2 de julio de 2019

El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde


Hace muchísimo tiempo que quería traeros este delicioso libro que hoy nos ocupa. 
La leí por primera vez cuando tenía unos quince años, nos la mandaron en clase, en una de estas asignaturas raras que ponen para rellenar horario y que creo recordar que se llamaba "Preparación para el estudio y el trabajo" o algo así y en la que en realidad, lo único bueno, consistía en hacer fichas y más fichas y leer libros. Hace poco, sin embargo, la volví a encontrar en mi estantería y me picó la curiosidad y decidí comprobar si mi punto de vista era el mismo o había cambiado respecto a esa época.
Siguió pareciéndome fantástica, para qué mentiros. 
Esta maravillosa obra de Oscar Wilde es un relato gótico de terror fascinante, un clásico de la literatura, y os lo digo a sabiendas de que no todos los clásicos por ser clásicos son buenos. Por suerte este no es el caso. 
En estas páginas, el irlandés nos narra la historia de Dorian Gray, un joven excepcionalmente hermoso que es retratado y su pintor se encapricha de él. El hedonismo en su vertiente más cruda se hace patente en la obra y en las frases que salen por la boca de Dorian cuando charla con el amigo del pintor en sus jardines, con Lord Henry, y dándose cuenta de que la belleza, como la vida, es efímera, hace un pacto, desea no envejecer nunca, de ser siempre terriblemente bello, de poder dedicarse a la perversión —entendida en la moral victoriana— y a la búsqueda más extrema del placer, y este deseo se le cumple, sufriendo los achaques del tiempo el cuadro en lugar de él.
Podría parecer banal esta historia de no ser por lo fantástico que subyace en la novela. 
Todos los actos, todo el libertinaje y los pecados tienen un precio, y este precio se refleja en el cuadro, que siendo una suerte de reflejo del alma del muchacho sufre todas las consecuencias.
En determinadas circunstancias nos podría resultar violenta la historia, pues al fin y al cabo es una bofetada de moral y de realidad que, quizá, nos venga sin esperarla. Sin embargo, lo que en su momento realmente me impactó es que se escribiera a finales del siglo XIX, en una sociedad oprimida real y virtualmente, que es capaz de encarcelar y denostar a todo aquel que rompa el statu quo que las reglas imponen como modo de vida. 
Por eso para mí este libro es un acto de expiación amén de un acto de rebeldía, otro punto de vista posible, si bien no se pierda el carácter moralizante detrás de todos esos actos de libertad y satisfacción. 

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