa llena de familiares incómodos que la controlan y la oprimen.
Al principio la llena la curiosidad por esa familia que no conoce, pero, poco a poco, una vez su carácter se va haciendo patente, Andrea comprende que estaba tremendamente equivocada, y es la causa de su apatía con todo y con todos. Sin embargo, es en la universidad, su válvula de escape, donde conoce a Ena, una chica que se va haciendo su amiga y que le muestra que el mundo también puede ser digerible, que no todo tiene que ser tan malo como las situaciones que se suceden en la casa donde ha ido a vivir.
Lo cierto es que, partiendo de la base de la guerra y de la posguerra, lo que más veo en esta novela es un retrato de los dos bandos. Uno cerrado, opresor, tradicional e intransigente y el otro libre, que apuesta por la modernidad y por la ruptura de cadenas, pero que tiene que hacerlo con cuidado para no verse más limitado todavía.
Aunque os la recomiendo, sí que os digo que no la leáis en momentos en los que estéis mal de ánimos.
Es una novela que asfixia más y más conforme te adentras en sus páginas, y no puedes dejar de identificarte con el personaje, que responde a cómo se siente o qué piensa con la demoledora afirmación de «nada», título de lo más ilustrativo.
Es una muestra del existencialismo más exacerbado, y, a la vez, la protagonista está sumergida en la abulia más profunda, tanto que acaba doliendo al propio lector, y creo que, en cierto modo, es una espada de Damocles literaria, que lo mismo te puede ayudar que te hunde más en la miseria más absoluta.

13 de marzo de 2020

Metro 2033, Dmitry Glukhovsky


Si bien es habitual que haya adaptaciones literarias de cara al cine, es menos frecuente —o por lo menos lo he encontrado en menos ocasiones— que un libro se adapte a un videojuego. Y sí, conocí el juego antes que el libro, y creo recordar que hasta jugué un rato.
Los caminos de los devoralibros son insondables.
Dmitry Glukhovsky nos sitúa en un futuro apocalíptico en el que ha habido una cruel guerra atómica que ha obligado a la escasa población superviviente a abandonar la superficie y habitar los subterráneos, creando una nueva civilización en las redes de metro; gran parte del mundo ha quedado sepultada bajo toda clase de escombros y residuos provenientes de esta guerra.
Moscú es ahora una ciudad fantasma, y bajo ella crece toda una serie de ciudades en cada estación de metro, cada una con su propia ideología, su política y sus peligros, cada una de ella es un reflejo de la propia humanidad, inconstante y peligrosa para sí misma, no sólo por las amenazas de los mutantes de la superficie, sino por las amenazas entre ciudades, que no son sino facetas de nosotros mismos.
En este ambiente, Artyom es un joven soldado al que se le encomienda la misión liberadora de encontrar la Polis, que tal vez sólo exista en las leyendas y que puede que sólo sea un mito, para advertirles de todo el mal que les puede afectar si no están prevenidos.
Me gusta porque me parece original el planteamiento y la forma de radiografiar al colectivo de la humanidad a través de estas ciudades que crea.
A pesar de que lo postapocalíptico está a la orden del día con tantas y tantas profecías que señalan el fin del mundo para dentro de nada y, cómo no, este tema surge en la literatura con profusión, alimentando un género y un morbo inherente al ser humano —qué le haremos, me parece que, en esencia, todos tenemos cierto punto de masoquistas—, el tema de dónde se crea la civilización nueva, cómo se crea y los detalles hacen que me parezca un libro en el que uno se puede deleitar con tranquilidad, tal vez de noche, en una cama, haciéndole un pulso al sueño. 
Es una distopía deliciosa, un libro para "paladear", para disfrutar en todos los sentidos. A mí me parece toda una revelación.

8 de marzo de 2020

El voto femenino y yo: mi pecado mortal, Clara Campoamor


Resultaba impensable que un día como hoy en el que se celebra el día internacional de la mujer no trajera precisamente a quien hizo tanto por nuestros derechos, por los de todos sin importar género en última instancia con sus actitudes políticas, en este país y a quien tan olvidada se ha tenido fuera de determinados círculos si no era para criticarla por haber sido una adelantada.
Clara Campoamor fue crucial para una época convulsa en la que se rompía con el pasado de forma radical -quizá ahí residió el gran error, el carecer de una pauta y poner todo patas arriba de buenas a primeras, si hubiera sido más paulatina su implantación, quién sabe- y lo primero era instaurar derechos, el sufragio universal de verdad, no sólo el masculino, o el divorcio, por ejemplo, y abolir barbaridades, como la pena de muerte, y en este ensayo con tintes de autobiografía se justifica y plasma en forma de letra todo aquello por lo que luchó, lo que le supuso y a lo que la llevó su interés porque todo el mundo fuera igual a los ojos de las leyes.
La verdad es que hace un maravilloso repaso a todo lo que fue su lucha y a lo que llevaba paralelo, los cambios que se habían producido en un país que, a mi pesar, no estaba preparado para una modificación tan brusca de régimen.
Clara Campoamor no idealiza lo que ha defendido y que, después, se desbordó, sino que critica lo que ella considera un error y quizá esta sea la causa por la que ha sido tan olvidada por parte de aquellos que, tal vez, estuvieron ahí gracias a ella. Creo que precisamente este sentido de la crítica es el que la hace realista, no adoctrina, sino que plantea lo bueno y lo malo para que, en una hipotética vuelta, no se repita aquello que la llevó al desastre en una primera hora.
La mejor forma que se me ocurría de reivindicar este día, que dejará de ser necesario una vez haya una verdadera igualdad y no una descafeinada como tenemos ahora —aunque es obvio que hemos avanzado mucho, aún quedan barreras y rescoldos por superar— era traeros a otra mujer que supuso un revulsivo para su tiempo precisamente por lo avanzada que era, por sus ideas y porque, aunque todo estaba en su contra, no desistió y luchó por lo que creía sin importarle las consecuencias.

3 de marzo de 2020

Las flores de la guerra, Geling Yan


A pesar de que, por lo general, me gusta la tranquilidad y el silencio —de hecho, me suelo bastante histérica cuando algo de eso me falla, sobre todo cuando no he dormido apenas—, reconozco que la mayoría de las veces, cuando leo libros de temática histórica, suelo decantarme hacia aquellos que tratan alguna guerra.
Tal vez sea demasiado rara.
Así, buscando información un día cualquiera sobre ningún tema en particular, llegó a mí este libro de la escritora china Geling Yan.
En la segunda guerra sino-japonesa se produce la masacre de Nankín, y es en este contexto en el que trece estudiantes se refugian en una iglesia católica para protegerse de la masacre que iban a perpetrar los japoneses en la ciudad, quedando a cargo de su sacerdote, que ve sus creencias temblar por tener que elegir a quién refugia además de a estas niñas, si a un grupo de soldados o a un grupo de prostitutas, que haciendo suyo el drama de las niñas, deciden ofrecerse a los japoneses como compañía para paliar acaso todas las situaciones que puedan derivar de la invasión. 
¿Quién, sino ellas, podría haberse ofrecido como sacrificio para mejorar la vida de otros tantos que tal vez en condiciones normales las hubieran despreciado?
La verdad es que esta novela hace plantear muchas cosas, y no sólo el tema de la guerra.
¿Cuántas veces nos hemos permitido rechazar a alguien porque no es o no aparenta ser lo que esperamos que sea? ¿cuántas veces nos hemos creído superiores por este o aquel motivo cuando ni siquiera conocemos a la persona que juzgamos?
Algo así pasa con las prostitutas del libro.
No sólo tienen que cargar con el precio de su profesión, una profesión que en la mayor parte de los casos les ha sido impuesta, y no sólo por personas, sino por la propia vida, que les obliga a vencer su asco sólo por sobrevivir y que las expone a peligros sin parar.
Y aún los que primero ven su supuesta amoralidad son los primeros que recurren a ellas y a sus servicios, por supuesto, de forma velada, para no perder su puesto en una sociedad que se las da de moral y lo único que destila es hipocresía.
Este libro es un buen ejercicio de conciencia, no sólo para apreciar ciertos aspectos de la propia vida, sino para entender que antes de criticar debemos pensar, porque quizá, sólo quizá, encontremos en aquellos que denostamos todo lo que ansiamos encontrar.