30 de diciembre de 2019

Madame Bovary, Gustave Flaubert

A veces, sobre todo cuando estoy peor de ánimos, suelo pensar que si viviera en otra época sería más feliz.
También os digo que seguramente me habrían matado de mil formas y por mil causas distintas, pero la lucha, estoy convencida, habría valido la pena. 
Me gusta soñar con mundos de época, pensarme en ellos, con todo ese protocolo de actuación que controlaba hasta el más pequeño detalle y todos esos cambios, esas reivindicaciones que hoy, a nuestros ojos, parecen obsoletas.
Me gusta imaginar a esos héroes y heroínas que buscaban su lugar en el mundo, ese que les permitiera ser ellos mismos, sobre todo a ellas, a quienes quedaba mucho más por ganar que a nosotras hoy en día, y me gusta ver la rebeldía en los pequeños detalles, en las pequeñas concesiones, en lo que, en definitiva, no parece más que un acto de sumisión pero que, sin embargo, es la explosión de libertad más poderosa que se pueda concebir. 
Y a veces pienso en mis grandes adoradas, tanto personajes como literatas.
Pienso en Jane Eyre, en Ana Ozores, en las hermanas Bennet, en las Brontë y en Virginia Woolf, pero también pienso en Emma Bovary, la protagonista del libro que os traigo hoy y con el que cierro el año, el libro del que sobran las palabras porque habla por sí mismo en la voz de nuestra protagonista. 
Emma Bovary solo quiere ser ella misma en una época en la que los corsés no solo oprimían el cuerpo, sino que eran figurados y muy reales, y precisamente por este interés de ser libre rompe con las rígidas reglas de su época, pero, por el contrario, esta ruptura no la hace sentirse plena y realizada, sino que poco menos que es el inicio de una profunda insatisfacción.
Quizá su más profunda carga es su inteligencia, que la obliga a querer ser algo más que la mujer que es bonita para enseñar y presumir de ella, que luego abre las piernas sin chistar y que se pasa el día bordando o en obras de beneficencia. En resumen, la vida que era obligada para las mujeres con cierta posición social, si bien ella no era más que, en origen, una campesina. 
Emma quiere ser libre, y la única forma de rebelarse que se le ocurre es coleccionar amantes, pero sus amantes también la traicionan como su marido, que prácticamente la abandona yendo de aquí para allá aunque sea para trabajar y concederle los caprichos que desea, algo que no considera suficiente, o como su padre, que la condena a un matrimonio infeliz.
Y, desde luego, como se siente traicionada, la insatisfacción se incrementa y acaba de la única forma que podía hacerlo, primero porque es presa de sus pasiones, y después porque la época exigía que pagara por los pecados que había cometido dejándose llevar por su ansia de libertad y pasión nunca satisfecha. 
Emma Bovary es la personificación del romanticismo exacerbado y también el medio que utiliza Gustave Flaubert para criticarlo. 
Yo me reafirmo en el encanto que destilan estas obras que aun tanto tiempo después siguen siendo las más buscadas, las más versionadas. Y creo que es precisamente este encanto las que las hace atemporales, esta descripción de mundos olvidados y tan necesarios a la vez, cuando todavía quedaba algo incorrupto por lo que pelear y que empezaba a convertirse en el mundo que es hoy, en el que las convenciones han superado a la realidad y solo creemos lo que quieren que creamos. 
Es, en fin, una obra para reflexionar, porque no solo es la realidad la que describe sino que, con este trasfondo, se establece una filosofía de vida propiamente dicha que invita a pensar en lo que tenemos y en lo que podríamos tener, en los límites establecidos de lo bueno y lo malo y en lo correcto de los mismos, y, por qué no, en lo que podríamos llegar a ser si nadie nos dijera que no podemos. 
Confío en que el año que viene sea mejor y que estos anaqueles lo vean. 

27 de diciembre de 2019

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Haruki Murakami

He decidido que sea esta novela la que casi nos dé paso al fin de este año porque a veces me gustaría ser ese pájaro del que habla, si bien reconozco que no precisamente el que da cuerda al mundo: ya he tenido demasiada responsabilidad para mis hombros y ahora quiero, necesito, elegir mis responsabilidades futuras.
Este es uno de esos libros donde la realidad se difumina y se aleja de lo real, y los sucesos extraños e inexplicables quedan de la mano de lo surrealista para acercarse a lo mundano, que, lejos de ser el remanso de certeza, nada parece tener sentido y no se puede encontrar lógica coherente a la mayoría de situaciones.
Los sueños parecen imperar y son estos y las ocurrencias oníricas que se van sucediendo las que nos guiarán entre las letras de esta novela del eterno aspirante al Nobel Haruki Murakami, y la verdad es que la mejor recomendación que puedo haceros si decidís leerla es que os dejéis llevar, olvidándoos de todo lo que creéis saber y habéis aprendido a lo largo de vuestra vida. 
Esto, a mi parecer, es imprescindible.
Esta vez es la vida —y la búsqueda desesperada de su sentido, una búsqueda en la que todos en cierto modo estamos embarcados con mayor o menor fortuna— de Tooru Okada la que nos cuenta a lo largo de sus páginas. 
La confusión le atrapa y parece ser esta misma confusión la que le lleva a dejar su trabajo en un alarde de radicalidad inusitada. Como consecuencia de este acto, o, por lo menos, esa es la impresión que nos llevamos como lectores, su gato —animal indispensable como sabréis en la obra de Murakami— y, posteriormente, su mujer desaparecen, y es tras estos hechos que Tooru Okada se lanza en su búsqueda intentando entender lo sucedido, pasando de una realidad normal y prácticamente rutinaria a una sucesión de personas y actos impensables si no vienen de la pluma de Murakami. 
Los símbolos, la prostitución, la historia velada que nos muestra si leemos entre líneas y metáforas nos muestran cómo pueden influir los hechos pasados en el presente de las personas; la incertidumbre, la irrealidad y la confusión vuelven a hacer acto de presencia en una novela que te invitará a dejarte atrapar, que hará, a veces, que te replantees lo vivido para considerarlo de otra forma haciéndote dudar. 
Y qué mejor forma de ir acabando un ciclo para empezar otro, ¿no creéis?

23 de diciembre de 2019

Trópico de Capricornio, Henry Miller


Si el otro día —el mes pasado, madre mía— os traía lo que constituía esta especie de compendio autobiográfico de Henry Miller hoy lo cierro con este otro Trópico. 
Como en el anterior, seguimos con las peripecias de un alter ego de Miller que recorre esta vez su juventud en Nueva York, su vida personal, su trabajo y todas las obsesiones que golpean su mente y que no le abandonan, casi como los gatos a Murakami
Y de nuevo la sordidez, el dolor tan extremo que solo produce indiferencia, los excesos y la duda existencial que es omnipresente.
Miller pensaba que el futuro de la literatura estaba en lo autobiográfico, no sé si porque sabía que el ser humano es morboso y cotilla por naturaleza en mayor o menor grado o porque sabía que todos los demás géneros estaban casi sobreexplotados, que la biografía era una rara avis y que el punto de vista del biografiado es quizá el más importante, pues es el único que tiene la certeza absoluta que le permite la memoria, y su obra al completo es hija de este convencimiento, aunque ya sabéis que pienso que cualquier libro, salvo los de carácter técnico, claro, tiene mucho de su autor, sea en el monólogo o personificado en algún personaje que pulule por la historia.
¿Recordáis que el otro día os hablaba de ese pesimismo existencial que se desprende de la obra? 
Pues esta vez os dejo una frase que he extraído de su lectura y que, a mi parecer, la ilustran a la perfección: «El sistema entero estaba tan podrido, era tan inhumano, tan asqueroso, tan irremediablemente corrompido y complicado que habría hecho falta un genio para darle un poco de sentido o poner orden en él [...]».
Creo que si hubiera leído este libro de adolescente habría colapsado, o tal vez no sería la misma que soy hoy, ahora, en este instante. 
Y a veces pienso que quizá no hubiera sido tan malo no serlo. 

18 de diciembre de 2019

Frankenstein, Mary Shelley

«Frankenstein o el moderno Prometeo».
Ya solo el título arrastra unas connotaciones mitológicas deliciosas en la figura del, en mi opinión, primer filántropo de la historia, el que roba el fuego de los dioses para dárselo a los humanos, Prometeo
Iluminador, ¿eh?
Creo que por eso me gusta, pullas aparte, porque representa mucho más que la relación con la divinidad, sino que es protagonista el propio chispazo de electricidad que da vida al «monstruo» —y lo entrecomillo porque, ¿quién es el monstruo en realidad? ¿es monstruo tras el rechazo de la humanidad y de su creador o lo es desde antes?— del que trata esta novela que hoy os traigo por puro deleite personal. 
Si dijera que Mary Shelley la publicó con apenas veintiún años y desconocéis este dato quizá podríais empezar a sorprenderos. 
Demostrado queda que era un auténtico genio literario y que sentó las bases de un género que aún hoy se estira y expande por doquier.
Lo paradójico es que no es solo el género, sino que a día de hoy es el engendro creado por Victor Frankenstein o una referencia suya el que se encuentra en cualquier recreación terrorífica que se precie. Quién no recuerda la figura desgarbada y popularizada por Hollywood —entre otros— de los tornillos a cada lado del cuello.
Es el experimento del joven doctor Frankenstein, que, deseoso de descubrir el alma del hombre, crea con cadáveres un monstruo al que una chispa eléctrica le infunde vida y aterrorizado de su propia creación huye, y tras este rechazo de su creador, así como del entorno, despierta en el monstruo el sentimiento de rencor y la venganza, convirtiéndole esto en más humano que la propia chispa de vida. Y decidido a acabar con su creación le persigue hasta su muerte, en la que el mal llamado monstruo desiste de sus crímenes en una confesión cuya humanidad, en el sentido más estricto de la palabra, queda patente, demostrando que él en realidad no era el monstruo. ¿No os recuerda en cierto modo a Lucifer, otro portador de luz, que rechazado por Dios, su creador, y expulsado del paraíso decide vengarse porque él es el hijo rechazado del Padre? A mi mente viene la maravillosa obra de Alexandre Cabanel, llena de rabia, rencor y odio, pero también de miedo y de humanidad pura. 
Creo que, además de altamente recomendable, es una novela de la que se pueden extraer muchas enseñanzas, y quizá ahí radique la causa de su éxito y no únicamente ser de las pioneras en su género.
Lo más importante es reconocer que somos las consecuencias de nuestros propios errores y que asumirlos es la forma de enmendarlos, pero siempre recordando que asumir no es destruir. La moralidad está patente a lo largo de toda la obra.
Quizá lo que le faltó al joven doctor Frankenstein fue la humildad de reconocer que se equivocó y no detener la experimentación durante su periplo; quizá debió aprender del monstruo que, rechazado, marginado y denostado a causa de su diferencia, decidió defenderse de la única forma que sabía, sin que esto le hiciera perder un ápice de la humanidad que creía no tener.

13 de diciembre de 2019

El señor de las moscas, William Golding

Hoy no sé por qué me he levantado con este libro en la cabeza. 
Bueno, sí lo sé. 
Además de ser una de mis distopías favoritas creo que es uno de los sueños que casi todos hemos tenido de niños: una vida sin adultos —al menos influyendo directamente— y el gobierno de nosotros mismos. 
Tan inquietante y soñada es que se han hecho diferentes adaptaciones y la primera que me viene a la cabeza es la que se hizo en uno de los episodios de los irreverentes Simpson
He descubierto en parte el argumento, pero aun así me permitiré dirigir unas preguntas a vosotros: ¿Qué pasaría si volvieseis a ser niños y si, siéndolo, os encontrarais tras un accidente de avión solos en una isla sin más mandato que el vuestro? ¿sería muy diferente a cómo lo afrontaríais siendo adultos? ¿con qué etapa desempeñaríais una actuación más eficiente?
Quizá fue esto lo que se plantease William Golding en el tiempo en el que este género era el rey entre todos los demás, y por el que se dejó llevar por los pensamientos para llegar a elucubrar esta fantástica novela distópica. 
Como os he mencionado, tras un accidente de avión en la guerra y sin adultos a quien obedecer, o más bien, que se hagan obedecer, son unos niños los que tienen que sobrevivir en un terreno inhóspito con las rencillas irremediables que surgen entre los grupos que controlan el poder y los que lo ansían.
Sin adultos las obligaciones parecen desaparecer y comienzan las desavenencias y las desatenciones, hechos que en un entorno normal no supondrían mayor problema pero que, en el momento en que lo que cuenta es sobrevivir, resulta desencadenante de disturbios y trifulcas, llegando incluso a guerras —mínimas, claro— entre ellos hasta el punto de tomarse prisioneros. Y lo curioso es que cuando son rescatados no supone en ellos el contento que debería haber sido encontrarse salvados y liberados de los peligros. 
Cuando leía esta novela no leía que un grupo de niños se encontraba perdido y formaban una minicivilización que poco a poco se hacía con todo lo malo de la que habían dejado atrás, leía el reflejo de la humanidad, producto de su educación y de sus circunstancias, que se aferra a la vida al precio que sea y que ansía el poder por encima de todas las cosas, más aún cuando está derivado de un vacío legal —los adultos, en este caso— que obligue a acatar las normas para autolimitarse.
No sé dónde leí algo parecido, que las leyes las habíamos creado nosotros para controlarnos a nosotros mismos, no para beneficiar a los demás, conocedores de los niveles de crueldad a los que podemos llegar sin ellas. 
Después de haber leído esta novela por enésima vez llegué a la conclusión de que quizá era cierto y que la civilización es un fantasma que nosotros mismos hemos creado para aterrorizarnos y no alcanzar el potencial destructor que podríamos alcanzar de no tenerla sobre nuestro cuello cada día, a cada momento. 

9 de diciembre de 2019

Divina comedia, Dante Alighieri


Ahora mismo me encuentro en una suerte de pausa entre exámenes, y, de repente, entre el puente, las fiestas que se acercan —y que temo— y demás todo se ha rodeado de una extraña pereza que golpea cada recodo de la vida. 
Hace no mucho llegó a mis manos un libro en cuyas primeras páginas había una pequeña referencia a la literatura italiana y, cómo no, a este maravilloso libro —toda una declaración de intenciones si me preguntáis— del magnífico Dante Alighieri, padre y parte ineludible de gran parte —valga la redundancia—, si no toda, de la literatura posterior italiana y universal. 
Construida como un poema teológico y simbólico —y digo simbólico por la constante simbología y la afluencia del número tres durante toda la obra: está escrita en tercetos, hay tres personajes principales —el propio Dante, su amada Beatriz, a quien va a buscar, y Virgilio, el poeta y guía del autor durante su viaje—, está dividida en tres partes —Infierno, Purgatorio y Cielo— y, cada una de ellas, excepto la primera, está dividida en treinta y tres cantos y, si bien podría considerarse análoga a la esencia trina del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, debemos tener en cuenta la peculiar relación que tuvo Dante con la religión.
Lo que está claro es que es un recorrido expurgatorio y preludio de lo que vendrá posteriormente en la literatura influida por él mismo o por el no menos grande Petrarca
Es una obra densa y profundamente reveladora si estamos atentos a los símbolos en tanto las relaciones extendidas a lo largo de ella son una muestra de una realidad dolorosa que bien podría equipararse a la búsqueda de Eurídice en el Hades por parte de Orfeo. Es un camino, además, de expiación de culpas terrenales que atormentan al poeta que, usando un símil de la obra, se encuentra en un profundo bosque del que debe salir.
Los sentimientos preludian la época literaria posterior que, aunque no abandona del todo lo relacionado con Dios, empieza a dejar de ser el centro para erigir lo humano como fuente y origen de toda motivación.
Se han hecho, por supuesto, infinitas versiones, pero me quedo con la que hizo el historietista español Jan en clave de humor. Para quienes no conozcáis más o menos su obra Jan es el creador del superhéroe por excelencia, Superlópez, y es en su cómic «El Infierno» donde los círculos y la influencia de Dante quedan más que patentes, y esta es una de las razones por las que me encanta Superlópez. Jan no utiliza solo ideas propias, que también, sino que utiliza elementos literarios para acercarlos al público joven —y no tan joven—, como por ejemplo en este cómic que os menciono. 
En definitiva, aunque a primera vista y por lo que he mencionado de la simbología imperante a lo largo de la Comedia pueda parecer inaccesible os recomiendo que le deis una oportunidad. Al principio quizá os quedaréis con lo superfluo, pero es cuestión de iniciar el camino igual que hizo Dante y encontrar a vuestro Virgilio. 

5 de diciembre de 2019

La piel desnuda, Pati Blasco


Cuando me frustro seriamente, y me refiero a la hora de escribir, paso horas sentada delante de la hoja en blanco en el ordenador o en el cuaderno intentando que surja algo, aunque sea una sola frase para, en ese momento o más adelante, desarrollar la idea y avanzar en lo que yo llamo cariñosamente «mi cadena literaria», pero eso es otra historia.
La que hoy nos ocupa, salida de la pluma de Pati Blasco, es una pequeña delicia de las que te encuentras un día sin saber muy bien por qué pero que no puedes dejar de releer con cierta frecuencia a lo largo del tiempo. 
Ángel es un escritor que pasa por una crisis y mientras se dirige a su casa atropella a Sofía, y de un modo deleznable se da a la fuga sin más, desapareciendo del escenario. Sin embargo, carcomido por la culpa y asaltado por los remordimientos, decide volver para comprobar si Sofía ha fallecido o no, aunque en realidad ha quedado en un coma profundo.
Es a partir de este hecho que decide urdir una estratagema, una mentira enorme, la de crearse una suerte de personalidad alternativa con la que se introducirá en el círculo familiar de su víctima y, como pasa en estos, casos, se va haciendo la bola más y más grande hasta que se hace insostenible, pues al final tendrá que perseguirse a sí mismo y ocultar a los ojos de la familia de Sofía que es él el verdadero culpable del estado de la susodicha y no los que ellos temían, un asesino que la perseguía desde hacía tiempo por la investigación que llevaba a cabo acerca de los abusos policiales de la frontera con Marruecos. 
Este libro me ha resultado muy interesante desde el punto de vista psicológico el carácter de Ángel, nuestro protagonista. 
Por un lado es el héroe, quien se ha erigido como paladín y pilar fundamental en el clan que rodea a Sofía y que, a pesar de todas las adversidades padecidas, sigue siendo un entorno cariñoso y esencialmente bueno que no se olvida de los malos momentos de los demás, ayudándoles en su experiencia, pero por otro es el que la ha llevado a la situación crítica actual, el verdadero culpable al que busca ese mismo clan que tan cariñoso sabe ser y al que quieren hacer pagar por haberse dado a la fuga y haberla dejado entre la vida y la muerte. 
Esta situación le lleva a sufrir una ansiedad bestial que, si bien podría considerarse merecida como si fuese una especie de purga, delimita al personaje con maestría.
Creo que este y no otro es el eje principal de la novela junto con los temas como la inmigración y la situación de las asociaciones que ayudan a este colectivo, si bien sirve como respaldo a la trama y la compensa de alguna manera.
Pati Blasco da al respecto otro punto de vista, el de los que les persiguen por querer reivindicar y hacer ver todo el sufrimiento que padecen tanto en sus países de origen como en el de acogida, un padecimiento que les lleva a querer buscar algo mejor no solo para ellos, sino también para sus descendientes.
Y el mayor problema es que olvidamos que los que tuvimos que escapar una vez fuimos nosotros y no comprendemos, o no queremos comprender, lo que se debe de sufrir cuando se toma una decisión así. 

28 de noviembre de 2019

Mujer abrazada a un cuervo, Ismael Martínez Biurrun


A pesar de que me considero perteneciente al mundo de las letras puras no quiere decir que siempre haya sido así.
De pequeña siempre decía que quería ser enfermera o carnicera —qué le vamos a hacer— y un poco más adelante todo mi afán era trabajar codo con codo con Mariano Barbacid, un hombre que me tenía absolutamente prendada. Para mí él era la cima de la intelectualidad, del éxito y de todo lo que implicaba trabajar en un laboratorio.
Ya veis, habría sido una rata de laboratorio y al final he acabado siendo una rata de biblioteca, y como habréis presupuesto siempre he sido una niña un poco rara. 
El caso es que como todo mi interés era trabajar con este superhombre de la ciencia me dedicaba a imprimir artículos de la enciclopedia Encarta —para desesperación de madre, porque si la tinta es cara ahora, hace casi veinte años podéis imaginaros— todo lo que había acerca de enfermedades terribles —mis favoritas eran la peste negra y el ébola, y debo reconocer que aunque ya no me dedique a imprimir artículos sí que me paso horas perdida en la wikipedia, sobre todo cuando el ebook se me queda sin batería y sigo sin poder dormir.
Quizá, en el fondo, mi corazoncito siempre tiró para la ciencia.
Y es en relación precisamente con la peste bubónica que encontré este libro de Ismael Martínez Biurrun, y aunque no esperaba lo que me iba a encontrar en sus páginas lo cierto es que me encantó. 
Cruz acaba de licenciarse en medicina y como premio su padre le encarga que investigue un extraño caso que ha ocurrido en los Pirineos. Sucede que un bebé ha muerto y la causa de la muerte parece ser la vieja y temida peste, enfermedad que si bien no se ha extinguido, sí que se considera neutralizada, sobre todo en el primer mundo. 
Allí acudirá nuestra protagonista para comprobar qué es lo que falla en el mundo de la epidemiología actual y comprobará que las cosas no son lo que parecen ser y que la vigencia de antiguas actitudes y, por qué no, maldiciones, sigue totalmente actualizada con el pasar de los siglos.
La verdad es que no esperaba que un libro así me llegara a gustar, y digo así porque aunque os he puesto un resumen sucinto por aquello de no revelar más de la cuenta, Cruz tiene una especie de poder, una especie de visión que le permite retrotraerse a tiempos pasados, y este hecho acaso será clave para resolver la muerte del bebé.
Considero normal que los lectores en general muestren reticencias a estos asuntos porque los consideran alejados de sí y de la realidad, pero la verdad es que desde aquí os invito a que le deis una oportunidad porque no os va a defraudar. Es un libro cuya dinámica atrapa desde las primeras páginas y que llena cualquier cabeza de muchos «y por qué no», muchos más de los que sería prudente admitir. 

21 de noviembre de 2019

Juan Salvador Gaviota, Richard Bach


Ya sé que fue hace más de un mes pero supongo que el cambio de estación nos altera a todos y que nos hace estar más susceptibles que de costumbre, más indecisos, más tristes tal vez.
El retraso en esta suerte de meditación trascendental, por catalogarlo de alguna manera, viene a santo de que en la ciudad donde vivo es muy sutil el cambio, muy progresivo, hasta que de repente, de golpe y porrazo, al día siguiente ya es diferente.
Este cambio ya se empieza a notar, ya hace más viento y deja de ser insoportable caminar bajo el sol la mayor parte del tiempo, y esto me ha hecho pensar en que aunque estemos bajo la máscara de una rebeldía extraña o pretendamos tener las riendas bien sujetas en realidad somos como autómatas dóciles que se rebelan porque tácitamente nos incitan a ello, y la verdad es que me sentí muy pequeña cuando lo pensé, insignificante. 
Este libro de Richard Bach siempre me ha recordado a «El Principito» porque parece estar enfocado para niños, y aunque no tenga por qué ser así, creo que es mucho más significativo para los adultos y me explico.
Juan Salvador Gaviota es, evidentemente, una gaviota, pero no una gaviota cualquiera.
Es una gaviota que está aburrida de su vida, anodina y rutinaria, que se reduce a pelearse por la comida con sus congéneres y lo único que consigue apagar esta ansiedad que se convierte en servilismo es su pasión por volar, una pasión que, casi como si fuera un camino iniciático, le irá acercando poco a poco a la perfección, equiparable en su caso a la felicidad.
A través de las prácticas, de los pequeños retos que se impone, de las limitaciones que va ampliando con su insistencia, irá cambiando a su sociedad y a sus propias compañeras gaviotas, pero lo que es más importante, también se cambia a sí mismo y a su forma de ver y afrontar las pequeñas trabas que le va poniendo la vida.
Lo que un niño podría considerar una inocente fábula, otra más, cuya moraleja aún no está preparado para comprender, para un público joven o adulto puede tener una interpretación diametralmente opuesta, incluso para la misma persona si lo lee en uno u otro momento de su vida.
Supongo que este es un buen momento para decir aquel tópico tan manido de que «todo depende del color del cristal con que se mira», pero no por ello es menos cierto.
Siempre me ha resultado paradójico cómo nos cambia lo que leemos, las pequeñas cosas que van pasando en nuestra vida, tengamos o no control sobre ellas. 

16 de noviembre de 2019

Con el agua al cuello, Petros Márkaris


Siempre he pensado que la mordacidad más pura y la genialidad literaria —bueno, realmente creo que sucede en cualquier arte, pero mi campo de estudio, digamos, es la lengua y la literatura, así que naturalmente la he encontrado con mayor frecuencia— suelen ir a la par del desastre social.
Y sí, habéis leído bien, y podría remitirme, por ejemplo, al Siglo de Oro español —una auténtica delicia desde el punto de vista artístico en general y literario en particular— y, en un ejemplo algo más actual, a esta obra de Petros Márkaris que os traigo hoy y que, en su genialidad, combina el género policiaco con la realidad sociopolítica que sigue padeciendo Grecia debido a la ferocidad de la crisis económica que sufrimos hace unos años y de la que aún suenan campanas. 
Kostas Jaritos es un comisario del que sabemos plano personal y laboral. 
Por un lado, la historia comienza con la boda de su hija, algo que se explica porque este no es ni mucho menos el primer libro que trata de él, es, de hecho, el séptimo de su serie, así que el lector avezado ya está acostumbrado a él y le conoce en cierto modo, y, por el otro, se produce el asesinato mediante decapitación de un pez gordo de la banca.
Ya tenemos historia, ¿no creéis?
Es un libro tremendamente mordaz, con diálogos geniales, con puntualizaciones muy afortunadas que no solo ayudan a resolver el caso, sino que da pinceladas acerca de la situación actual de una Grecia cada vez más hundida y de los países que estuvimos y estamos en situaciones parecidas, y uno de estos diálogos tan brillantes es, para mí, el que justifica la compra del Seat Ibiza, pero deberéis leerlo si queréis descubrir de qué se trata. 
Estos pequeños detalles hacen de esta novela casi un tratado filosófico en el que la investigación del asesinato es un telón de fondo necesario para explicar un modo de vida adaptado por la fuerza a una sociedad que, como bien dice el libro, quiso vivir como un tiburón cuando no lo era y ni siquiera sabía nadar. 
La verdad es que aunque disfruto con el género no tenía el placer de conocer al detective Jaritos, y como toma de contacto puedo decir que estoy tremendamente satisfecha, tanto que en cuanto pueda pienso leer la serie desde el primero de todos, porque estoy completamente segura de que a pesar de que en realidad sean libros independientes entre sí y prácticamente autoconclusivo siempre hay detalles que solo se entienden si leemos el resto de los libros. 
Creo que el género, aunque de base sea el mismo, siempre tendrá variaciones locales y, aunque pueblo mediterráneo también, los griegos tienen un no sé qué de mítico que me fascina y sé que no soy la única a la que le ocurre. 

10 de noviembre de 2019

La Regenta, Leopoldo Alas, "Clarín"


No sé si alguna vez os lo he dicho pero entre las grandes damas de la literatura, tanto literatas como personajes literarios, una de las que más admiro es Ana Ozores, la protagonista de este libro de Clarín que os traigo hoy y que, estoy convencida, todos conoceréis, bien por referencias, bien porque habéis seguido sus andanzas en el Oviedo de finales del siglo diecinueve
A lo largo de todos los años que llevo afirmando este hecho muchos me han preguntado por qué, diciéndomelo directamente o en algunos comentarios que he podido oír, y la razón es porque considero que Ana Ozores es una de las grandes incomprendidas de la historia de la literatura.
Muchos la encuentran insulsa, tal vez hasta algún lector ha comprendido y justificado todos sus males como respuesta a su comportamiento alejado de la norma social, pero lo cierto es que nada más lejos de la realidad. 
Casi como una mezcla de Jane Eyre y Madame Bovary patria —salvando las obvias distancias— es la gran incomprendida. 
Se la presupone pedante, estirada, hasta podría afirmarse que comete el «pecado» de ser fría, pero en mi humilde opinión es todo lo contrario. Ana Ozores es una víctima de su propio destino, porque dada su condición de nacida en una familia noble venida a menos se ve obligada a aceptar un matrimonio de conveniencia en el que, desde luego, no hay amor y ni siquiera se le espera; es, a un mismo tiempo, presa de esta situación y de ella misma, amén del puritanismo social obligado de la época porque es incapaz de dar rienda suelta a sus pasiones y de mirar por ella misma en lugar de por el honor y la honra, si bien, seamos sinceros, este cuidado al final le sirve de bien poco.
Es también prisionera de una ciudad-pueblo en la que tras cada ventana se esconden un par de ojos escrutadores que todo lo recopilan y comentan, unos ojos que son capaces de ver sus miserias y no pueden mirarse a ellos mismos y comprender que son peores que la pobre Ana y sus pecados. 
Y toda esa idiosincrasia la relata como nadie nuestro Clarín, que supo dar a la literatura de su época un leitmotiv para que una mujer como Ana, para que una obra como esta fuera recordada y apreciada, ya que es indudable que esta obra fue acaso el culmen del realismo español para acercarlo al naturalismo y abrir camino a toda la literatura posterior que bebió de su fuente. 

6 de noviembre de 2019

Un asesinato musical, Batya Gur


Reconozco que a pesar de ser una fanática de este género —como ya sabréis si lleváis un tiempo por aquí y me conocéis algo porque lo repito con relativa frecuencia— nunca había leído nada de Batya Gur, y sin embargo soy de la opinión de que nunca es tarde si la dicha es buena —o si el estrés te agobia hasta el punto de que no te queda más remedio que robar horas al sueño para poder escribir. Y la verdad es que me ha sorprendido, y gratamente además, porque admito que lo leí con cierta prudencia y la distancia que se obliga en casos en los que no comulgas con algunas cosas que rodean a la historia o al autor. Lo mejor es que he tenido suerte y ha valido la pena, y por eso está aquí hoy, sumándose al anaquel virtual que poquito a poco vamos construyendo entre todos. 
Fue bastante gratificante ver como Batya Gur desgrana algunos tabúes, historias que no pensaríamos encontrar tan libremente y con tanta alegría en un libro —hay temas delicados en los tiempos que corren, como sin duda sabréis—, cómo en sitios tan alejados o tan exóticos por sernos extraños se dan las mismas reglas que en cualquier parte, y descubrirlo es, a un tiempo, curioso y relajante.
No os voy a negar que este libro pertenece a una saga y que, como siempre, soy un desastre para empezar las sagas por el principio, pero esto me ha dado la oportunidad de acercarme a libros que no conocía precisamente porque he leído a destiempo uno de los que conforman la historia al completo.
Michael Ohayon es el protagonista de este libro que nos ocupa hoy y de la propia saga y es un detective ciertamente peculiar que se sirve de métodos poco ortodoxos para llegar al meollo del asesinato sin dejar nada olvidado, y esto le convierte en el eje central de la novela porque, como habréis supuesto, él y solo él tiene las claves que darán forma a la historia. 
En este libro se ve arrastrado a descubrir el asesinato de una famosa violoncelista y este caso sirve de excusa —podría catalogarse así— para que Batya Gur nos haga una pequeña tesis de musicología, de la creación del virtuoso —porque no solo se nace con dones, sino que hay que potenciarlos, ya sabéis— y de un mundo que por hermético no resulta menos interesante.
En cierto modo cuando lo leí me recordó a una novela patria, «El violín del diablo», de Joseph Gelinek, pseudónimo de Máximo Pradera, y también me recuerda que os la tengo que traer en algún momento para que, como yo, establezcáis comparativa y, por qué no, quizá iniciar un debate. 

3 de noviembre de 2019

Trópico de Cáncer, Henry Miller


De vez en cuando me gusta ir a puntos donde suele estar mal visto llegar. 
No sé si por autoconvencimiento o por cierto matiz de rebeldía que a mis treinta años aún subyace en algún punto de mi mente me gusta permitirme, de tanto en tanto, el pequeño lujo del exceso.
Y últimamente este exceso del que hablo es fundamentalmente literario.
En estos días, no sé si por la tensión de las fechas que se acercan —y las preveo durísimas, como una prueba terrible—, me decanto por autores prohibidos, olvidados, digamos... trasnochados, y la verdad es que sumergirme en este mundo realmente sórdido me ayuda a afrontar y a asumir que las cosas sucederán cuando tengan que suceder y preocuparme por ellas no va a adelantarlas o hacer que las supere con mayor o menor éxito. 
Con este libro de Henry Miller nos trasladamos al París de los años treinta, una década en la que todavía brillaban los rescoldos del oropel de los felices años veinte. Entre esos rescoldos ya surgía la llama de la guerra, y haciendo uso de un álter ego recorremos su vida, llena de detalles —algunos ciertamente escabrosos para las mentes no acostumbradas—, sin contemplaciones en cuanto al lenguaje y un monólogo interior que es el que forma el libro que no se detiene en ningún límite puesto que el autor no lo tiene y es esencialmente un texto autobiográfico cuajado de anécdotas —principalmente eróticas— y lo convierte en un libro único en su género, pues aunque hace unos años vivimos un boom de la literatura erótica, lo cierto es que en la época en la que se escribió —1934— era raro encontrar textos de este tipo sin inhibiciones de ningún tipo —permitidme el descaro.
Y a pesar de todo este erotismo, de todo este tono aparentemente desenfadado por las anécdotas, de toda esta lascivia a flor de piel —o de letra— este libro junto con su compañero «Trópico de Capricornio» —que os traeré en un tiempo— destila un tremendo pesimismo existencial, y la verdad es que la época era proclive a ello. 
Recordad que estamos en el tiempo de la vanguardia, del exceso más excesivo, del surrealismo, de explorar, de, en definitiva, poner los sentimientos a flor de piel, y eso es un arma de doble filo de manual puesto que puedes conseguir los placeres más absolutos y, al mismo tiempo, encontrarte de cara con las miserias más profundas de tu alma. 

30 de octubre de 2019

La carnicería, Bastien Vivès


«Algún día lo entenderás.»
¿Hay acaso muchas más frases más dolorosas en una relación? Estoy convencida de que a más de uno de nosotros nos vienen muchas, muchísimas, basadas en nuestras propias experiencias y en la mochila que llevamos colgada en la espalda, esa que de vez en cuando nos da todavía en las piernas y nos asusta de pensar que todo puede volver a ser igual que antes. 
Bastien Vivès nos trae con este cómic la vida misma. 
Una relación amorosa en la que todo parece ir bien, es hasta dolorosamente común y anodina, y en la que de repente todo se pone patas arriba cuando se produce la ruptura. 
Nos muestra cómo cometemos errores pensando que las cosas pueden funcionar cuando se rompen y que a veces es una trampa perversa —o amable, según el caso— que nos tiende el universo para mostrarnos que podemos y que podemos buscar la esperanza hasta en la más profunda oscuridad, solo hay que buscar la luz.
Y os preguntaréis por qué precisamente hoy me decido por esta historia, aparentemente tan simple y tan cotidiana. 
La respuesta es también simple: a veces también tengo miedo de que las cosas salgan mal, de que todo salte por los aires, de que la esperanza que siento desaparezca sin poder retenerla en la caja, y «La carnicería» me sirve precisamente como recordatorio de que no tiene por qué suceder y de que puedo cambiarlo si sucede.
A veces nos centramos en todo el miedo en lugar de en disfrutar de lo que tenemos, las cosas en las que nos fijamos a toro pasado, y, aunque creáis lo contrario, la cotidianidad y la franqueza con la que Vivès nos plantea un tema tan natural como el viento que sopla me produce un cierto respiro. 
En mi cabeza tiene todo el sentido del mundo. Y sin embargo me quedo con esta viñeta, hacia el final del cómic, en la que creo que se resume la historia:
—«Bueno... tomaré un poco de compasión.»
—«Lo siento, pero ya no nos queda.»

25 de octubre de 2019

La casa de Bernarda Alba, Federico García Lorca.


Allí donde el luto es una imposición y el fanatismo religioso el pan nuestro de cada día se desarrolla esta historia que, aunque ficticia, en los pueblos de la España más profunda de principios de siglo XX y anteriores podía encontrarse en cualquier casa.
Esta en concreto se centra en la Andalucía profunda que tanto amaba mi adorado Federico García Lorca
Bernarda Alba enviuda e impone a sus cinco hijas el luto más riguroso, ocho años, según ella, como siempre se había hecho, y con esta convención social Federico recorre las aguas de las apariencias, de la envidia, del dinero, la muerte, la situación precaria de la mujer sostenida por normas sociales salvajes —hasta las de más alta condición—, de la represión y de la lucha por la libertad. 
En la obra no aparece ningún personaje masculino salvo el difunto marido de Bernarda Alba y Pepe el Romano, pretendiente de Angustias, la hija mayor, y no actúa como personaje en ningún momento, es decir, únicamente "sirve" de hilo conductor de la obra y de la desgracia que planea sobre las cabezas de estas mujeres puesto que no interviene directamente en ningún momento.
Lorca, a través de los personajes y de su caracterización psicológica, maneja los hilos de esta casa de luto, simbolizando a través de sus nombres y de sus actitudes la desgracia que arrastrarán después. 
Como sabréis, Lorca es un autor simbolista, yo lo considero así al menos. Tiene un abanico amplio de símbolos cuyos significados son inamovibles, y si identificas estos símbolos en la obra comprendes e incluso adelantas cualquier final cerrado a golpe del «¡Silencio!» con el que abre y concluye el drama.

21 de octubre de 2019

El ocho, Katherine Neville


Este libro me despierta unos recuerdos bastante curiosos y bonitos porque me lo regalaron en uno de mis cumpleaños adolescentes. Era bastante raro que acertaran, pero esa vez lo hicieron.
Sabedores de mi pasión por el ajedrez decidieron que este libro de Katherine Neville sería la obra indicada para ese cumpleaños.
Por avatares del momento, de la vida, o de que aún tenía muchos libros en la lista de pendientes —sé que me entenderéis— no lo leí inmediatamente, sino bastantes años después, y no sé si fue arrepentimiento lo que sentí, pero quizá vino a mí en el momento apropiado porque antes, tal vez, no lo habría disfrutado completamente.
Con ciertos matices autobiográficos se nos plantea la búsqueda de un ajedrez mítico y maldito cuyas piezas son diseminadas por el mundo por seguridad, esto es porque el ajedrez tiene unos poderes que afectan y no quieren desatar ninguna desgracia.
Además, se nos presenta en la forma de una historia dividida en dos que se entrelaza como si de un universo poroso se tratase.
El tiempo de la novel ase centra en dos épocas completamente distintas —y maravillosamente ambientadas, por cierto— pero similares en tanto los protagonistas perviven y las piezas del ajedrez parecen mover los hilos de las vidas que siegan.
Me gusta muchísimo la adaptación histórica y el empleo de algunos personajes conocidos y pasados para acercarnos a la novela, es afortunada la elección que hace y cómo lo plantea, justificando o explicando algunos hechos sucedidos en el pasado como causa y consecuencia de las piezas de ajedrez.
Hubo una continuación muchos años después que, sin embargo, me pareció forzada. «El Ocho» me gusta, me gusta por su forma de despertar el suspense y la interpretación que hace de la leyenda y del misterio que trae el ajedrez, pero la continuación me resultó tan innecesaria como omisible.
Desde luego no tengo la verdad absoluta en cuanto a lecturas se refiere, al respecto de nada en realidad, pero creo que pasaron tantos años entre una y otra que cuando terminé de leer «El Fuego» ya se me quedaba descolgada.
Yo me quedaría desde luego con este que os traigo hoy, pero es cuestión de leer ambos; en cualquier caso abro debate.

17 de octubre de 2019

La princesa de hielo, Camilla Läckberg


Sé que soy un poco desastre a la hora de publicar, leer o recibir libros relacionados entre sí, no es lo mío, pero en honor a la verdad debo decir que no siempre es mi culpa directa, en este caso no fue este, el primero de la saga, el que llegó a mí primero, pero creo que lo importante de verdad es que al final acabo terminándolas de una forma más o menos decente. 
También me parece que es porque para mí estos libros, si bien comparten personajes, para mí son autoconclusivos e independientes entre sí. Desde luego que tienen ese eje central común, pero si esos personajes se llamasen de otra forma tampoco creo que notásemos la diferencia, y no es algo que solo me ocurra con Camilla Läckberg
Erica Falck es una escritora que regresa a su pueblo después de muchos años de ausencia premeditada debido a que hereda una propiedad después de fallecer sus padres, pero además del trágico suceso que la hace regresar cuando vuelve a intentar adaptarse al pueblo recorriéndolo descubre que su mejor amiga, Alex, se ha suicidado.
Sabiendo que esto no entraba en los planes ni en la mentalidad de su amiga, decide convertirse en una suerte de detective y descubre que su amiga estaba embarazada, algo que la desconcierta aún más porque por norma general un embarazo es motivo de alegría y hay formas más seguras que un suicidio para interrumpir su desarrollo.
Este misterioso suicidio es algo que la empieza a acercar al hedor turbio que parece transmitir esta muerte que pronto se descubrirá como asesinato, y en su investigación se verá ayudada por un policía novel, Patrik, que en principio parece más un trastabillo que una ayuda, si bien luego se irá descubriendo como necesario, no solo por su oficio, sino por la historia que desarrolla con Erica.
Este hecho será el detonante que hará que el pueblo viaje con la memoria al pasado para traer a la investigación a determinados momentos que, aunque lejanos en el tiempo, parecen repercutir en el aparente suicidio de Alex y, personalmente, me parece que esto dota a la historia de credibilidad y la hace asequible en el sentido de que cualquiera que haya estado en un pueblo pequeño —y más en un terreno tan duro y tan hostil como uno escandinavo, domado por el frío constante— comprende que la familiaridad resulta en muchas ocasiones un arma de doble filo y que las rencillas pueden ser algo más serio de lo que parece: el cainismo que encontramos en la literatura y en la historia y que en absoluto es patrimonio patrio.
Como ya mencioné me parece absolutamente fantástico el uso que hace de las historias paralelas para sustentar la principal, que es la propia investigación del asesinato.
Es algo que como proyecto de escritora valoro bastante porque a mí aún me resulta difícil. Atar cabos y dejarlos bien sujetos es más complicado de lo que parece. 
Solo os recomiendo que no seáis como yo si os gusta la metaliteratura y que las leáis en orden. Por el bien de vuestra cordura y por no estropearos la historia, ya sabéis.

13 de octubre de 2019

Crimen y castigo, Fiódor Dostoievski


¿A veces no os pasa que os sentís con unas ganas irrefrenables de algo y, aunque no os lo podáis explicar, el ansia que notáis no se sacia hasta que por fin os dais el capricho?
Pues así he estado yo estos días atrás, con la necesidad ineludible de leer algo de la vieja literatura rusa, tan ruda, tan densa, y a la vez tan maravillosa para que me anestesiara en cierto modo los sentidos y consiguiera arrancarme el mal humor. 
Así que buscando entre los libros mi mano se fue hacia él, hacia una de las obras maestras de mi queridísimo Fiódor Dostoievski y una de las que sin duda me ha marcado más a lo largo de mi periplo vital-literario.
El personaje central que, en definitiva, construye la novela desde sus cimientos vitales es Rodion Raskolnikov, un estudiante más bien pobre que encuentra que para él y su familia no hay salida de tanta miseria a pesar de los esfuerzos de su madre y de su hermana Dunia, y podríamos decir que es la hermana el detonante de la trama porque es su decisión de casarse con un abogado bien situado no por amor, sino por necesidad, la que hace que Rodion decida dejarse al asesinato de una usurera para poder sustraer su dinero y así ver solucionada su maltrecha economía.
Pero desde luego no todo es tan fácil y la hermana de la usurera asesinada contempla el crimen, por lo que, irremediablemente, Rodion debe deshacerse de ella. 
Y es aquí donde da inicio la exploración psicológica, el tratado casi médico o filosófico que Rodion, nuestro protagonista, hace mediante la reflexión de sus acciones, siendo que tras el segundo asesinato la confusión le ha invadido.
La verdad es que, a pesar de las disertaciones acerca de la culpabilidad en realidad, el monólogo interior se me antoja muy estimulante, pero, sobre todo, los pensamientos que le provoca el interrogatorio al que se ve sometido al ser considerado uno de los sospechosos y loas dudas que en él nacen acerca de confesarse y cómo confesarse según con quién. 
Es toda una situación la que nos expone Dostoievski y como tal la cierra al final de sus páginas, dejándonos con todo lo que creíamos saber borrado de nuestro mapa existencial.
Es inevitable considerarla como uno de los clásicos entre los clásicos, no solo por su magistral forma y su magistral discurso, sino porque es, tal vez, una de las obras que mejor exploran la psicología del ser humano a través de los personajes.
Sin duda hay muchas otras obras que también lo hacen, que reflexionan acerca de la sociedad en sus páginas y en sus personajes, pero no hay tantas que lo hagan desde la dura perspectiva que nos ofrece Dostoievski: sin ambages, sin matices, sin esperanza.
Sin piedad. 

9 de octubre de 2019

El frío modifica la trayectoria de los peces, Pierre Szalowski


No puedo remediarlo, tengo especial predilección por las portadas y las más de las veces, sobre todo ahora que soy relativamente mayor, suelo guiarme por ellas a la hora de elegir un libro.
Sé que no debería, lo sé, pero de momento mi instinto no me ha fallado y siempre me ha sorprendido para bien mi elección, principalmente porque con algo tan vago como es el hábito suelo decidir cómo es el monje.
Esta portada la vi hace mucho tiempo como enlace en una página de Facebook y ya no pude despegarme de ella, pero ha pasado un tiempo hasta que he podido dejarme llevar por sus páginas y por la literatura de Pierre Szalowski, porque lo cierto es que era primeriza en este autor y nunca había disfrutado de su prosa.
¡Cuánto tiempo me lo he perdido!
Ahora que por suerte he enmendado este pequeño error literario —mea maxima culpa— he decidido traéroslo para que vosotros también disfrutéis de esta pequeña joya que personalmente me ha encantado. 
A veces la felicidad es algo tan laxo como la creencia que la fundamenta y este hecho se pone en tela de juicio en la navidad de 1998.
El protagonista es un niño de once años del que no conocemos el nombre —él mismo afirma en cierta parte que conocer su nombre es una tontería— y que nos va presentando a la gente que le rodea y que conforma su vida, y es en esta navidad que ocurren dos sucesos antagónicos que le van a marcar la vida: sus padres le regalan una cámara de vídeo carísima y maravillosa, pero a la vez le regalan una mala noticia, se van a separar. 
¿Qué niño quiere que sus padres se separen? Pues él decide pedir una especie de milagro de navidad, que el cielo se confabule contra todo y que obviamente la historia acabe bien. 
Lo único malo es que cuando creces te das cuenta de que quizá algo tan horrible, con algo de perspectiva y tiempo de por medio, puede resultar lo mejor y de que el hecho de querer que una historia adversa acabe bien no significa que acabe como nosotros queremos o que la forma en que queremos que acabe sea la buena, y por eso me ha gustado tantísimo este libro. El narrador, la historia se cuenta a través de los ojos de un niño, y no me negaréis que a través de los ojos de los niños las historias se dulcifican y se rodean de una pátina de qué sé yo que reblandecen cualquier defensa que hayamos tendido. 
Pensad en la magia, en la inocencia de un niño cuya única motivación en la vida aparte de la obvia es tener a su familia unida y feliz, y ve que escogen una de las épocas más divertidas para un niño para darle una noticia así de horrible para él. 
Ahora pensad en lo mismo pero en el lugar de un adulto, para alguien que en el mejor de los casos considera la navidad como un mero trámite, que se separa de su pareja y en las peripecias necesarias para volver con ella: ¿realmente creéis que hubiera pedido un milagro? ¿pensáis que el milagro no sería otro diametralmente opuesto al que pide el niño?
Creo que aunque el momento del año en que se ambienta la trama es importante porque no deja de ser una época en la que surge lo mejor y lo peor de la gente es, en parte, secundario, únicamente el decorado que pedía la trama. 
No sé qué pensáis, ¿la época marca la predisposición humana?
Es decir, si el esfuerzo que hace la gente por aparentar algo que no es —la mayor parte de las veces en la edad adulta este tipo de celebraciones se presta a que la familia se reconcilie y cuanto antes mejor, antes de que el frío, y no me refiero al literal, modifique la trayectoria vital, antes de que sea demasiado tarde para reconducirlo— es algo necesario, si realmente sirve de algo fingir algo que no somos para estar a gusto con nosotros mismos.
Ahora que veo que se acerca la fecha y que este año la idea me gusta menos que nunca me surgen estos debates conmigo misma que siempre pierdo.  

5 de octubre de 2019

Réquiem, Anna Ajmátova


Este mes ha llegado más pronto de lo que yo misma esperaba —y os aseguro que lo esperaba con una ansiedad que admito que no es normal— y empiezan a pasar los buenos días en los que me despierto arropada por las noches de madrugada. 
Sin embargo, aunque han sido días felicísimos y preveo que los siguientes también lo serán, llenos de naturaleza y amor, me apetece traeros este libro de Anna Ajmátova que hoy nos ocupa porque creo que el amor tiene muchísimas formas diferentes y porque el adiós, cerrar una etapa de dolor y sobreponerse a él y regresar más confiada y más fuerte también es amor, amor a nosotros mismos, ese que a veces nos falla y que debemos cultivar; yo también, lo admito.
El mejor réquiem literario que he encontrado —lo cual no quiere decir que no los haya mejores— es el que escribió Anna Ajmátova, una de mis poetisas de cabecera. 
En esta obra no es solo ella quien habla, la que sufre, esta obra pretende ser una especie de altavoz de todas las mujeres rusas que perdían a sus seres queridos en la guerra, las que veían que todo por lo que habían luchado no había servido de nada, porque de todas formas una guerra cruel se estaba llevando cualquier resquicio de vida y la incertidumbre era lo único cierto en sus vidas.
Siempre he pensado que este poemario es la ratificación de que la inocencia ya se ha perdido y que todo lo que queda es muerte. 
Os preguntaréis por qué y yo os respondo: la duda es la compañera de la esperanza, intentando imaginar que quien se ha perdido para siempre ha podido ser por un equívoco, un cambio de uniforme o una deserción, y eso también es inocencia, la que protege las mentes de la ruptura total.
Estos poemas son hijos del desgarro, del dolor y de la desesperanza más pura, pero a la vez son como un bálsamo que tranquiliza, quizá es por la certeza de que todos acabaremos muertos y con suerte la nuestra no será una despedida tan terrible como la de los soldados en el frente o en las cárceles. 

Diecisiete meses de clamar, 
a la casa te convoco, 
a los pies del verdugo me he arrojado, 
mi hijo y mi horror.
Todo se ha dañado para siempre
y ahora no puedo discernir
quién es la bestia y quién el hombre, 
ni cuánto he de esperar para la ejecución.
Y solo las bellas flores, 
el incienso, las campanas
y las huellas en algún lugar de la nada.
Y una enorme estrella me mira
firmemente a los ojos y con una muerte
inminente me amenaza.

--

Ya la locura ha cubierto,
con sus alas, la mitad de mi alma,
le da de beber vino de fuego, 
y la atrae hacia el negro valle.

He comprendido que a ella
he de ceder la victoria,
dando oídos a mi delirio
como si fuera el ajeno.

Y no me permitirá 
llevar nada conmigo
(por mucho que le suplique 
y le importune con mi ruego):

ni los terribles ojos de mi hijo,
petrificados por el sufrimiento,
ni el día en que llegó la tormenta,
ni el adiós al concluir la hora de visita.

Ni la amada frescura de sus manos,
ni las sombras agitadas de los tilos,
ni el tenue y remoto sonido...
de la última palabra de consuelo. 


Estos son los dos que más me han llegado, precisamente porque en ellos se conjugan todas estas cosas de las que os he hablado más arriba y, a la vez, caracteriza al hombre como su peor enemigo, ya que le ha arrebatado todo lo que más quería para dejarla con lo único cierto que tiene.

1 de octubre de 2019

Baila, baila, baila, Haruki Murakami


No sé por qué extraña razón solo os he traído en este año largo de vuelta del blog únicamente un libro de Haruki Murakami
Es un autor que me produce sentimientos encontrados. Admito que preferiría que le dieran el Nobel porque ya hemos llegado a un punto en el que la eterna nominación debe suponerle una carga mental dolorosísima —o quizá le da igual, vaya usted a saber—, pero únicamente por esa razón. 
No me parece mal autor, de verdad que no, incluso lo disfruto bastante en épocas en las que necesito no pensar y leer en modo automático, pero supongo que todos tenemos épocas de ese estilo. Lo que me chirría es que una vez has leído cinco o seis libros suyos —por poner una cifra— encuentras siempre las mismas cosas, y podríais decirme que es metaliteratura, que sus libros conforman un universo propio y que por eso sucede, pero en mi humilde opinión de lectora ávida creo que trasciende la metaliteratura.
En cualquier caso, vayamos al lío.
Nuestro protagonista es un redactor freelance cuyo nombre desconocemos que poco a poco se va acercando a la mitad de su vida y se siente tan vacío que precisa volver a su pasado para reencontrarse a sí mismo. 
Con esta excusa, tan válida como otra cualquiera, Murakami nos hace un recorrido por Japón y su geografía, e incluso va más allá dando respuestas a aspectos de su vida que él creía olvidados o acaso inexistentes.
«Baila, baila, baila» es uno de los mejores ejemplos de las características de la escritura de Murakami: adora las metáforas. Si puede construye un mundo solo con ladrillos hechos de metáforas y por eso su obra roza el surrealismo —a veces se mete de lleno en él— y muchas veces necesitamos hacer uso de referencias para encontrarle el sentido, si lo encontramos, a las páginas que escribe.
En esta búsqueda que nuestro protagonista hace yo veo un ciclo, una especie de espiral de crecimiento —cuyo inicio es el mismo de su final— que sucede desde lo más profundo, donde está hundido, hasta la búsqueda de sus porqués, siendo este el final de ciclo, y como si fueran los círculos de Dante va recorriendo la nostalgia, la melancolía, la soledad y después se descubre en la cima del mundo intentando resolver el vacío de su existencia en el que se halla sumergido. 
Murakami se vuelve a prodigar en este libro en la fina línea que divide la realidad real y tangible de la realidad onírica para encontrarse a sí mismo mientras se personifica en su personaje, y qué queréis que os diga, este tipo de lectura me gusta mucho cuando necesito desconectar porque si bien puede resultar complicada a mí me centra, necesito activarme para poder comprender y disfrutar la obra. 
En ella se advierte ya la simbología clásica del Murakami más obsesivo, valga la expresión, y debo reiterarme en que, en efecto y sin duda, todas sus obras están entrelazadas y en mi caso me parece que esta cercanía sucede especialmente con otra de sus novelas, la cual no voy a desvelar —pues sería descubriros parte de la trama— y os invito a que me digáis cuál pensáis que es. 
Podemos considerarlo un juego, ¿no os parece?

28 de septiembre de 2019

La levedad, Catherine Meurisse


Creo que todos recordamos con más o menos impacto, puesto que se trata de un evento reciente, el atentado contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo. Fue hace cuatro años. 
Desde luego la revista había tenido anteriores ataques, cuando haces humor irreverente ocurre porque , pero ninguno como aquél.
Y en esa revista trabajaba nuestra autora, Catherine Meurisse, cuando ocurrieron los hechos. 
Podéis imaginaros que este cómic es el resultado de la supervivencia, la forma de sobreponerse a todo el dolor y todo el miedo derivados del atentado y de la muerte de sus compañeros. 
Sin embargo, si bien es inabarcable todo el dolor que transmite porque es su experiencia en algo tan cruento como puede ser un atentado, lo cierto es que Catherine Meurisse consigue algo extraordinario: dota su propósito de curación de una belleza delicada; no se recrea en la derrota, sino que emerge más fuerte y más válida, no hay morbo, es la vida misma la que se cuenta.
El cómic tiene dos partes, la que se desarrolla en París y la que se desarrolla en Roma. 
La primera parte se corresponde con su trabajo en Charlie Hebdo y en la Catherine de después del atentado, traumatizada, dolida y asustada, que se deja llevar por la corriente y a la que le cuesta sobreponerse. La segunda comprende su estancia en Roma, ciudad en la que vuelve a ver la luz de la serenidad y la calma y lo consigue a través de la búsqueda de la belleza pura, la vida le viene dada por la belleza que aun en esas circunstancias encuentra. 
Y a la vez que Catherine encontramos nosotros mismos un nuevo sentido a nuestra existencia, haciendo un ejercicio de introspección que nos sirve de catarsis para seguir vivos.
No sé qué más puedo deciros de esta pequeña joya porque las palabras no son suficientes.  
Es un cómic-sentimiento. 
Las viñetas están inundadas de verdad y de todo el interior de la autora volcado en ellas, y eso te atrapa de tal forma que es imposible ser impasible a toda la esperanza que aun así transmite. 
Catherine Meurisse nos demuestra que es posible volver a encontrar la felicidad y a encontrarnos a nosotros mismos incluso si padecemos las más terribles circunstancias. 
Pandora dejó el regalo correcto en la caja. 

24 de septiembre de 2019

Tirano Banderas, Ramón María del Valle-Inclán


La semana pasada me quedé con el runrún de la política y de su crítica, así que continúo con el tema pero de una forma diferente, esta vez hacemos uso de la comedia para criticar a la sociedad, sus decisiones y sus manejos.
Creo que esta magnífica obra de Valle-Inclán es la primera que llegó a mí haciendo uso de este género para retratar y señalar los desmanes políticos de una época especialmente convulsa como la que le tocó vivir al buen Ramón María y por eso me sorprendió gratamente. 
La combinación única de una cruel realidad con el esperpento más grotesco, digno hijo de su creador, se muestra en esta novela que, por lo menos a mí, no me dejó indiferente. 
Se centra en un punto caliente, imán para dictaduras, catástrofes sociales y naturales e injusticias, y en ella se nos narra la obra y caída del dictador Santos Bandera, que gobierna haciendo acopio de opresiones y muestras de fuerza injusta que nada tienen que ver con un gobierno sano y con la democracia política tradicional. 
Al mismo tiempo de esta deliciosa descripción de temas nada buenos para una sociedad normal Valle-Inclán nos hace una introducción a la política de principios del siglo XX, fruto de desagravios y desmanes y arrastradas por las revoluciones del siglo anterior. La degradación a la que lleva el poder absoluto se hace patente en esta forma de gobierno, y la personificación de la misma dictadura es la figura de Santos Banderas en su imaginario país, si bien podemos extrapolarlo a cualquier dictador de cualquier país de la época. 
Como adivino indeseado de lo que sucederá en su propio país pone su opinión en la boca de personajes que que conforman la oposición deseosa de libertad y nuevos rumos, que no hace más que declarar la verdadera inclinación política del autor. Este se permite hacer una declaración firme de intenciones, opuesta a cualquier tipo de prohibición y anhelante de una justicia social reflejada en el ámbito político a través de sus personajes.
Tirano Banderas es una obrea reflexiva que se deja disfrutar, no solo en el sentido que se le puede dar a la actualidad candente, en la que cada vez vemos más movimientos totalitarios que empiezan a asomar la patita por el quicio de la puerta, sino que gran parte del disfrute deriva del uso del lenguaje del siempre grande Valle-Inclán, reflejo de su cultura y de su imaginación. 

20 de septiembre de 2019

El juego de Ender, Orson Scott Card


«He mirado con sus ojos, he escuchado con sus oídos y te digo que es el indicado.»
De entrada este inicio nos sugiere muchísimas cosas si interiorizamos la frase: en nuestro pensamiento pasaremos por la predestinación, por el control externo, por la alienación y por la indefectible lucha por la supervivencia en el caso de aquellos que controlan y crean casi por una selección genética milagrosa que les permita una hipotética victoria en una lucha aún no producida.  
Lo que no se refleja, o quizá sí pero a niveles más profundos, es lo que realmente arrastra. El desprecio, la humillación por ser un Tercero —algo que en la sociedad en la que se maneja Ender es algo prácticamente proscrito—, el allanamiento del camino a seguir y del propio yo, el hecho de no controlar tu propia vida porque está prometida y subyugada a un bien superior.
Hace tiempo que quería traer esta obra de Orson Scott Card, tan puntera en su tiempo que se llevó los premios Nébula y Hugo, pero he ido posponiéndola porque, sinceramente, en los últimos tiempos tengo atragantado al autor. 
Si bien soy plenamente consciente de que debo separar al autor de la obra, como escritora sé que hay más de un autor en un libro de lo que a simple vista se puede observar. 
Ender y su realidad es una ucronía en la que los extraterrestres están en guerra con los humanos y el fin último de los niños es ser entrenados en tácticas y estrategias militares para desarrollar la guerra y ganarla de paso, y ahí es donde entra en juego Ender como líder indiscutible de un ejército de pequeños niños-adolescentes en potencia cuyos valores deben primar sobre cualquier táctica, porque son estos los que les permitirán sobrevivir. 
Por otro lado y no tan al margen como cabría esperar se encuentra la política, la titiritera que mueve al mundo, y es por ella precisamente que nace Ender como Tercero, porque aunque sus hermanos son especialmente aptos no son los indicados. 
Estos hermanos, bajo pseudónimos y con la prodigiosa habilidad de la retórica y la manipulación, logran abrirse paso a pesar de su juventud a través de las zarzas de la política internacional, manejando los hilos de todos aquellos que, tras el opaco telón de los secretos de estado, controlan la realidad de la gente. 
Creo que su éxito, además de este factor político y manipulativo tan actual, radica en el hecho de que es bajo el punto de vista de unos niños, que son estos los que hacen y deshacen y manejan el cotarro, si se me permite la expresión. 
Es la comparación de los políticos con niños inexpertos, políticos que dependen de ellos hasta el punto de alcanzar a ser el Hegemón, lo que atisba un rayo de crítica social y política tan necesaria en estos tiempos.

17 de septiembre de 2019

La verdad sobre el caso Savolta, Eduardo Mendoza


De nuevo lo que se presentaba como una obligación estudiantil que iba a dar más pena que ganas y que al final sería una especie de agonía —soy un poco dramática y me viene de lejos, qué le voy a hacer— fue una sorpresa y al final se convirtió en uno de los libros que más me he leído en mi vida y uno de los que más disfruto, no importa el tiempo que pase, y por eso os traigo hoy —que además, si mal no recuerdo, hace tiempo que os lo prometí— «La verdad sobre el caso Savolta», de mi admirado Eduardo Mendoza
Este libro, allá por los setenta, fue pionero en muchos aspectos, aunque destaco el uso de la retrospectiva, a la aportación de documentación  para sustentar el caso mencionado y a la declaración de numerosísimos personajes secundarios que forman un puzle sobre el que se construye la historia.
La acción se desarrolla en la Barcelona de principios del siglo XX, resultado de la Semana Trágica, cuna de próceres anarquistas, burguesa en su trasfondo, inundada por propaganda y de muertes en sus calles. 
Una Barcelona que en 1918 ve cómo la revolución se prepara y se masca en el ambiente y los obreros se levantan contra los burgueses que les explotan para reclamar lo que por derecho les pertenece, a pesar de que, como siempre, el dinero les perjudica. No hay paz en la ciudad, y los sicarios son contratados para obtener los propósitos. 
Lo genial de la prosa de Mendoza, y de este libro en concreto, es que nos presenta a todos los personajes, mostrándonos hasta sus inquietudes más íntimas y, poco a poco, nos hace adentrarnos en el caso y enfundarnos la gorra de Sherlock Holmes para descubrir quién fue el asesino.
El poder y el amor aderezados con política y la ayuda de la serie de documentos judiciales y policiales nos insta a convertirnos en uno más de la Barcelona de principios de siglo, en uno más de los personajes de este libro.