28 de julio de 2020

Ella, que todo lo tuvo, Ángela Becerra

Creo que la sinceridad es inexcusable y he de confesar que la verdad es que este llegó a mis manos porque me gustó el título.
Me parece que encierra mucho más de lo que aparenta, no sólo porque podemos, en un momento dado, dudar de si es ella, referido a una mujer en concreto o Ella, un nombre propio, como averiguamos después, sino que ese tuvo indica más de lo que calla, nos habla de lo que ha tenido y ha perdido después, algo que quizá nunca más tenga, algo que fue sólo de ella y de nadie más y que ahora ha perdido.
Quizá le doy demasiadas vueltas al asunto, pero os lo dice alguien que no puede escuchar «Oxímoron» de Ismael Serrano sin acabar con un terrible dolor de cabeza por buscar todas las relaciones.
Ángela Becerra, una escritora colombiana de reciente "adquisición" por mi parte, por encontrarla hace no mucho tiempo, nos trae la historia de Ella, una escritora que tiene un accidente en un momento dado, y, una vez despierta, pide ayuda desesperada.
En el coche también viajaba su hija y su marido y no hay rastro de ellos; de hecho, en el hospital, le dicen que deje de preocuparse puesto que ellos no iban en el coche.
Sin embargo, no ceja en su empeño, ella está convencida de que la acompañaban, y se dedica a investigar durante un año qué pasó con ellos, sacando fuerzas de flaqueza para conseguir encontrarles y volver, aunque sea de forma diferente, a su antigua vida.
Como preludia el título, es un libro de ambigüedades, que trae y lleva, que duele y cura.
Y, si os digo la verdad, casi más que una novela, Ángela Becerra podría haber hecho un drama poético al viejo estilo, porque se advierten giros y formas más propios de la poesía que de la novela. En ocasiones hasta la propia historia pide los versos, pero es algo que se perdona cuando para conseguir sobrevivir la única forma que encuentra es la de hacer sobrevivir a los demás, un acto que, aunque en apariencia altruista, es mucho más egoísta de lo que se puede pensar, porque los exprime, hace suyo su dolor y lo transforma a una motivación.
El planteamiento de venderse a cambio de vida, por decirlo de alguna forma, me pareció muy curioso en el momento en que lo leí, principalmente porque sigue siendo algo tabú en nuestro mundo y porque nadie piensa que se pueda obtener algo tan terapéutico como la calma, sobre todo si es por gusto que se hace. Obviamente lo de ser obligada es algo tan diferente y tan dañino que debería ser erradicado.
Lo que veo es el poder de escuchar, algo tan simple pero tan olvidado, y a la vez el misterio, lo que nos ayuda a abrirnos sin necesidad de sentirnos vulnerables por no conocer a quien escucha, pero para Ella no es tan fácil, puesto que acaba siendo una especie de bipartición en su vida y lo que, en principio podría ayudarla, ahora podría destruirla.
Quizá esta novela sea, en última instancia, una advertencia en sí misma, y yo, desde aquí, os invito a leerla.

24 de julio de 2020

Las uvas de la ira, John Steinbeck


Mientras pensaba en qué libro debía elegir para cerrar prácticamente el mes de julio que tantísimos cambios nos está trayendo inmediatamente pensé en esta novela; cuando la tuve en mis manos otra vez y la releí, supe que había elegido bien. 
Porque más que una novela, es una crónica casi periodística, por la forma en la que está escrita, y muestra cómo una sequía en Oklahoma puede llevar a una familia, en este caso, la familia Joad a abandonar su granja en Dust Bowl —el nombre del lugar lo dice todo, ¿no creéis?— para llegar a California, una suerte de tierra prometida, para trabajar en lo que parece ser el paraíso de los jornaleros por la necesidad de mano de obra, y resulta curioso el relato que hace Steinbeck de esta familia, que se vuelca junto con la comunidad para luchar por la dignidad arrebatada desde el momento en que dejan atrás sus tierras, aquella que todo el mundo tiene, incluso en un mundo de penurias como aquél que quedó tras la crisis del 29.
De la mano de los Joad, vemos que la tierra prometida no es tal, sino que el resquemor, el rechazo y el despotismo de los terratenientes hacen que la insalubridad y el agotamiento campen a sus anchas, sin dejar títere con cabeza; decidido a cambiar las cosas, es el hijo de los Joad el que revindica sus derechos en pos de los de todos los demás trabajadores.
Esta obra bien podría ser, como dije antes, una crónica de las miserias que sufrió Estados Unidos en una época tan mala como la que sucedió a los «felices años veinte», que, aderezada con una sequía y acabada la novela con una inundación, casi recuerda a un éxodo divino.
Esta no es la portada que tengo, mi edición es de Cátedra - Letras universales, pero esta me parece que transmite más y mejor uno de los mensajes de la novela, quizá, el más importante de ellos. 
Al fin y al cabo, Steinbeck no dice sino la verdad cuando afirma que «al final de la escalera, la sucesión de patadas económicas acabaron afectando a los de siempre, a quienes ya antes tenían muy poco, o casi nada».
En los tiempos que corren, y a pesar de que ya se auguran cambios a mejor, es una novela muy recomendable, ya no sólo por la situación económica y lo que ello acarrea, sino desde el punto de vista del que tiene que migrar. 
Es un buen ejercicio ponerse en la piel de aquél que tiene que dejarlo absolutamente todo para buscar algo mejor, para mantener la esperanza de una forma u otra. A veces juzgamos demasiado rápido las diferencias sin pararnos a pensar qué llevó a esa persona a irse de su casa para volar, en el mejor de los casos, a un país extranjero, dejándonos llevar por los prejuicios que la diferencia conlleva.

19 de julio de 2020

Paraíso inhabitado, Ana María Matute

Aunque reconozco que en ocasiones me he agobiado por aquello de tener que publicar cada día, de tener que pensar en qué libro era el idóneo para añadirlo a este mes, de saber o no si iba a acertar con la recomendación, creo que he elegido bien trayendo el libro que hoy nos ocupa.
Como me he puesto sentimental, he decidido que hoy era necesaria una dosis extra de ternura de la mano de Ana María Matute, una de las más curtidas escritoras en el panorama español y, por qué no decirlo, una de las más luchadoras. 
«Paraíso inhabitado» es la historia de Adriana, una niña cuya vida no ha sido feliz precisamente y va adentrándose en el mundo de los adultos poco a poco, ese mundo que le resulta tan ajeno y tan extraño porque lo ve como insensible y hasta cruel en ocasiones, un mundo que a pesar de que va perteneciendo a él conforme pasan los años nunca la acepta y la fuerzan a crear sus propios mundos, llenos de fantasía y de intimidad. Y como trasfondo, la vida misma. La pérdida y adquisición de nuevos sentimientos y personas.
Aparte de porque es obvio que se lo merece dada su trayectoria y su condición, he elegido a Ana María Matute porque es una de las autoras que más me transmite cuando escribe, una de las pocas que es capaz de superar todas las capas de armadura y os aseguro que son muchas, a pesar de que, teniendo en cuenta que escribo en un blog de lo que pienso cuando leo un libro, no parezcan tantas— y hacerme llorar como una niña cuando la leo, algo que es difícil a pesar de ser la mayoría del tiempo la reencarnación de un oso amoroso recubierto de azúcar y nubes de gominola.
Como ya imaginaréis, lo primero que me hizo soñar fue la portada, que dice y calla tanto con ese unicornio rampante adornado de estrellas que evoca la pureza de la pequeña Adriana, la pureza de la niñez, en definitiva, que se hace extraña conforme vamos creciendo y olvidando todo lo que dejamos atrás, y después el título. 
La connotación de paraíso tiene múltiples formas. Borges decía que siempre pensó que sería algún tipo de biblioteca, algo que, como sabéis, comparto en parte, aunque para mí desde hace tiempo no está deshabitado, pero es mi pequeño reducto y así debe mantenerse, igual que vosotros tendréis vuestro propio paraíso, adaptado a vosotros y vuestras circunstancias. 
Creo que precisamente por eso es fantástico este libro. 
No sólo por lo que narra, sino por lo que deja para que descubramos y seamos parte de la historia.

14 de julio de 2020

La máscara de la Muerte Roja, Edgar Allan Poe

Hace tiempo que no os traigo un cuento, y creo que hace aún más que no os traigo uno de terror; así que mientras buscaba algo que leer, me topé hace unos días con este maravilloso cuento del maestro del terror gótico por excelencia, Edgar Allan Poe.
A pesar de que hoy en día estamos tan saturados y tan bombardeados con violencia y terror que cada vez se supera a sí mismo, este relato de mediados del siglo XIX sigue produciéndome inquietud cada vez que lo leo. 
No sé si se trata de la naturaleza humana que ante la enfermedad y la muerte sigue viéndose asaltada o si soy demasiado aprensiva; lo que no pongo en duda es la calidad de este cuento que, en sólo seis páginas, es capaz de conseguir su objetivo.
En una antigua región gobernada por el príncipe Próspero, que a semejanza de los príncipes de su tiempo —y creo que aún los de ahora— disfruta con copiosos banquetes, arte, música y los más diversos placeres, una devastadora peste, conocida como la Muerte Roja, destruye todo a su paso, dejando tras ella un reguero de muerte y destrucción. 
Tras conocer la terrible noticia, se encierra en su castillo con un selecto grupo de nobles para escapar de los efectos de esta enfermedad mientras la ciudad se sume en el más absoluto caos de devastación. Una noche, decide organizar el mejor baile de máscaras jamás llevado a cabo, en siete aposentos de su castillo, cada uno de un color con su vidriera del mismo exceptuando la negra, cuyas vidrieras son rojas como la sangre. Todos se pasean por todos los aposentos, excepto por la habitación negra, en la que un reloj marca fantasmagóricamente las horas, sumiendo a los invitados en el terror más absoluto; es entonces cuando el príncipe se fija en uno de los invitados, vestido de blanco con una máscara que representa a la Muerte Roja. Sintiéndose insultado, le persigue hasta la habitación negra, donde se revela como la personificación de esta enfermedad cruel y hace justicia.
Teniendo en cuenta la ambientación y la época en la que esta maravilla ve la luz, se aprecia que es una alegoría brutal y clara de la repercusión que tienen los vicios sobre la moral y la vida humana, pero también, como una suerte de justiciera, la Muerte Roja requiere lo que es suyo y estaba escrito, dejando claro que nadie es inmune a ella y que da igual el estrato o la ocultación; al fin y al cabo, se lleva a todos por igual sin importar el resto.
Ya lo decía Manrique, la muerte nos iguala a todos.

10 de julio de 2020

Iacobus, Matilde Asensi


Creo que hoy es el momento de hablaros de uno de mis placeres culpables, y los catalogo de culpables porque disfruté como una maldita cuando el tema se puso de moda hace unos años y, aunque ahora con la perspectiva que da la distancia y el conocimiento entiendo que el exceso tampoco es algo deseable, leí prácticamente todo lo que llegaba a mis manos acerca de la Orden del Temple.
Las prisas, otros intereses, la propia desgana, hacen que posterguemos la lectura a otro momento y, como en la mayoría de los casos, ese momento nunca llega, así que tengo como propósito personal sentarme al menos un rato antes de acostarme a pasar las hojas de un libro, y en estos días en los que no apetece ni salir ni pensar en nada alambicado este tipo de libros que tienen un punto justo de misterio, de historia y son afines a mis gustos son mi salvación.
Volviendo a lo de los placeres culpables la saturación de mercado de libros con estos temas propició estudios e interés sobre algo cuyo nacimiento y muerte fueron tan inquietantes y desconocidos que creo que merecen atención, mayormente por muchas cosas que disfrutamos gracias a ello; para empezar, conocimiento.
No puedo remediarlo, me fascinan.
¿Y cuál es una de mis novelas favoritas al respecto? Esta que escribió Matilde Asensi, desde luego.
A través de la historia de nuestros templarios, hace un magnífico retrato de lo que pudo llegar a ser la sociedad medieval, máxime estando influida por una regla tan rígida. Lo mejor es la forma de retrotraerse hasta el punto en el que Jacques de Molay, último Gran Maestre reconocido, es prendido en la hoguera y se envía al soldado Galcerán, de otra orden militar, a investigar las muertes profetizadas —¿o provocadas por los templarios a los que condenaba al ostracismo y quedaban en clandestinidad?— a la hora de la quema.
Si tuviera que elegir una palabra para catalogar este libro sería el conocimiento. Más bien la búsqueda de él. El camino que emprende Galcerán es un poco como un camino iniciático que comienza justo cuando se le ordena que investigue estas muertes, y digo que es camino iniciático porque deberá recorrer lugares y ciudades de poder, jugando con los misterios que en ellas mismas nacieron.
Matilde Asensi es una de mis autoras predilectas. He leído todas sus novelas y cada una me gusta más que la anterior. 
Quizá no sea... no sé, cualquier clasicazo que se os ocurra, pero a mí me entretiene y me llena, y considero que se documenta mucho y muy bien para escribir sus novelas, y eso a mis ojos la hace ganar muchos puntos.

5 de julio de 2020

Platero y yo, Juan Ramón Jiménez


Supongo que el culpable de la elección de este libro de Juan Ramón Jiménez es el sentimiento de recogimiento que tengo últimamente y que viene ligado a las circunstancias.
Supongo también que necesitaba sencillez y lo más puro que pude encontrar entre mis libros fue este burrito plateado casi hecho de algodón que me inspira la más profunda ternura.
A pesar de la apariencia de un libro insulso o la fría sensación de que es para niños exclusivamente —algo que niega nuestro Juan Ramón en su prologuillo—, se esconde tras sus páginas un trasfondo importante, un ciclo, un camino que culmina con la muerte de Platero y que es descrito con los mejores detalles y la mejor prosa de la que era capaz Jiménez, y eso ya es decir mucho.
Ambientada en la naturaleza de lo rural y con detalles que a los urbanitas se nos escapa, es capaz de mostrarnos el camino que recorremos inconscientemente, siendo el burrito una metáfora —a mi parecer, siempre a mi parecer— de una realidad que a algunos se nos antoja ajena, o que preferiríamos que nos fuese ajena.
Es curioso cómo algo tan trágico realmente como es la muerte de un ser querido, humano o no, cómo algo en apariencia tan habitual —porque por desgracia lo es— puede marcar tanto a una persona, y «Platero y yo», este libro que os traigo hoy, es quizá el canto más bello al más profundo amor y a la ternura. 
De todas maneras he de decir que este libro me recuerda a uno que comenté anteriormente, «El Principito», ya no sólo por la sencillez con la que se prodigan los más altos temas, sino porque tras una pátina de infantilismo imaginado encontramos temas candentes más propios de adultos, con un simbolismo que sólo alguien versado o avezado podría llegar a comprender. 
Es la realidad, la vida, la amistad y el amor infinito que se puede profesar dos seres los que tiñen de dulzura este libro, y los que hacen que esas lecciones veladas se hagan presentes y asumamos lo que no sabíamos que existía, muchas veces, de forma incondicional.
Yo me quedo con una de las frases de Juan Ramón Jiménez, que resume su concepción de la vida y acaso de su obra aunque aparezca en este libro: «Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas». Quizá así podríamos descubrir el porqué de muchas de las situaciones que nosotros mismos creamos o permitimos.