30 de marzo de 2019

Bordados, Marjane Satrapi


Me enamoré de los cómics de Marjane Satrapi la primera vez que llegó a mis manos Persépolis
Me fascinó cómo trataba la crudeza del tema con su buena dosis de cinismo, con cierta ironía, como si desprendiera la importancia que tenía algo tan serio como un golpe militar y la imposición de una teocracia con un movimiento desganado de la mano y mucho humor negro sobre el tema, porque hay que admitirle que todos admiramos, o por lo menos yo, esa forma de expresarse y de dibujar, con esas ganas de equipararse a santos para hacer justicia y de luchar con armas domésticas pequeñas batallas que la llevan a vencer.
Así que como me gustó tanto y es un cómic que no he dejado de leer desde aquella primera vez decidí que su obra era algo que tenía que tener en cuenta para esos momentos en los que no pudiera centrarme en una lectura más densa y necesitase algo en apariencia más ligero, y digo en apariencia porque si habéis leído, pongamos como ejemplo ya que nos atañe, cualquiera de estas dos novelas gráficas sabréis que de ligero no tiene nada. Pero ya sabéis, «con un poco de azúcar esa píldora que os dan...».
De este modo llegó «Bordados» a mis manos, un cómic que podríamos catalogar de costumbrista puesto que la historia que narra, y siguiendo la definición, refleja los usos y costumbres de una sociedad, y si bien no pierde ese cariz autobiográfico, pues la autora es personaje y narradora al mismo tiempo, no deja de reflejar una parte de la sociedad árabe, en concreto la de las mujeres iraníes, las pasadas y las presentes. 
A la hora del té y mientras los hombres duermen la siesta ellas «airean el corazón», esto es, despotrican de diestro y siniestro, rememoran viejas historias de amor y desamor y se ponen al día entre ellas mismas, tejiendo una red entre ellas que ninguna vicisitud puede romper. 
Es indescriptible la fuerza que puede guardar dentro de sí una persona que ha pasado tanto y que ha visto tanto. Y a la vez cómo narra historias que todos conocemos pero que nos negamos a admitir. 
Y me resulta maravillosa la forma que tienen de contar sus historias, sus penas y sus alegrías, y cómo se comparan con las occidentales sin saber que en el fondo todas tenemos las mismas cuitas. Son sencillas y directas, y por eso quizá llegan tan dentro. 
Es bueno porque es verdad, no son caricaturas de las mujeres, ni siquiera de las mujeres iraníes. Cualquier lectora puede identificarse en ellas, yo misma estuve enseñándole páginas a mi mejor amiga mientras lo leía y se lo recomendaba sin haberlo acabado siquiera, y ahora os lo traigo a vosotros para que también los disfrutéis, a ser posible con un té en la mano para sentiros en la tertulia de las señoras que ilustran el cómic. 
«El amor es todo lo contrario al sentido común», afirma en un momento una de los personajes que dan vida a estas páginas, y esa mezcla de cinismo, decadencia e indiferencia me resulta muy punk. 


26 de marzo de 2019

Los escarabajos vuelan al atardecer, María Gripe


Reconozco que a veces me cuesta sentarme a escribir este blog. 
Lo empecé hace muchos años casi por casualidad, por una especie de reto, y lo seguí hasta aquél parón tan amplio en el que no me veía ni con fuerzas ni con ganas para seguir escribiendo. Y ahora he vuelto y llevo unos meses en los que, en cierto modo, me obligo a volver cada día y recuerdo que al principio la verdad es que no sabía muy bien cómo reseñar. Puede que ahora tampoco sepa cómo, pues sé que a veces divago demasiado, pero admito que a fuerza de práctica he ido aprendiendo a sacar lo más importante de cada lectura y a relacionarlo con lo que me inspiró en ese momento, y espero mejorar con cada libro que os traiga.
No estaba muy segura de cómo hacerlo —a veces sigo sin estarlo— y de por cuál empezar. Hay muchísimos libros y casi todos me gustan, ya lo sabéis, pero en el momento en que me siento a escribir estas letras este libro de Maria Gripe que os traigo hoy estaba muy cerca de mí en el escritorio. 
Me lo regaló una amiga de mi madre un verano hace muchísimos años para que lo pasara leyendo, aunque con lo finito que es me duró una tarde. A pesar de que prácticamente lo devoré me gustó mucho, muchísimo, tanto que años y años después sigo leyéndolo y teniéndolo cerca. 
Tres niños, Annika, Jonas y David, acceden a cuidar las plantas de una quinta durante el verano mientras su dueña se encuentra fuera. Allí, una de esas plantas les llama profundamente la atención, la Selandria, una planta cuya flor tiene preciosos pétalos azules y que, incomprensiblemente, parece conocer a la gente, parece estar ligada a los sentimientos de la gente y ser sensible a ellos. Mientras los niños están en la finca David recibe llamadas de teléfono de la dueña en las que juegan ambos al ajedrez y ella les va proporcionando pistas al respecto de la historia que cuenta y que esconde la planta.
Durante el tiempo que pasan allí investigan el pasado de la quinta recorriéndola, y descubren unas cartas que les traslada a la Suecia del siglo XVIII y a una historia de amor desgraciado cuyo escenario fue la casa y que tuvo el principio del fin con unas estatuas traídas de Egipto. El párroco Lindroth será también una ayuda inestimable para descubrir el misterio, desarrollándose la novela entre la iglesia y la propia finca Selanderschen.
Creo que en esta época en la que el libro llegó a mis manos ya se perfilaban mis intereses. Siempre he sido una fanática de Egipto y su mitología y del misterio, y empezaba a demostrar interés en el ajedrez, un juego de mayores —para mí en ese tiempo— que me gustaba especialmente, y la verdad es que no es una novela juvenil al uso, y me explico. 
Sin ánimo de generalizar, y siempre de acuerdo con mis experiencias lectoras, me ha parecido que la mayoría de las veces en que las novelas van destinadas a niños o a adolescentes están cortadas por el mismo patrón, como si se tratase de una fórmula mágica que les indujera a leer, y la verdad es que no creo que sea una postura correcta. Si bien consigue lo que se pretende, cuando ya has leído la octava o la décima te aburre porque sabes qué va a pasar, los estereotipos que te vas a encontrar y la resolución que tendrá. 
En este caso no es así, y no porque sea un libro tan especial para mí. Maria Gripe consigue dar los golpes de timón necesarios para que lo que predecimos se quede en agua de borrajas y cambie por completo. Y el viaje en el tiempo que hace entre el siglo XVIII, el XIX y la actualidad es altamente interesante porque refleja que, aunque en tiempos diferentes, hay cosas que, al fin y al cabo, nunca van a cambiar, y esas pinceladas de mitología y misterio hacen de esta novela una lectura necesaria y deliciosa aunque hayamos dejado atrás aquellos años de niñez que en retrospectiva se antojan tan felices. 

22 de marzo de 2019

Presentimientos, Clara Sánchez


Como sabréis si lleváis leyéndome tiempo o habéis leído la columna en la que explico el por qué de este blog soy filóloga, hispánica para más señas, y cuando hice la carrera, entre las asignaturas de literatura, tenía como es natural una lista de libros de lectura de los que luego tenía que examinarme. 
En una de ellas, además de mi idolatrado Eduardo Mendoza, aparecía este libro de Clara Sánchez, un libro que no me llamaba mucho la atención al principio, y sin embargo, una vez comencé a leerlo, me sorprendió gratamente.
Lo que comienza siendo una historia aparentemente normal de una pareja que va de vacaciones a la costa desde el caluroso Madrid cambia por completo cuando Julia, nuestra protagonista, descubre que ha olvidado la leche de su hijo y decide ir a buscarla a una farmacia. Es en el camino donde tiene un accidente y queda suspendida entre el sueño y la realidad, aunque ella no sabe que lo que vive está solo dentro de su mente. 
Su único afán es encontrar a Félix, su marido, y a su hijo, al que teme dejar con hambre. Profana en ese pueblo de vacaciones lo que la guía es su instinto de supervivencia y la certeza de que ya conoce a las personas con las que se encuentra. Conoce sus historias pero no sabe por qué. Es irreal, nunca había estado allí, pero todo le resulta familiar, son caras conocidas y deambula buscando comunicarse con su marido y una salida. 
Después del accidente el libro se divide en dos: por un lado, la historia que vive Julia en su sueño continuo, una realidad paralela que su mente crea para saber qué decisión tiene que tomar, los caminos que recorre y las acciones que lleva a cabo; por otro, la historia que vive Félix, desesperado, tratando de cuidarla y de despertarla. 
A pesar de este sueño Julia tiene conciencia de lo que pasa a su alrededor aunque no sabe muy bien por qué, siente los estímulos, oye las voces y se refugia en ellas para seguir adelante.
La verdad es que al principio no me pareció muy interesante.
Llamadme morbosa pero es que hasta que no se produce el accidente, que ella ve como ajeno, y es algo que una vez se adelanta la escritura te enciende la chispa en la cabeza, el libro no empezó a atraparme.
Es muy curiosa la dicotomía que plantea entre sueños y realidad y la relación que sucede entre ellos, las dudas que crea y lo que puede crear la mente en un momento así. No es que lo haya vivido, naturalmente, pero todos hemos soñado alguna vez.
Este libro ha hecho que, una vez más, me acuerde de que los prejuicios hacia los libros son eso, prejuicios, y hasta leerlos completamente no se debería pensar en inconvenientes que puedan tener. 
Os lo recomiendo encarecidamente. 

19 de marzo de 2019

La deuda de Eva, Alicia Giménez Bartlett


Es curioso cómo al final todos olvidamos que nuestra valía no radica en cómo aparentamos ser sino que más bien es cosa de constancia, tesón y empeño, y que lo que realmente permanece y acaricia la eternidad son nuestros actos y la inteligencia con que seamos capaces de desenvolvernos. 
No voy a decir que las mujeres hemos estado oprimidas a lo largo de los siglos y que, por desgracia, en muchos sitios, incluso en algunos en los que no esperaríamos tal trato, sigue siendo así porque es un hecho constatable.
Tampoco voy a culpar a los hombres de todos los males del mundo porque aunque es indudable que tienen parte más bien lo contemplo como algo que trasciende a los siglos y al género, algo que va de la mano con la humanidad misma. 
Me parece que todos, da igual quiénes seamos, tenemos parte de culpa al perpetuar estereotipos que nos son impuestos o nos imponemos nosotros mismos. Sueños imposibles de belleza, de estatus, de dones no repartidos entre todos. Nosotros los establecemos y los perpetuamos, y luego nos quejamos de que existen mientras los mantenemos aunque sea de forma inconsciente. 
¿Pero qué es la belleza? Algo completamente subjetivo.
Y es precisamente la carencia de belleza o encantos, consideremoslo así, lo que une a las mujeres que protagonizan este libro de Alicia Giménez Bartlett
Las caracteriza esta carencia y el poder casi absoluto, a veces en la sombra, a veces sin ocultarlo, alejándose de lo socialmente esperado para una mujer y convirtiéndose en las que han conseguido destacar en un mundo que les daba la espalda por la mentalidad de la época o porque la falta de costumbre siempre ha hecho estragos.
Este ensayo hace un repaso por todas aquellas mujeres que han hecho historia sin necesidad de pertenecer a nadie más que a ellas mismas, aunque el mundo no esperara mucho de ellas, y me ha encantado, la verdad. 
Es un gran libro, una obra que debería estar en cada anaquel de cada estantería, porque es una forma de reivindicar la valía de todas aquellas mujeres que han construido en silencio obligado parte de lo que somos, como un canto a la feminidad no tradicional que es tan válida como la feminidad que se esperaba de ellas. 

15 de marzo de 2019

Bienaventurados los sedientos, Anne Holt



No me puedo resistir, y tampoco lo pretendo, a la novela policíaca
Creo que habré leído cientos de libros del género y nunca, nunca me canso, no sé qué tiene pero me enamora.
Quizá en otra vida fuera algo así como Sherlock Holmes, quién sabe. 
El caso es que, hoy por hoy, aunque Aloysius Pendergast siga siendo mi detective de ficción favorito —y dejo como voto traéroslo más pronto que tarde—, la novela policíaca en auge es la escandinava, y es algo que también me encanta porque personalmente es una zona que me fascina.
Anne Holt es noruega y escribe maravillosamente bien como sabréis si os habéis dejado llevar por sus páginas, y en esta ocasión nos cuenta la situación a la que se debe enfrentar Hanne Wilhemsen, la detective que aclarará la trama. 
Esta hace acto de presencia cuando, en un mayo especialmente caluroso, se encuentra una caseta abandonada en Oslo llena de sangre, hasta el punto que parece que la han echado con una manguera, y en una de las paredes se encuentran ocho números escritos con la misma sangre —como habréis adivinado son los números que ilustran la portada—; sin embargo la escena del crimen carece de lo esencial en estos casos, la víctima, y todavía no están seguros de que la sangre derramada pertenezca a una persona.
Semanas más tarde se repite el patrón, aunque esta vez sucede en una aparcamiento, y otra vez esos números que dicen todo y no dicen nada, porque como ocurrió en el suceso de la caseta no hay testigos ni cuerpo que pueda ayudar a la policía a esclarecer el caso.
Paralelamente se produce una violación en el fin de semana entre ambos regueros de sangre, y ahora es cuando cobra sentido el título de la novela, porque por la fecha y por el acto se considera que los supuestos asesinatos —ya que no hay cuerpos— y la violación están relacionados entre sí, aunque por algún motivo no se finalizó la macabra obra.
Ya no es la policía la única interesada en el caso. El padre de la chica violada, hastiado por el descontrol y lo que él considera desatención por parte de la policía, toma las riendas del asunto para saber quién fue el canalla que atacó así a su hija, y su rabia se hace nuestra conforme pasan las páginas y se va desarrollando el caso.
Me parece una lectura deliciosa y excelente.
Es una novela redonda, de verdad, creo que pocas veces he sentido la emoción que sentí cuando leí la última página y cerré el libro. Como os mencionaba la rabia del padre la vas sintiendo como lector mientras pasas las hojas porque es un caso intenso, muy intenso.
Lecturas como esta me confirman que el futuro de la novela negra está allí en Escandinavia, que, per se, no deja de ser una tierra misteriosa y llena de historia, llena de tradiciones, que por su poca población cada ciudad es casi como un pueblo y es un marco incomparable para ponerlo como centro de asesinatos que necesitan resolución. 

12 de marzo de 2019

Diabulus in musica, Espido Freire


¿Sabéis cuando queréis escribir sobre algo y no hay manera porque aunque os sentéis delante de la página en blanco —o del hueco en blanco cuando se trata del blog— y es materialmente imposible por más que lo intentéis en días diferentes?
Pues algo así me ha pasado con este libro.
Me lo leí hace un montón de tiempo y hasta hoy he sido incapaz de dejar que fluya la reseña, no sé si con mayor o menor acierto, pero hoy os traigo este libro de Espido Freire.
El «Diabulus in Musica» es la forma peyorativa con la que los monjes medievales se referían al tritono, un intervalo de cuarta. Se suponía que el Diablo mismo se colaba en la música a través de este intervalo y, por tanto, era menester evitarlo para no caer en herejías que pudieran conllevar problemas serios. Y en base a la idea de que el Diablo sigue estando en todas las cosas y que puede llegar en cualquier momento Espido Freire construye una historia de amor que está marcada por la música, siendo esta el eje que rige los destinos, especialmente el de la protagonista, que cuenta su historia en retrospectiva. 
Me gusta la connotación musical que encontramos ya en el título del libro y por extensión en toda la novela.
La música siempre ha sido una espinita que he tenido clavada —sí, y ya van ochocientos millones de espinas que tengo clavadas de cosas que he querido hacer y que no he podido y que, tal vez, ya nunca pueda—, y leer este libro, este tipo de libros, con estas referencias la verdad es que me satisface bastante.
Espido Freire es una escritora muy particular, porque aunque no sepas quién es el autor de la novela en cuestión, una vez has recorrido su bibliografía puedes identificarla. Tiene unos giros muy propios, una forma de escribir muy suya, y la verdad es que a mí eso me parece un gustazo; lo considero como una suerte de intertextualidad bastante interesante que hace que, aunque entre sí aparentemente no tengan relación, sus libros sean una especie de saga, como si no tuviera fin.
Lo que realmente me convence de ella es la fantástica forma que tiene de caracterizar psicológicamente a los personajes, hasta el mínimo detalle está escrito, y si no lo está se intuye, así que es fácil identificarse, por ejemplo, con la protagonista del libro. 
Creo que ya puedo respirar tranquila, porque ya me daba hasta cierto pudor posponerlo tanto con lo mucho que me ha gustado la lectura.

10 de marzo de 2019

La Historiadora, Elizabeth Kostova


Debo admitir que no me planteé traer este libro de Elizabeth Kostova hasta hace poco, porque la verdad es que la primera vez que lo leí me resultó complicado  engancharme a él aunque me fascinen los vampiros y el vampirismo y no me gustó para nada.
Lo terminé porque no soporto dejarme libros de primera lectura sin acabar y lo metí en un cajón recóndito de la memoria, donde no podía encontrarlo.
Hace no mucho, sin embargo, me lo volví a encontrar limpiando una estantería, y me resultó bastante más amable que la primera vez que llegó a mis manos, si bien sigo mostrando cierta reticencia hacia el resultado final.
El eje del libro se resume en la búsqueda de la tumba de Vlad Tepes en tres épocas históricas diferentes, y se sirve de esta búsqueda cuajada de obstáculos —no podía ser de otra forma— como detonante de la reflexión sobre el hombre y el mito y todo lo que le rodea.  
No voy a negar que tiene ciertos momentos de lucidez en tanto puede representar en ocasiones una suerte de reivindicación de las bibliotecas, de esos lugares tan sumamente atrayentes como recónditos, del placer de la investigación —se supone que Kostova estuvo investigando diez años para escribir el libro y eso no es para desmerecerlo— y las dudas y el misterio que acechan entre las estanterías donde los libros guardan polvo y recuerdos, pero aun así tiene algo que no termina de convencerme. 
La descripción de paisajes es un auténtico lujo, pero a mi parecer sobra el enlace sentimental que acaricia la obsesión en muchos momentos durante el libro. No lo veo necesario para vertebrar la novela, o por lo menos no para esta novela. Creo que el peso de la investigación y la historia debería haber pesado más que la relación, pero supongo que es cuestión de gustos. 
No es que sea una insensible —o sí, no lo sé—, pero al final puede llegar a confundir la mezcla de estilos que utiliza para escribir. Llegado cierto momento acabas dudando de si estás leyendo una novela con tintes históricos —que los tiene— o un culebrón televisivo.
Estoy abierta al debate si lo habéis leído. 


6 de marzo de 2019

Aún te quedan ratones por cazar, Blanca Álvarez


Hoy me he puesto más tierna de la cuenta, lo reconozco, y no es algo que me guste mostrar especialmente porque acabo sintiéndome vulnerable y sumergiéndome en pensamientos extraños que normalmente ya no me visitan.
Y como me sentía pequeñita y frágil —aunque parezca mentira lo soy— decidí que lo mejor para traeros hoy era una novela entre infantil y juvenil, algo breve y delicado al mismo tiempo que me hiciera sentir mejor.
Así es este libro de Blanca Álvarez, breve y delicado, casi como una caricia suave, y me ha hecho sentir bien desde que he visto la portada, primero porque me parece muy muy tierna y porque el gato que la ilustra se parece al mío. 
Lo bueno de ser un libro así es que no se omite la posibilidad de narrar una época terrible como fue la Segunda Guerra Mundial —perdón si estoy un poco monotemática—, sobre todo su impacto en Japón, que fue uno de los países que más penalidades sufrió por la ineptitud de las personas al cargo. 
En un contexto de guerra no se puede estar precisamente alegre, pero Ryo, el muchacho que servirá de eje a la novela, no lo entiende, o no lo quiere entender. 
No entiende por qué su padre está lejos de su Nagasaki natal, no entiende por qué su amiga Reyko no parece la misma persona que él recordaba, no entiende por qué su madre está triste y no entiende por qué su abuela ya no es el pilar irrompible de la familia, sino que poco a poco se desgrana como se desgrana el país, cada vez más roto por la guerra. 
Así que Ryo tiene que madurar y ver la vida de otra forma, y quien le ayudará a asumir este cambio es su gato, que le guiará a través de esta transformación tan importante para recuperar las riendas de su vida y también recuperar a Reyko.
Con las enseñanzas de su gato descubre que la solución está en él mismo y que deberá pelear duramente para poder volver a tener su vida en su lugar.
De verdad que es un libro que te llega al corazón porque no expone los hechos desde el rencor, una opción que la mayoría de nosotros tomamos solamente para protegernos, y no seré yo quien juzgue las acciones de los demás; expone los hechos desde la necesidad de seguir adelante, de pasar página y descubrir que los hechos, cualesquiera que estos sean, hacen mella en nosotros para bien y para mal, y nos hacen madurar y saber qué es lo que queremos y lo que no queremos hacer en el futuro, aunque, por desgracia, también está en la naturaleza humana el no aprender de los errores y seguir repitiendo el mismo patrón una y otra vez. 
A veces está bien volver a ver la vida desde los ojos de un niño, y la pizquita de ayuda necesaria es la que nos da la perspectiva de una fresca novela juvenil que tiene diferente significado dependiendo del momento en que te dejes llevar por ella. 

3 de marzo de 2019

84, Charing Cross Road, Helene Hanff


Últimamente estoy poco receptiva en general.
Los dos o tres libros que he terminado estos días atrás me han dejado fría. El final, para mi gusto, ha sido muy precipitado y no acorde con el desarrollo de la historia, aunque quizá sea porque en ocasiones soy un poquito intransigente con según qué cosas.
Y haciendo repaso de mi biblioteca, tanto digital como física, para empezar con este mes encontré este libro que os traigo hoy, un libro que me pareció bastante original en el momento en que lo leí.
Helene Hanff nos transcribe veinte años de correspondencia entre el dueño de una tienda de libros usados londinense que le proveía de los clásicos de la literatura británica y ella misma, una escritora americana prácticamente desconocida en los años en los que se desarrolla el libro, justo después de la Segunda Guerra Mundial.
A lo largo de estos años se ve cómo lo que empieza siendo casi una relación meramente comercial se va afianzando y convirtiéndose en una más personal, llegando incluso a enviarles alimentos para paliar los efectos del caos en que se sumió Europa tras la guerra, y me gusta ese detalle, porque las cartas se tornan personalísimas, casi amorosas, con su toque de rareza, y esto no es más que el reflejo de que en ocasiones no hace falta ver a alguien para conocerle, para quererle.
Será, tal vez, que siempre me han gustado las cartas, tanto escribirlas como recibirlas.
Guardo como un tesoro en una cajita todas las que me han escrito junto con las postales, y de vez en cuando me gusta leerlas y disfrutarlas, pensar en mí en esa época —y en todo lo que he cambiado— y pensar en las personas que las escribieron, lo que me unía a ellas y lo que, en según qué destinatarios, ahora me separa. 
El hecho de escribir las memorias en forma epistolar me enamoró, debo admitirlo. 
Me resulta curioso ver en este libro cuánto hay de nosotros en lo que escribimos, en la vulnerabilidad que queda marcada en el papel mientras lo hacemos y, la verdad, el retrato que hace de la posguerra, de la carestía derivada del conflicto y de dos sociedades hermanas y contrapuestas como es la estadounidense y la inglesa. 
Lo que logra Helene Hanff en este libro me resulta maravilloso, así que creo que sería interesante que le dierais una oportunidad porque quizá os sorprenda.