27 de febrero de 2021

Las brujas de Salem/El crisol, Arthur Miller

Creo que una de las figuras que, sin duda, más me agrada es la alegoría
Aparte de tener una nombre bonito, me resulta muy interesante el hecho de que, para mostrar o denunciar una cosa, se emplee algo, en apariencia, diametralmente opuesto. Es, un poco, como un truco de magia en el que dices lo que hay que decir pero, a la vez, consigues que el público no se dé cuenta de dónde está la trampa. 
No es algo directo, no hace las cosas fáciles, sino que obliga a poner el cerebro en marcha para descubrir qué es lo que se esconde veladamente tras el telón del espectáculo. 
Con ese criterio, Arthur Miller hace un retrato bastante exacto y alegórico totalmente de la sociedad de su tiempo basándose en un hecho que, aunque patrio, sucedió siglos antes. 
Miller denuncia la opresión sucedida durante el McCarthismo en los Estados Unidos de los años cincuenta escribiendo esta deliciosa obra de teatro en la que lo ilustra representando los juicios de Salem y las causas que acabaron haciéndolos realidad en los que se persiguió y finalmente ajustició a parroquianos de la localidad de Salem por la simple sospecha social de que ejercían la brujería. 
Evidentemente se juega con la licencia del autor para ajustar los hechos pasados con los actuales, pero el límite de la paranoia que alcanza tanto una sociedad como otra es el mismo, llevándoles a convertirse en los jueces de ellos mismos, puesto que nadie podía estar a salvo de acusaciones que muchas veces no se podían demostrar y que, a pesar de esto, les llevaban a la destrucción, tanto social como literalmente, aunque, de manera obvia, esta se tapaba para no incriminar a la democracia supuestamente defendida. 
Resulta aterrador confirmar a qué puede llevar la histeria colectiva y los actos que nosotros mismos llevamos a cabo. 
Es casi pueril, lo admito, pero yo lo que concluyo cuando leo algo así es que el miedo es el peor arma de la humanidad. Es el que más daño hace y el que más daño hace hacer, valga la redundancia, y es terrible que hechos así sigan llevándose a cabo, y, por qué no, permitiéndose, en años tan cercanos y en los que vivimos.

22 de febrero de 2021

Ulises, James Joyce

Siempre que se suele escuchar algo de este libro, se alude a la tremenda dificultad que conlleva su lectura, y hace un tiempo recordé esta fantástica novela, densa, confusa, genial. Pero quizá no era el momento y por eso la pospuse hasta encontrar en mí cierta paz que me permitiese asimilar más fácilmente su lectura. 
Es esta novela de James Joyce la que hizo más conocido —si bien no es la única buena de su producción— a este representante ínclito del modernismo anglosajón de principios de siglo. 
A pesar de que puede considerarse caótica, los vínculos con la realidad siguen patentes. Es el pensamiento el que lleva las riendas, y el que arrastra la vida de los personajes. No es sólo su nombre el que le acerca a la Odisea homérica, es también la analogía con el viaje, el ciclo que debe recorrer para alcanzar sus objetivos, su Ítaca. 
Es un compendio de su época, de las tendencias y las las psicologías de los personajes. Una lucha de contrarios antagónicos pero iguales. 
A primera vista y por la ya mencionada estructura caótica, puede resultar contradictoria. Es fácil amarla u odiarla, pero si acabas odiándola desde el principio, yo animo a que se siga leyendo, porque un mundo fantástico y real se esconde entre sus páginas. 
Si he puesto esta portada es porque me resulta irónicamente tranquila si la relacionamos con el contenido de la obra, mi edición es la de Tusquets, que, ciertamente, me gusta más; además de ser la edición que reposa tranquila en mi estantería, es porque me parece muy interesante el prólogo a la obra, ya que da muchas indicaciones y pautas desgranando la novela. Yo, personalmente, leí un capítulo y luego leía la recomendación prologal. Además, al final del grueso del texto, aparece un esquema lineal de la novela hecho por el mismo Joyce en una suerte de guía a través de las palabras y las analogías. 
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17 de febrero de 2021

Mejor Manolo, Elvira Lindo

Ya sé que quedan muchos Manolitos en medio hasta llegar a este, pero como es el último es más seguro que os lo hayáis leído recientemente. 
Y qué diablos, no lo he podido —ni he querido— evitar. Ha sido como volver a mi infancia.
Cuando vi que Elvira Lindo, por fin, sacaba la siguiente entrega de la vida de Manolito Gafotas tuve una reacción un poco extraña e histérica. Y os preguntaréis por qué digo que fue así. 
Mi reacción natural cuando leí que habría más Manolito fue la de salir corriendo hacia mi madre dando gritos como si estuviera poseída diciéndoselo, y luego me volví al cuarto al recuperar la compostura. 
Pasional que es una.
El caso es que lo conseguí hace relativamente poco y me pasó algo raro. No podía abrirlo. 
No por nada físico, claro, sino porque me daba miedo encontrarme algo que no me hiciera gracia como antes o que me motivara a acabarlo como me pasaba cuando me leía del tirón los otros, la mayor parte de las veces uno detrás de otro, sin parar. 
Y no precisamente porque Elvira Lindo no hubiera conseguido de nuevo el "toque Manolito", sino porque yo misma hubiera cambiado de tal forma que no supiera reconocerlo, como cuando volví a probar los Huesitos, que, aunque obviamente me gustaron, me quedé decepcionada y sorprendida al mismo tiempo, sorprendida de que de pequeña me encantasen.
Pero por fin me armé de valor ayer por la tarde y debo decir que me supo a poco, me faltaron como cien páginas más. 
Ahora Manolito prefiere que le llamen Manolo, ya es un adolescente. El Imbécil ha crecido y es prácticamente un genio informático —aunque ya apuntaba maneras cuando cantaba lo de "cómo nos gusta el arroz, cantamos los japoneses, por eso nos lo comemos felices los doce meses"—, y lo que yo no me esperaba, porque me negué a leer cualquier adelanto, ¡tiene una hermana! Catalina como la madre, aunque más conocida como la Chirli, por Shirley Temple, ya sabéis, y que como ella apunta maneras de artista. 
Y con este nuevo personaje y con los antiguos como Luisa, Bernabé, el Orejones —que da una sorpresa que yo, por lo menos, no me esperaba—, el abuelo y el resto de la familia, Elvira Lindo se mete en lo más actual, en los timos por parte de empresarios que prometieron el oro y el moro y luego sólo daban deudas, en Lady Gaga, y hasta en una crítica social que pone en boca de Manolito y de su abuelo. 
Como digo, aunque me faltaron cien páginas o más, no pude dejar de reír desde que cogí el libro hasta que lo solté, así que os animo a leerlo, a que, si lo tenéis, venzáis el miedo de no saber qué esperar de vosotros mismos y a hacerle hueco completando la colección de Manolitos, que es la que vale de verdad.

13 de febrero de 2021

Sauce ciego, mujer dormida, Haruki Murakami

No puedo evitarlo, lo reconozco, y lo peor, o mejor, quizá sea que tampoco pongo medios para intentarlo. 
Murakami me sigue fascinando a pesar de todo y de todos y creo que así seguirá siendo aunque pasen muchos años. 
Creo que le cogí gusto a los relatos, fórmulas literarias que nunca me habían llamado especialmente la atención anteriormente por su brevedad y porque, tal vez, carezco de la mesura necesaria para digerir, en cierto modo, el atropellado tropel de sucesos que acontecen en estas novelas condensadas, como me gusta llamarlas, pero habiendo encontrado esta joya, reconozco que, viéndolo en perspectiva, quizá fui demasiado exigente y no supe obtener el verdadero fruto de estos pequeños cuentos. 
Así fue hasta que llegó a mis manos este libro deliciosamente japonés, tan colmado de naturaleza, e indiscutiblemente "Murakaminiano", por su plenitud de símbolos, fórmulas típicas y su surrealismo tan despiadado. 
Son veinticuatro cuentos de expiación, de purga, de la obtención de una visión del mundo totalmente antagónica a la que se nos ha impuesto por convención y por aceptación. 
Las pérdidas marcan las vidas de los protagonistas, en mayor o menor medida, y son las que dan cuerda al mundo en el que viven. 
Lo que más me gusta de Murakami tal vez sea el hecho de que vive en un mundo antagónico, en el que las contraposiciones son tan frecuentes como la respiración misma, y que extrapola su visión a sus hijos literarios hasta el punto en el que, cogiendo a cualquier viandante completamente seguro de sí mismo y de su realidad, puede hacer que empiece a dudar de tal manera que la realidad torne sueños y se empiece a preguntar el por qué de esto o de aquello. 
Es la búsqueda por la búsqueda, el declive de lo civilizado y el aflorar de lo primigenio, de lo animal que se adueña de nuestra —poca— humanidad. 
Lo de hoy ha sido breve, pero no puedo decir más. Sólo invitaros a leerlos y dejar que os cambie, que descubráis.

9 de febrero de 2021

La muerte en Venecia, Thomas Mann

Traer este libro hoy es una especie de acto de contrición bastante particular, literariamente hablando. 
Reconozco que este pequeño gran libro de Thomas Mann en un principio, la primera vez que lo leí no me gustó, y me explico.
Nunca fui una apasionada de la novela corta, tenía la —¿estúpida? ¿incorrecta? ¿infundada?— sensación de que en tan pocas páginas no se podía condensar algo bueno, que para que se hiciera legible tenía que ser extenso, con multitud de detalles... 
Sí, admito que, en algunos momentos, mi gusto por la descripción rozaba la parafilia, porque me encanta recrearme en detalles, paisajes y hechos, es algo que me evade, y si precisamente destaca por algo este libro es por su contenido casi minimalista, con desarrollo en apariencia sencillo y un escenario bastante escueto, algo que, sin duda, estaba muy lejos —o eso creía yo— de mis gustos literarios particulares. 
Con este conjunto de pequeñas cosas que me resultaban un insulto a mi intransigencia —voy puliéndola poco a poco— lo dejé de lado hasta que, hace no mucho, lo redescubrí y me di cuenta de que, lo que en apariencia parecía sencillo y simple era sólo el portal hacia un profundo drama, un desquiciado mundo interior que me sorprendió. 
Lo que en apariencia consideraba insulso resultó ser algo maravilloso, una fantástica descripción de los personajes y del propio entorno que se derrumba poco a poco por una plaga que las autoridades quieren ocultar, aun a costa de las muertes, para conservar un turismo creciente, una entrada efímera de dinero que, al fin y al cabo, en todos los tiempos ha sido el que ha regido nuestras vidas. Teniendo en cuenta los hechos recientes, me resulta una mezcla de la realidad y de la eterna «La máscara de la muerte roja» de Poe
Si gustáis de retos mentales, de un simbolismo casi puro que evoca recuerdos de grandes pasados, os la recomiendo, veréis que la ironía y la decadencia por la que navega la obra son deliciosas, dotándola de un realismo que roza lo grotesco y que, precisamente por eso, se hace maravillosa.

5 de febrero de 2021

El tercer gemelo, Ken Follett

Si bien se suele conocer ampliamente a Ken Follett de forma prácticamente única por «Los pilares de la Tierra» —un libro que ya os traje hace unos meses y cuya continuación traeré más pronto que tarde, por cierto— y su continuación, lo cierto es que su periplo por la literatura no se centra en esas dos únicas novelas, y una de todas esas que conforman su bibliografía —y desde aquí os afirmo que es extensa, mucho— es la que os traigo hoy, un thriller que me resultó muy interesante porque la genética es una de mis vocaciones frustradas. 
Se nos cuenta la historia de una doctora que busca gemelos separados al nacer para estudiar sus genes y comprobar si la conducta criminal se hereda o es algo adquirido, y tirando de los cabos que conforman el asunto pronto se verá dentro de una surrealista historia de conspiración, misterio, clonación, corrupción, asesinatos y, por qué no decirlo, acción. 
La verdad es que al principio me mostré bastante reticente hacia la historia. 
Aunque no quiera, soy bastante tiquismiquis en cuanto a libros se refiere y la película —craso error, vi la película antes de leer el libro— me resultó muy fría, muy fútil, muy... típicamente americana, digamos —algo que no es malo per se, no nos confundamos—; así que pensé que, aunque mejor —mi teoría en cuanto a las adaptaciones cinematográficas de obras literarias a estas alturas es de sobra conocida—, no sería más que un refrito de conspiranoia y otros ingredientes innecesarios, y cuán equivocada estaba. 
Desde el primer momento me fascinó, por su ritmo trepidante y por los temas que trata. Es ameno y consigue atraparte desde el primer momento, y eso, en un libro, es de agradecer, sobre todo si se enfoca hacia un público multitemático que está hastiado de todo y lo único que necesita es desconectar. 
Veréis que, una vez os dejéis llevar, no es lo mismo de siempre, que explota hasta la saciedad la historia y el mito histórico sobre los gemelos. 
Es un nuevo punto de vista con muchas sorpresas y derroteros fascinantes.

1 de febrero de 2021

El retorno de los dragones, Margaret Weis y Tracy Hickman

Sé que insisto mucho en las trilogías, no sé por qué siempre he sentido cierta afinidad hacia ellas, y, siempre, de una manera u otra, han llegado a mí. 
Esta vez, y digo esta porque os la traigo ahora, aunque a mí me llegó hace años, fue curioso. No fue el segundo tomo el que decidió elegirme, sino que fueron el primero y el tercero. 
No sé si es que no tengo suerte para las trilogías, si es una forma de hacer que me enganche o un cúmulo de casualidades. Como os digo, fue hace años, en la terrible adolescencia —en mi caso no fue tan terrible, aunque, como a todos, me afectó profundamente—, cuando estaba empezando a intentar sacar la cabeza del nido y descubrir mundos nuevos que se me habían vedado. Uno de ellos era el del rol
Recuerdo que hacía no mucho había actuado el famoso asesino de la katana, al que estoy segura que recordaréis también, y el miedo hacia este mundo tan delicioso era patente; no es que se haya perdido, sino que el olvido ha hecho su efecto. 
En este contexto, mi madre decidió ceder ante el interés que mostraba por este mundo de fantasía épica en el que se conjugaban dragones, magia e incontables aventuras, y me regaló los tomos que he mencionado, y fueron los primeros de un mundo maravilloso que aún hoy recuerdo con emoción. Este fue el primero de la Dragonlance que leí, de Margaret Weis y Tracy Hickman, y la verdad es que comenzó un periplo que aún continúa. En este tomo da comienzo a una saga fantástica. 
Se nos presenta el mundo de Krynn, donde se desarrolla la trama, y a los principales personajes de la misma, Tanis el semielfo, Sturm Brightblade —le adoro—, Caramon y Raistlin Majere, Flint Fireforge y el travieso kender Tasslehoff, que se reencuentran después de haber emprendido un viaje en busca de los antiguos dioses, que ya sólo quedan diluidos a través del tiempo, de las creencias, y de las ciudades, porque han abandonado Krynn y a sus habitantes tras el Cataclismo. 
Es curioso cómo va desvelándose poco a poco todo este mundo de fantasía de la mano de las historias de los personajes. Grosso modo, me recuerda a El Decamerón, casi me los imagino sentados al fuego contando las historias, con sus aventuras y desventuras, con humor, valerosidad e, incluso, con momentos de plena ternura. Al parecer hay una película, pero admito que no la he visto, e, incluso, hasta un musical, y, si no estoy equivocada, está narrado por Raist. 
Creo que es porque, inconscientemente, es una forma de proteger mi idea de los libros. 
Supongo que puedo parecer bastante tiquismiquis, pero en realidad pienso que no deberían adaptarse las obras literarias a un espacio cinematográfico; desde luego que entretendrán y que serán más o menos acertadas respecto al libro, pero creo que la interpretación que se hace de un libro es algo muy personal, cada uno imagina una cosa diferente de los libros que lee, y, para bien o para mal, puede ser diametralmente opuesto. 
A mí me pasó con «El señor de los Anillos», aunque, cuanto más la veo, más me gusta.