30 de octubre de 2019

La carnicería, Bastien Vivès


«Algún día lo entenderás.»
¿Hay acaso muchas más frases más dolorosas en una relación? Estoy convencida de que a más de uno de nosotros nos vienen muchas, muchísimas, basadas en nuestras propias experiencias y en la mochila que llevamos colgada en la espalda, esa que de vez en cuando nos da todavía en las piernas y nos asusta de pensar que todo puede volver a ser igual que antes. 
Bastien Vivès nos trae con este cómic la vida misma. 
Una relación amorosa en la que todo parece ir bien, es hasta dolorosamente común y anodina, y en la que de repente todo se pone patas arriba cuando se produce la ruptura. 
Nos muestra cómo cometemos errores pensando que las cosas pueden funcionar cuando se rompen y que a veces es una trampa perversa —o amable, según el caso— que nos tiende el universo para mostrarnos que podemos y que podemos buscar la esperanza hasta en la más profunda oscuridad, solo hay que buscar la luz.
Y os preguntaréis por qué precisamente hoy me decido por esta historia, aparentemente tan simple y tan cotidiana. 
La respuesta es también simple: a veces también tengo miedo de que las cosas salgan mal, de que todo salte por los aires, de que la esperanza que siento desaparezca sin poder retenerla en la caja, y «La carnicería» me sirve precisamente como recordatorio de que no tiene por qué suceder y de que puedo cambiarlo si sucede.
A veces nos centramos en todo el miedo en lugar de en disfrutar de lo que tenemos, las cosas en las que nos fijamos a toro pasado, y, aunque creáis lo contrario, la cotidianidad y la franqueza con la que Vivès nos plantea un tema tan natural como el viento que sopla me produce un cierto respiro. 
En mi cabeza tiene todo el sentido del mundo. Y sin embargo me quedo con esta viñeta, hacia el final del cómic, en la que creo que se resume la historia:
—«Bueno... tomaré un poco de compasión.»
—«Lo siento, pero ya no nos queda.»

25 de octubre de 2019

La casa de Bernarda Alba, Federico García Lorca.


Allí donde el luto es una imposición y el fanatismo religioso el pan nuestro de cada día se desarrolla esta historia que, aunque ficticia, en los pueblos de la España más profunda de principios de siglo XX y anteriores podía encontrarse en cualquier casa.
Esta en concreto se centra en la Andalucía profunda que tanto amaba mi adorado Federico García Lorca
Bernarda Alba enviuda e impone a sus cinco hijas el luto más riguroso, ocho años, según ella, como siempre se había hecho, y con esta convención social Federico recorre las aguas de las apariencias, de la envidia, del dinero, la muerte, la situación precaria de la mujer sostenida por normas sociales salvajes —hasta las de más alta condición—, de la represión y de la lucha por la libertad. 
En la obra no aparece ningún personaje masculino salvo el difunto marido de Bernarda Alba y Pepe el Romano, pretendiente de Angustias, la hija mayor, y no actúa como personaje en ningún momento, es decir, únicamente "sirve" de hilo conductor de la obra y de la desgracia que planea sobre las cabezas de estas mujeres puesto que no interviene directamente en ningún momento.
Lorca, a través de los personajes y de su caracterización psicológica, maneja los hilos de esta casa de luto, simbolizando a través de sus nombres y de sus actitudes la desgracia que arrastrarán después. 
Como sabréis, Lorca es un autor simbolista, yo lo considero así al menos. Tiene un abanico amplio de símbolos cuyos significados son inamovibles, y si identificas estos símbolos en la obra comprendes e incluso adelantas cualquier final cerrado a golpe del «¡Silencio!» con el que abre y concluye el drama.

21 de octubre de 2019

El ocho, Katherine Neville


Este libro me despierta unos recuerdos bastante curiosos y bonitos porque me lo regalaron en uno de mis cumpleaños adolescentes. Era bastante raro que acertaran, pero esa vez lo hicieron.
Sabedores de mi pasión por el ajedrez decidieron que este libro de Katherine Neville sería la obra indicada para ese cumpleaños.
Por avatares del momento, de la vida, o de que aún tenía muchos libros en la lista de pendientes —sé que me entenderéis— no lo leí inmediatamente, sino bastantes años después, y no sé si fue arrepentimiento lo que sentí, pero quizá vino a mí en el momento apropiado porque antes, tal vez, no lo habría disfrutado completamente.
Con ciertos matices autobiográficos se nos plantea la búsqueda de un ajedrez mítico y maldito cuyas piezas son diseminadas por el mundo por seguridad, esto es porque el ajedrez tiene unos poderes que afectan y no quieren desatar ninguna desgracia.
Además, se nos presenta en la forma de una historia dividida en dos que se entrelaza como si de un universo poroso se tratase.
El tiempo de la novel ase centra en dos épocas completamente distintas —y maravillosamente ambientadas, por cierto— pero similares en tanto los protagonistas perviven y las piezas del ajedrez parecen mover los hilos de las vidas que siegan.
Me gusta muchísimo la adaptación histórica y el empleo de algunos personajes conocidos y pasados para acercarnos a la novela, es afortunada la elección que hace y cómo lo plantea, justificando o explicando algunos hechos sucedidos en el pasado como causa y consecuencia de las piezas de ajedrez.
Hubo una continuación muchos años después que, sin embargo, me pareció forzada. «El Ocho» me gusta, me gusta por su forma de despertar el suspense y la interpretación que hace de la leyenda y del misterio que trae el ajedrez, pero la continuación me resultó tan innecesaria como omisible.
Desde luego no tengo la verdad absoluta en cuanto a lecturas se refiere, al respecto de nada en realidad, pero creo que pasaron tantos años entre una y otra que cuando terminé de leer «El Fuego» ya se me quedaba descolgada.
Yo me quedaría desde luego con este que os traigo hoy, pero es cuestión de leer ambos; en cualquier caso abro debate.

17 de octubre de 2019

La princesa de hielo, Camilla Läckberg


Sé que soy un poco desastre a la hora de publicar, leer o recibir libros relacionados entre sí, no es lo mío, pero en honor a la verdad debo decir que no siempre es mi culpa directa, en este caso no fue este, el primero de la saga, el que llegó a mí primero, pero creo que lo importante de verdad es que al final acabo terminándolas de una forma más o menos decente. 
También me parece que es porque para mí estos libros, si bien comparten personajes, para mí son autoconclusivos e independientes entre sí. Desde luego que tienen ese eje central común, pero si esos personajes se llamasen de otra forma tampoco creo que notásemos la diferencia, y no es algo que solo me ocurra con Camilla Läckberg
Erica Falck es una escritora que regresa a su pueblo después de muchos años de ausencia premeditada debido a que hereda una propiedad después de fallecer sus padres, pero además del trágico suceso que la hace regresar cuando vuelve a intentar adaptarse al pueblo recorriéndolo descubre que su mejor amiga, Alex, se ha suicidado.
Sabiendo que esto no entraba en los planes ni en la mentalidad de su amiga, decide convertirse en una suerte de detective y descubre que su amiga estaba embarazada, algo que la desconcierta aún más porque por norma general un embarazo es motivo de alegría y hay formas más seguras que un suicidio para interrumpir su desarrollo.
Este misterioso suicidio es algo que la empieza a acercar al hedor turbio que parece transmitir esta muerte que pronto se descubrirá como asesinato, y en su investigación se verá ayudada por un policía novel, Patrik, que en principio parece más un trastabillo que una ayuda, si bien luego se irá descubriendo como necesario, no solo por su oficio, sino por la historia que desarrolla con Erica.
Este hecho será el detonante que hará que el pueblo viaje con la memoria al pasado para traer a la investigación a determinados momentos que, aunque lejanos en el tiempo, parecen repercutir en el aparente suicidio de Alex y, personalmente, me parece que esto dota a la historia de credibilidad y la hace asequible en el sentido de que cualquiera que haya estado en un pueblo pequeño —y más en un terreno tan duro y tan hostil como uno escandinavo, domado por el frío constante— comprende que la familiaridad resulta en muchas ocasiones un arma de doble filo y que las rencillas pueden ser algo más serio de lo que parece: el cainismo que encontramos en la literatura y en la historia y que en absoluto es patrimonio patrio.
Como ya mencioné me parece absolutamente fantástico el uso que hace de las historias paralelas para sustentar la principal, que es la propia investigación del asesinato.
Es algo que como proyecto de escritora valoro bastante porque a mí aún me resulta difícil. Atar cabos y dejarlos bien sujetos es más complicado de lo que parece. 
Solo os recomiendo que no seáis como yo si os gusta la metaliteratura y que las leáis en orden. Por el bien de vuestra cordura y por no estropearos la historia, ya sabéis.

13 de octubre de 2019

Crimen y castigo, Fiódor Dostoievski


¿A veces no os pasa que os sentís con unas ganas irrefrenables de algo y, aunque no os lo podáis explicar, el ansia que notáis no se sacia hasta que por fin os dais el capricho?
Pues así he estado yo estos días atrás, con la necesidad ineludible de leer algo de la vieja literatura rusa, tan ruda, tan densa, y a la vez tan maravillosa para que me anestesiara en cierto modo los sentidos y consiguiera arrancarme el mal humor. 
Así que buscando entre los libros mi mano se fue hacia él, hacia una de las obras maestras de mi queridísimo Fiódor Dostoievski y una de las que sin duda me ha marcado más a lo largo de mi periplo vital-literario.
El personaje central que, en definitiva, construye la novela desde sus cimientos vitales es Rodion Raskolnikov, un estudiante más bien pobre que encuentra que para él y su familia no hay salida de tanta miseria a pesar de los esfuerzos de su madre y de su hermana Dunia, y podríamos decir que es la hermana el detonante de la trama porque es su decisión de casarse con un abogado bien situado no por amor, sino por necesidad, la que hace que Rodion decida dejarse al asesinato de una usurera para poder sustraer su dinero y así ver solucionada su maltrecha economía.
Pero desde luego no todo es tan fácil y la hermana de la usurera asesinada contempla el crimen, por lo que, irremediablemente, Rodion debe deshacerse de ella. 
Y es aquí donde da inicio la exploración psicológica, el tratado casi médico o filosófico que Rodion, nuestro protagonista, hace mediante la reflexión de sus acciones, siendo que tras el segundo asesinato la confusión le ha invadido.
La verdad es que, a pesar de las disertaciones acerca de la culpabilidad en realidad, el monólogo interior se me antoja muy estimulante, pero, sobre todo, los pensamientos que le provoca el interrogatorio al que se ve sometido al ser considerado uno de los sospechosos y loas dudas que en él nacen acerca de confesarse y cómo confesarse según con quién. 
Es toda una situación la que nos expone Dostoievski y como tal la cierra al final de sus páginas, dejándonos con todo lo que creíamos saber borrado de nuestro mapa existencial.
Es inevitable considerarla como uno de los clásicos entre los clásicos, no solo por su magistral forma y su magistral discurso, sino porque es, tal vez, una de las obras que mejor exploran la psicología del ser humano a través de los personajes.
Sin duda hay muchas otras obras que también lo hacen, que reflexionan acerca de la sociedad en sus páginas y en sus personajes, pero no hay tantas que lo hagan desde la dura perspectiva que nos ofrece Dostoievski: sin ambages, sin matices, sin esperanza.
Sin piedad. 

9 de octubre de 2019

El frío modifica la trayectoria de los peces, Pierre Szalowski


No puedo remediarlo, tengo especial predilección por las portadas y las más de las veces, sobre todo ahora que soy relativamente mayor, suelo guiarme por ellas a la hora de elegir un libro.
Sé que no debería, lo sé, pero de momento mi instinto no me ha fallado y siempre me ha sorprendido para bien mi elección, principalmente porque con algo tan vago como es el hábito suelo decidir cómo es el monje.
Esta portada la vi hace mucho tiempo como enlace en una página de Facebook y ya no pude despegarme de ella, pero ha pasado un tiempo hasta que he podido dejarme llevar por sus páginas y por la literatura de Pierre Szalowski, porque lo cierto es que era primeriza en este autor y nunca había disfrutado de su prosa.
¡Cuánto tiempo me lo he perdido!
Ahora que por suerte he enmendado este pequeño error literario —mea maxima culpa— he decidido traéroslo para que vosotros también disfrutéis de esta pequeña joya que personalmente me ha encantado. 
A veces la felicidad es algo tan laxo como la creencia que la fundamenta y este hecho se pone en tela de juicio en la navidad de 1998.
El protagonista es un niño de once años del que no conocemos el nombre —él mismo afirma en cierta parte que conocer su nombre es una tontería— y que nos va presentando a la gente que le rodea y que conforma su vida, y es en esta navidad que ocurren dos sucesos antagónicos que le van a marcar la vida: sus padres le regalan una cámara de vídeo carísima y maravillosa, pero a la vez le regalan una mala noticia, se van a separar. 
¿Qué niño quiere que sus padres se separen? Pues él decide pedir una especie de milagro de navidad, que el cielo se confabule contra todo y que obviamente la historia acabe bien. 
Lo único malo es que cuando creces te das cuenta de que quizá algo tan horrible, con algo de perspectiva y tiempo de por medio, puede resultar lo mejor y de que el hecho de querer que una historia adversa acabe bien no significa que acabe como nosotros queremos o que la forma en que queremos que acabe sea la buena, y por eso me ha gustado tantísimo este libro. El narrador, la historia se cuenta a través de los ojos de un niño, y no me negaréis que a través de los ojos de los niños las historias se dulcifican y se rodean de una pátina de qué sé yo que reblandecen cualquier defensa que hayamos tendido. 
Pensad en la magia, en la inocencia de un niño cuya única motivación en la vida aparte de la obvia es tener a su familia unida y feliz, y ve que escogen una de las épocas más divertidas para un niño para darle una noticia así de horrible para él. 
Ahora pensad en lo mismo pero en el lugar de un adulto, para alguien que en el mejor de los casos considera la navidad como un mero trámite, que se separa de su pareja y en las peripecias necesarias para volver con ella: ¿realmente creéis que hubiera pedido un milagro? ¿pensáis que el milagro no sería otro diametralmente opuesto al que pide el niño?
Creo que aunque el momento del año en que se ambienta la trama es importante porque no deja de ser una época en la que surge lo mejor y lo peor de la gente es, en parte, secundario, únicamente el decorado que pedía la trama. 
No sé qué pensáis, ¿la época marca la predisposición humana?
Es decir, si el esfuerzo que hace la gente por aparentar algo que no es —la mayor parte de las veces en la edad adulta este tipo de celebraciones se presta a que la familia se reconcilie y cuanto antes mejor, antes de que el frío, y no me refiero al literal, modifique la trayectoria vital, antes de que sea demasiado tarde para reconducirlo— es algo necesario, si realmente sirve de algo fingir algo que no somos para estar a gusto con nosotros mismos.
Ahora que veo que se acerca la fecha y que este año la idea me gusta menos que nunca me surgen estos debates conmigo misma que siempre pierdo.  

5 de octubre de 2019

Réquiem, Anna Ajmátova


Este mes ha llegado más pronto de lo que yo misma esperaba —y os aseguro que lo esperaba con una ansiedad que admito que no es normal— y empiezan a pasar los buenos días en los que me despierto arropada por las noches de madrugada. 
Sin embargo, aunque han sido días felicísimos y preveo que los siguientes también lo serán, llenos de naturaleza y amor, me apetece traeros este libro de Anna Ajmátova que hoy nos ocupa porque creo que el amor tiene muchísimas formas diferentes y porque el adiós, cerrar una etapa de dolor y sobreponerse a él y regresar más confiada y más fuerte también es amor, amor a nosotros mismos, ese que a veces nos falla y que debemos cultivar; yo también, lo admito.
El mejor réquiem literario que he encontrado —lo cual no quiere decir que no los haya mejores— es el que escribió Anna Ajmátova, una de mis poetisas de cabecera. 
En esta obra no es solo ella quien habla, la que sufre, esta obra pretende ser una especie de altavoz de todas las mujeres rusas que perdían a sus seres queridos en la guerra, las que veían que todo por lo que habían luchado no había servido de nada, porque de todas formas una guerra cruel se estaba llevando cualquier resquicio de vida y la incertidumbre era lo único cierto en sus vidas.
Siempre he pensado que este poemario es la ratificación de que la inocencia ya se ha perdido y que todo lo que queda es muerte. 
Os preguntaréis por qué y yo os respondo: la duda es la compañera de la esperanza, intentando imaginar que quien se ha perdido para siempre ha podido ser por un equívoco, un cambio de uniforme o una deserción, y eso también es inocencia, la que protege las mentes de la ruptura total.
Estos poemas son hijos del desgarro, del dolor y de la desesperanza más pura, pero a la vez son como un bálsamo que tranquiliza, quizá es por la certeza de que todos acabaremos muertos y con suerte la nuestra no será una despedida tan terrible como la de los soldados en el frente o en las cárceles. 

Diecisiete meses de clamar, 
a la casa te convoco, 
a los pies del verdugo me he arrojado, 
mi hijo y mi horror.
Todo se ha dañado para siempre
y ahora no puedo discernir
quién es la bestia y quién el hombre, 
ni cuánto he de esperar para la ejecución.
Y solo las bellas flores, 
el incienso, las campanas
y las huellas en algún lugar de la nada.
Y una enorme estrella me mira
firmemente a los ojos y con una muerte
inminente me amenaza.

--

Ya la locura ha cubierto,
con sus alas, la mitad de mi alma,
le da de beber vino de fuego, 
y la atrae hacia el negro valle.

He comprendido que a ella
he de ceder la victoria,
dando oídos a mi delirio
como si fuera el ajeno.

Y no me permitirá 
llevar nada conmigo
(por mucho que le suplique 
y le importune con mi ruego):

ni los terribles ojos de mi hijo,
petrificados por el sufrimiento,
ni el día en que llegó la tormenta,
ni el adiós al concluir la hora de visita.

Ni la amada frescura de sus manos,
ni las sombras agitadas de los tilos,
ni el tenue y remoto sonido...
de la última palabra de consuelo. 


Estos son los dos que más me han llegado, precisamente porque en ellos se conjugan todas estas cosas de las que os he hablado más arriba y, a la vez, caracteriza al hombre como su peor enemigo, ya que le ha arrebatado todo lo que más quería para dejarla con lo único cierto que tiene.

1 de octubre de 2019

Baila, baila, baila, Haruki Murakami


No sé por qué extraña razón solo os he traído en este año largo de vuelta del blog únicamente un libro de Haruki Murakami
Es un autor que me produce sentimientos encontrados. Admito que preferiría que le dieran el Nobel porque ya hemos llegado a un punto en el que la eterna nominación debe suponerle una carga mental dolorosísima —o quizá le da igual, vaya usted a saber—, pero únicamente por esa razón. 
No me parece mal autor, de verdad que no, incluso lo disfruto bastante en épocas en las que necesito no pensar y leer en modo automático, pero supongo que todos tenemos épocas de ese estilo. Lo que me chirría es que una vez has leído cinco o seis libros suyos —por poner una cifra— encuentras siempre las mismas cosas, y podríais decirme que es metaliteratura, que sus libros conforman un universo propio y que por eso sucede, pero en mi humilde opinión de lectora ávida creo que trasciende la metaliteratura.
En cualquier caso, vayamos al lío.
Nuestro protagonista es un redactor freelance cuyo nombre desconocemos que poco a poco se va acercando a la mitad de su vida y se siente tan vacío que precisa volver a su pasado para reencontrarse a sí mismo. 
Con esta excusa, tan válida como otra cualquiera, Murakami nos hace un recorrido por Japón y su geografía, e incluso va más allá dando respuestas a aspectos de su vida que él creía olvidados o acaso inexistentes.
«Baila, baila, baila» es uno de los mejores ejemplos de las características de la escritura de Murakami: adora las metáforas. Si puede construye un mundo solo con ladrillos hechos de metáforas y por eso su obra roza el surrealismo —a veces se mete de lleno en él— y muchas veces necesitamos hacer uso de referencias para encontrarle el sentido, si lo encontramos, a las páginas que escribe.
En esta búsqueda que nuestro protagonista hace yo veo un ciclo, una especie de espiral de crecimiento —cuyo inicio es el mismo de su final— que sucede desde lo más profundo, donde está hundido, hasta la búsqueda de sus porqués, siendo este el final de ciclo, y como si fueran los círculos de Dante va recorriendo la nostalgia, la melancolía, la soledad y después se descubre en la cima del mundo intentando resolver el vacío de su existencia en el que se halla sumergido. 
Murakami se vuelve a prodigar en este libro en la fina línea que divide la realidad real y tangible de la realidad onírica para encontrarse a sí mismo mientras se personifica en su personaje, y qué queréis que os diga, este tipo de lectura me gusta mucho cuando necesito desconectar porque si bien puede resultar complicada a mí me centra, necesito activarme para poder comprender y disfrutar la obra. 
En ella se advierte ya la simbología clásica del Murakami más obsesivo, valga la expresión, y debo reiterarme en que, en efecto y sin duda, todas sus obras están entrelazadas y en mi caso me parece que esta cercanía sucede especialmente con otra de sus novelas, la cual no voy a desvelar —pues sería descubriros parte de la trama— y os invito a que me digáis cuál pensáis que es. 
Podemos considerarlo un juego, ¿no os parece?