29 de octubre de 2020

Gomorra, Roberto Saviano


No hay manera, siempre caigo.
Me considero una lectora avezada puesto que llevo toda mi vida leyendo, prácticamente desde que tengo uso de razón. La lectura es un pilar fundamental de mi vida y creo que tengo ojo para seleccionar libros que van a gustarme, pero a veces mis creencias fallan estrepitosamente porque me dejo llevar un poco por la fama —soy humana, qué le voy a hacer— y me llevo chascos.
No voy a negar el indudable valor —o inconsciencia— de Roberto Saviano al escribir este libro documentándose como se documentó, pero no puedo dejar de sentir que le falta algo. 
Desde luego no la verosimilitud, pero sí algo que no logro identificar plenamente. 
En vista del revuelo que se formó con el tema de las amenazas al autor, los fotomontajes que se hicieron con su muerte y demás parafernalia surgida en torno al libro y a su artífice —no voy a negarlo aunque me equivoque de lleno y es posible que lo haga; viéndolo en retrospectiva y teniendo en cuenta que vive protegido el equívoco es más que probable, pero sí que creo que se hinchó un poco el tema para publicitar el libro—, pensé en mi inocencia que sería una suerte de compendio de documentos incriminatorios, de, no sé, palabras que mostraran una realidad —por desgracia— que se sigue dando en muchas partes y que proliferan sin que se pueda evitar porque desde el más bajo hasta el más alto está más o menos toqueteado por estas corruptelas, y esto, mal que nos pese, es una realidad, aunque es más evidente en unas zonas que en otras. 
Después de haber leído unos cuantos libros relacionados con la mafia, tanto de ficción como documentales y demás, en cierto modo, poniéndolos al mismo nivel, este se quede cojo de alguna forma, pero quizá sea por la idea mental que me hice del libro y no por el libro en sí, lo reconozco.

24 de octubre de 2020

Diario de invierno, Paul Auster


Para prácticamente acabar el mes, otro que cierro escribiendo aún para vosotros en este pequeño anaquel virtual que poco a poco va creciendo, nada mejor que la sordidez autobiográfica de Paul Auster, un autor que siempre me sorprende, y para bien además. 
Y si digo sordidez es con razón. 
Paul Auster no es que sea el colmo de la delicadeza o el prototipo de escritor que miente o adorna para decir la verdad, más bien al contrario, y puede que por eso me guste tanto. A veces se necesita la crudeza, un golpe de realidad que te centre. 
Si por algo se caracteriza es por su estilo directo, no exento de descripciones que podrían escandalizar al más puritano y por no guardar nada, sea bueno o malo. 
Leyendo este libro da la sensación de ser un hombre pleno, que no se arrepiente de nada, a pesar de que le pueda atormentar la situación de la vejez que ya cae sobre sus hombros.
Este libro es una mirada atrás, un balance de una persona que a pesar de ser un escritor renombrado y de éxito, es indudable, se considera casi el más vulgar de los mortales, y esta obra es su justificación, la muestra de que es un ser humano más que supo estar en el sitio correcto en el momento correcto.
Y ya sé que puede ser controvertida la elección que he hecho, por lo intimista y personal, y porque, seamos sinceros, tiene libros con más chicha que este, pero a mí me encanta leer biografías, sobre todo si son propias, porque las exageraciones suelen tender a empeorar las cosas, no a decorarlas con mitologías que luego se revelan como falaces. 
Soy de las que piensa que la verdad se encuentra en lo empeorado más que en lo mejorado, porque la imaginación puede ser traicionera y alejarse de lo sucedido y la miseria siempre estará ahí, en mayor o menor medida. 
Además, ¿quién mejor que uno mismo para contar su vida?
Para mí, este otoño acaba de comenzar, y espero que sea una época de cambios aun cuando los cambios no me gusten demasiado, pero no sé si por optimismo o por estupidez espero que el cambio haga que todo vaya a mejor y que refuerce los lazos ya tendidos y cree otros nuevos que solidifiquen y permanezcan. 

19 de octubre de 2020

El castillo, Franz Kafka


Este checo me puede. Y el género de este libro aún más.
No sé si os habéis fijado en que el libro que decidimos leer depende de nuestro estado de ánimo, a mí, por lo menos, me pasa. Y cuando estoy más triste me da por echarle mano a obras repletas de símbolos, de oscuridad, de complejidad, y hace un par de días no es que fuese yo precisamente unas castañuelas.
Así que, rebuscando entre la estantería que tengo más cerca, el único que cumplía con estas características era el libro que os traigo hoy, una obra inconclusa de Kafka que, personalmente, y aun después de haber leído «La metamorfosis», me sorprendió la primera vez que me perdí entre sus páginas.
K. es nuestro protagonista. Un agrimensor que acude a un pueblito, una aldea, contratado por los propietarios del pueblo, que viven en un castillo. Y todo parece controlado por este castillo, desde los permisos para alojarse en una posada del pueblo como hasta el más nimio detalle, y K. tiene que ir descubriendo en esos seis días las motivaciones, los usos y el motivo de la presión y del control que parece ejercer el castillo sobre los habitantes de la aldea, algo que no parece sano, sino que torna en una atmósfera opresiva de la que acaba el lector siendo parte.
Desde luego, tiene múltiples lecturas. 
En un primer recorrido, caemos en la cuenta del camino que tiene que superar K. para finalmente trabajar como lo que le han contratado; sin embargo, paralelamente se advierte la crítica hacia el férreo control que ejerce el castillo sobre los habitantes, equiparándolo desde un punto de vista claramente metafórico al Estado o, tal vez, a la religión.
Me gusta la diversidad de interpretaciones que se le puede dar a esta obra, que, como casi todas las suyas me atrevería a decir, gira en torno a la alegoría más dura, más brutal.
Creo que es imposible hacer un análisis del libro en el sentido de que lo que yo puedo interpretar viene delimitado y condicionado por mis circunstancias personales, por mis ideas —tanto políticas como sociales, etcétera— y por lo que ya he leído antes, tanto de él, como de otros autores, como del propio tema del simbolismo y de la metáfora, aunque está claro que hay unos temas evidentes que no se pueden obviar de la concepción que yo, o vosotros, mis queridos lectores, pueda llegar a adquirir de la obra. Y puede que sea esto lo que me guste más. 
La diversidad de opiniones abre un debate bastante interesante, y, lo más importante, nadie tiene la verdad absoluta. Sólo a través de este hipotético debate en, por ejemplo, un club de lectura, se podría llegar a acariciar el fin último de la novela y su significado, y me parece bastante agradable que la linealidad se diluya para dar paso a múltiples lecturas e ideas, porque de libros sosos están los anaqueles llenos.

14 de octubre de 2020

Niebla, Miguel de Unamuno


Hoy el tiempo me ha recordado a esta fantástica novela. 
No es que hiciera niebla, pero había algo de atípico —es evidente— en todo ello, y me hizo pensar y rebuscar en las tablas de mi memoria hasta que encontré este texto que muchas veces me ha calmado transportándome a un mundo ajeno pero cercano a la vez.
Y es que de la mano de Miguel de Unamuno surge esta maravillosa novela, su nivola, porque es novela pero no lo es, porque se aparta de las características habituales y porque, a pesar de todo, no forma parte del amplio espectro que mantenía la novela realista de finales del siglo XIX en el que vivió nuestro autor. 
Precisamente es este término, y no otro, el que subtitula la novela que hoy he elegido.
Es la historia de Augusto Pérez, un hombre normal, abogado y fascinado por el ajedrez que está atormentado, una vez muere su madre, por un enorme conflicto interior que le lleva a pensar en el suicidio, a pesar de tener una vida más o menos resuelta, por la herencia de su madre muerta, viuda y ricachona, y el amor que, al principio, encuentra en la joven Eugenia, y que a la vez será la gota que colme el vaso. 
Es con esta duda sobre el suicidio —tan poético y propio de la época justo anterior— que acude al propio Miguel de Unamuno, donde se sucede una profunda revelación metafísica tomando el autor el papel de Dios y el asentamiento de las bases de la filosofía unamuniana, revelándole que no es sino una creación y que todos, todos, habremos de morir. 
La rebelión contra su existencia, o su no existencia, queda patente cuando muere, o desnace, finalmente, pero antes habrá un compendio de situaciones más o menos dispares en las que las dudas existenciales parecen jugar con ventaja la partida.
Creo que, además de las evidentes revelaciones de las que hace gala y el planteamiento de las dudas existenciales antes mencionadas, es un perfecto ejercicio de autoconocimiento y rebeldía en tanto que el conformismo se cierne sobre el protagonista y él intenta escapar. 
Es todo un rechazo, una declaración de intenciones que se hará patente en cada una de las palabras de la nivola. La filosofía que impregna toda la obra la hace reflejo de las luchas contra contra uno mismo, las peores y más cruentas que pueden existir.
Un libro imprescindible.

10 de octubre de 2020

Jaque a la reina blanca, José Miguel Carrillo de Albornoz


Debo confesar que soy una ferviente lectora de todas las novelas, ensayos y biografías que caen en mis manos relacionadas con aquellos que ostentaron en las monarquías un poder casi divino, sin ninguna traba a sus deseos o caprichos. 
No sé exactamente el motivo, quizá sea porque adoro la historia en todas sus formas y la historia, sin esas monarquías omnipotentes en la mayoría de los casos, no sería la que es. 
Por esa razón empecé a leer a José Miguel Carrillo de Albornoz, un hombre cuya trayectoria, imagino que por su pertenencia a la nobleza, está repleta de figuras históricas y sus vidas, y aunque muchos de sus libros me han encantado, este quizá es el que más me llegó, porque se dedica a una reina olvidada —algo demasiado frecuente en este país, y no sólo con reyes y reinas— que, sin embargo, en muchas ocasiones fue trascendental para la historia de España, madre de dos de sus reyes y consorte de aquél que hubo de cambiar a la todopoderosa, aunque ya en franca decadencia por la endogamia, por lo menos en España, Casa de Austria para implantar la Casa de Borbón
Claramente estoy hablando de María Luisa Gabriela de Saboya, reina consorte de Felipe V
Este libro que os traigo hoy es una magnífica biografía de esta mujer a la que tocó presenciar uno de los conflictos del siglo, la guerra de sucesión, y la que tuvo que sufrir las intrigas de una corte advenediza —no en vano los viejos luchaban por permanecer y los nuevos luchaban por deshacerse de elementos de un régimen anterior—, y, por si no fuera suficiente con la volubilidad del pueblo español —seamos sinceros—, tuvo que enfrentarse a los mandatos de Francia, que pretendían hacer de su marido un rey títere que sirviera a los intereses de la casa de Borbón y no del país que le había acogido como rey.
Ya sé que las biografías, aunque estén en parte noveladas, no suelen ser plato del gusto de todos, pero a mí me resultan una forma muy interesante, y, sobre todo, didáctica, de aprender más sobre este o aquél periodo concreto, porque al fin y al cabo las personas de las que se tratan son producto de su tiempo, y este tiempo es producto de las personas que lo habitan.

6 de octubre de 2020

El último encuentro, Sándor Márai


La verdad, cuando ya han trascurrido muchos años de ella, resulta casi una expiación. Y este es el eje de la novela que os traigo hoy, que ha sido una noche de insomnio como hacía tiempo que no pasaba, de esas que suelen traerme a la memoria pequeñas joyas guardadas en el olvido como esta.
Sándor Márai es un autor húngaro que descubrí casi por casualidad, a pesar de estar asentado como literato más que de sobra, no había tenido nunca el placer de encontrarme con su prosa, dinámica, pero fuerte y conmovedora, que, una vez pruebas, siempre quieres más.
La verdad, como decía, arrastra todo lo demás. La melancolía, la ética, la moralidad y el silencio, y son estos puntos de creación de la humanidad como ente abstracto. 
El problema es que todo se acepta con el tiempo, y una vez este ha transcurrido, no hay nada que hacer, porque todo lo que se tenía que llevar ya ha sido arrastrado, y las viejas glorias y esplendores alcanzados ya han sido olvidados. Y además de la verdad, lo que une a los protagonistas es una vieja amistad que se ha distanciado pero que, en un momento dado, se reencuentra para volver a sacar a flote todo aquello que se creía oculto en un baúl de la memoria.
Si me leéis con cierta asiduidad, o si, por casualidad, habéis topado con una de mis notas en las que dejo entrever retazos de mí, sabréis que una de las técnicas literarias que más me gustan —y de las que me temo que abuso— es la descripción
Adoro sentir que un libro me transporta a su terreno, que la descripción, si no fidedigna, es tan plástica que me permite acariciar en mi pensamiento la flor de la que se está hablando o lograr «ver» aquello que está sucediendo. Este es uno de esos casos. El delicioso uso de la descripción que hace Márai se hace querer hasta el punto de pedir más, de trasladarnos en la historia hasta momentos en los que el viejo Imperio Austro-Húngaro entra en declive tras alcanzar su cénit, vividos ambos por los dos amigos, opuestos e iguales al mismo tiempo, ya sea porque se complementan o porque los hechos importantes de su vida parecen ir de la mano de los dos, intercambiándose.
Es uno de los libros que más me ha impactado últimamente y que parece mejorar conforme va pasando el tiempo por mí, y no yo por el tiempo, y va cambiando, mientras que va fluyendo todo, la novela gira a la par, redescubierta por asuntos tan humanos como la amistad, el dolor y el olvido y auspiciada por las viejas glorias que se llenan de polvo en los anaqueles del rincón más oscuro.

2 de octubre de 2020

La princesa de Éboli, Almudena de Arteaga


Creo que si hay un personaje en la historia de este país que esté rodeado de misterio, ese es Ana de Mendoza y de la Cerda, la Princesa de Éboli, y Almudena de Arteaga, con la peculiaridad de ser descendiente suya, algo que no sabía y que me hizo cierta gracia mientras me documentaba para traeros este libro, nos novela, de forma suave, todo hay que decirlo, gran parte de las tramas en las que se vio envuelta su antepasada, que contribuyeron en su momento, por qué no decirlo, a la leyenda negra que rodeó a la monarquía española de ese tiempo y a Felipe II, su representante de la época, en particular.
En primera persona, es la propia Princesa quien nos relata su vida, cuando ya está recluida en Pastrana y a punto de morir, y le cuenta a su hija, casi como una catarsis, su vida y su recuerdo, qué la llevó a actuar de esta o aquella manera, cómo acató las órdenes de su padre para casarse con alguien que no conocía pero con quien fue razonablemente feliz con el tiempo, o, incluso, el asunto de su ojo.
Ana es una mujer valiente, adelantada para su tiempo, aunque no necesariamente con buen carácter, que urdió conspiraciones y que amó a una única persona en su vida, y, quizá hizo lo que nadie se atrevió a hacer, plantar cara al monarca más poderoso de la cristiandad de ese momento, aunque luego derivase en su reclusión hasta su muerte, aunque realmente la justificación de este encierro no fuera esa y nunca le fuese explicada.
No es la primera vez que me dejo llevar por Almudena de Arteaga y sus novelas históricas, de hecho, me atrevería a decir que pocas me quedan por leer, porque, aunque lógicamente reconstruya con tintes novelescos —para mí, la verdad es que perdería la gracia para según qué personajes y, por otro lado, es casi imposible hacerlo de otro modo con los que los siglos ya han cubierto sus tumbas, por muy conocidos que fuesen—, la verosimilitud es innegable, así que acabas paseando de la mano de esta mujer que no por ese parche dejó de ser considerada la más bella de su tiempo, incluso más que la propia reina Isabel de Valois, cuyos contemporáneos valoraban también profundamente, y con la que entabló una amistad más que duradera mientras la joven y desdichada reina vivió.
Poco más puedo decir de este libro que casi se lee solo, por lo ameno y delicioso que resulta, y porque, a mi parecer, agranda el halo de misterio que rodea a la Princesa de Éboli; si bien detalla en cierto modo ciertos pasajes de su vida, es como si ellos no explicaran su súbita subida y su posterior caída en desgracia.
Es fascinante.