31 de agosto de 2019

La mujer de las Nueve Lunas, Carmen Torres Ripa


No puedo resistirme a la novela histórica.
Bueno, tampoco quiero.
Y esta novela de Carmen Torres Ripa me ha hecho recordar por qué no quiero resistirme a estos placeres literarios que, lo reconozco, pueden ser un arma de doble filo.
La verdad es que llegó a mí por mera curiosidad.
La protagonista de la novela que nos ocupa, Santa Hildegarda de Bingen, es la patrona de los esperantistas porque a ella se le atribuye la primera lengua construida de la historia, y ya sabéis si habéis leído más o menos algo de lo que os suelo traer que hubo un tiempo en el que me moví en ese ámbito.  
Esta mujer era todo un portento, sobre todo teniendo en cuenta que la época en la que nació la educación femenina no brillaba por su presencia precisamente, y de igual modo no les era permitido desarrollarse en otro ámbito que no fuera el maternal, el religioso o el de la prostitución; a Hildegarda le tocó el religioso y gracias a eso fue una pionera. 
En la actualidad, Samuel, un joven sacerdote en medio de una preocupante crisis de fe, recibe un encargo desde el Vaticano consistente en investigar la vida y la obra de nuestra santa, y lo que empieza siendo una mera investigación acaba convirtiéndose en un arma perfectamente cargada que amenaza con tambalear los cimientos del catolicismo, no solo en lo referente a la moral religiosa, sino también con todo lo que supone el uso de esa moral para los creyentes, alterando la visión tan aceptada de ciertos dogmas y reglas religiosas. 
Nadie sabe por qué precisamente en ese momento y esos códices en concreto, aunque conforme van avanzando las pesquisas se descubre el fin último de este encargo.
En el siglo XII en el que vive Hildegarda un misterio la acecha en lo que debería ser una vida tranquila y dedicada a la contemplación.
Su novicia favorita da a luz a un niño, pero aparece cubierta de heridas y el niño perdido en el bosque, semienterrado pero vivo, quién sabe si por mucho tiempo. 
Qué puedo decir.
Me gusta la trama, el misterio que destila por cada página y la reivindicación que hace de una figura tan olvidada y a la vez tan poderosa en cuanto a valor se refiere. Posiblemente le debamos mucho más a ella que a los próceres que con tanto bombo se han promocionado y solo en determinados círculos se le guarda cierta admiración o, tal vez, respeto por todo lo que consiguió a base de inteligencia y lucha, así que creo que es el momento idóneo para abrir nuestras mentes y dejarnos atrapar por esta gigante de su tiempo y de los venideros.

27 de agosto de 2019

Los surcos del azar, Paco Roca


Para mí este año, y especialmente este verano, ha sido de descubrimientos a todos los niveles.
Me he descubierto a mí misma, física y espiritualmente, he descubierto que soy capaz de muchas más cosas de las que creía y que con confianza y apoyo se llega a cualquier parte.
Pero esta serie no acaba conmigo misma, sino que se extiende también a la vertiente literaria.
Siempre he sido de leer cómics, recuerdo que los Mortadelos me duraban un suspiro y siempre quería más, pero luego tuve una época de sequía, digamos, y lo abandoné porque al final prefería otro tipo de literatura, supongo que es lo que tiene ir creciendo como persona con distintas obligaciones.
Hoy en día he recuperado el viejo gusto por la novela gráfica —por eso procuro traer uno al mes al menos— y también por la novela gráfica nacional, en la que tenemos grandísimos referentes y unas obras deliciosas que no dejan indiferente a nadie una vez se conocen.
Paco Roca es uno de esos autores, y aprovechando que hace unos días se conmemoró el aniversario de la Liberación de París, hoy os traigo «Los surcos del azar», que reconstruye la historia de «La Nueve», la primera división del Ejército de la Francia Libre formada por republicanos españoles que entró en París para su liberación, republicanos que tuvieron que exiliarse por la Guerra Civil y la Dictadura consecuente. Y esta historia no empieza en el momento en que están en Francia luchando en la Resistencia, comienza en Alicante, en la huida de esos españoles de una tierra que sangraba todavía.
Roca nos lleva desde una España que no se parece en nada a la que fue en años anteriores al Protectorado francés donde se desprecia a los refugiados y no se les permite bajar a tierra —¿os suena de algo?—; la única opción es volver a un país que quería asesinarlos, ir a campos de trabajo o la Legión Extranjera, luchar en nombre de Francia y volver a derramar sangre.
Este cómic es una de esas pequeñas joyas que debería estar en cualquier anaquel y en cualquier instituto porque es la historia de nuestros abuelos y de nuestro pueblo y a veces se intenta esconder o blanquear aunque fueron hombres que, por suerte, cambiaron el curso de los años venideros y el destino de toda Europa.
Quizá lo que más me gusta es que no se decanta por un bando o por otro, sino que cuenta la guerra como es, una sucesión de miserias y desastres en la que no gana nadie y en medio de ese horror nacen historias personales de amistad y de apoyo sin las que no habría sido posible escapar de una situación tan sórdida.
Y en torno a esa camaradería Paco Roca nos desgrana tal mezcla de emociones que nos desgarra, aun recordándonos la obra en algunos momentos a un documental ajeno a nosotros mismos, quizá porque aunque se cuenta en tercera persona y por supuesto es historia y forma parte de ella, al final somos nosotros los que nos introducimos en las calles de París a través de los ojos de Miguel, el protagonista. 

23 de agosto de 2019

El lector, Bernhard Schlink


Este libro de Bernhard Schlink es pequeñito pero curioso, y él es casi un autor de cabecera porque no es la primera vez que me dejo llevar entre sus páginas.
Digo que es pequeñito porque no es excesivamente denso ni largo, lo justo, podríamos decir; y digo que es curioso por el tema que trata, algo que, a lo largo de las páginas, casi considero una suerte de parafilia y no un simple gusto o disfrute.
En Alemania se nos ambienta este libro dividido en dos partes diferenciadas: una, en la posguerra alemana, en la que juventud y casualidad propician una relación amoroso-sexual entre Hanna y Michael, que se convierte en una pugna entre inexperiencia y veteranía y otra, la que luego veremos adelante en el tiempo, de nuevo contrapuestos ambos pero desde una perspectiva mucho más diferente que la de las deliciosas tardes y lugares compartidos al amparo del amor.
Son los juicios por las masacres del Holocausto y una relación totalmente distinta, la de un estudiante de derecho que encuentra a su antigua amada imputada por unos crímenes que en principio cometió. 
La clave de esta obra se encuentra precisamente en las peticiones de Hanna a Michael mientras se prodigan en los brazos del amor.
Hanna siempre le pide que le lea, cualquier cosa, quiere oírle leer, y Michael accede, llegando incluso a constituir una especie de representación sin tintes teatrales cada vez que se encuentran. Después desaparece, y una vez la encuentra de nuevo es para ser juzgada por la muerte de reclusas en Auschwitz
Hanna accede a condenarse por no soportar la vergüenza que para ella supone su analfabetismo, algo que la habría salvado, pero que prefiere soportar aun a costa de perder la vida. Michael, sabiéndola inocente, retoma la relación en términos diferentes, le graba libros para que le oiga leer y produce en Hanna un afán por aprender a escribir que culmina en cartas que nunca serán respondidas. 
No es este el fin del libro, está claro, pero me parece más bonito un descubrimiento de lo tragicómico que encierra el libro en su final que el hecho de contarlo.
Os invito a que imaginéis la situación: ¿qué habríais elegido, adoptando por unos instantes la mentalidad que tenía Hanna y la época en la que se desarrolla el libro? ¿habríais preferido soportar la vergüenza —recordad, siempre bajo la mentalidad de Hanna— y asumir para vosotros una condena injusta —propiciada, también por la cobardía de Michael y la negación a reconocerla como aquella mujer a la que amó— o demostrar la inocencia de unos crímenes terribles a costa de la condena de los demás?
Sin duda esta es una novela fantástica que merece ser leída y reflexionada. 

20 de agosto de 2019

Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, Pablo Tusset


Un poco harta ya de ir reptando por las esquinas buscando migajas de ánimo por tantísimo calor que hace he decidido acabar con todo. 
Bueno, con todo eso que me hacía ir reptando, se me entiende.
Una vez me he dado cuenta de que ya queda menos para que pase este calor infernal —si bien aquí nos quedan tranquilamente dos meses o tres todavía de verano en su máximo esplendor— he decidido tomármelo con calma y dedicarme al humor, que si bien no me va a enfriar, sí que me va a hacer olvidarme un poco de toda esta canícula.
Así que haciendo balance de todo lo bueno que hay por ahí suelto, a pesar de que tenga cosas menos buenas un poco recientes, este libro ha acabado siendo como una especie de revulsivo que me ha hecho buscar como una loca en mi estantería para desconectar, por lo menos, mientras me durasen las hoja, y he decidido empezar por este libro de Pablo Tusset que hoy nos ocupa porque ciertamente me hace pensar vagamente en un viejo conocido, Ignatius Reilly, protagonista de «La conjura de los necios», uno de mis libros favoritos que lo más seguro es que os traiga en las próximas semanas, personaje maravilloso donde los haya.
La verdad es que igual que Reilly, Miralles, el protagonista, es holgazán, misógino e inadaptado, pero la diferencia radica en que con sus ínfulas de filósofo acabará moviendo hilos para descubrir un enigma en Barcelona. 
No es humor al uso, os aviso.
Es negro, mordaz, inteligente e incluso podría decirse que en ocasiones roza con los dedos su vertiente más cruel, pero de la desaparición de su hermano, con posibilidades cada vez más inverosímiles y fantásticas, en el sentido quimérico de la palabra, se obtienen situaciones que pondrán a nuestro antiheróico protagonista en el centro de un huracán de misterio, sátira y surrealismo. 
Es un libro perfecto para el verano más caluroso. 

16 de agosto de 2019

Duma Key, Stephen King


Hace tiempo que no volvía a los brazos literarios de Stephen King y la verdad es que, como hacía tiempo que no leía nada suyo, en estos días de asueto me decidí por ella. 
Y qué sustito, madre mía, aunque también os digo que es que yo soy de natural aprensivo, sobre todo con estas cosas y más aún cuando las leo de noche, porque aunque esté de «vacaciones» lo cierto es que solo tengo tiempo para leer robándole horas al sueño.
Edgar es nuestro protagonista y ha sufrido un terrible accidente de coche que le provoca la pérdida de un brazo y una grave lesión cerebral que le vuelve violento hasta el punto de atacar a su mujer. Como consecuencia y naturalmente ésta pide el divorcio.
Aconsejado por su médico decide llevar a cabo una cura geográfica, es decir, retirarse a un sitio alejado de todo para recuperarse y encontrarse a sí mismo, y en esta cura redescubre su capacidad de dibujar, que había olvidado con los tejemanejes de la empresa donde trabajaba antes del accidente.
Sin embargo, este accidente parece haber trastocado todo, y no solo su vida. 
Ahora algunos de sus dibujos parecen oscuros, malignos, y él no recuerda haberlos dibujado.
Los dibujos tienen vida propia y son perversos hasta el punto de matar, y el pasado de la casa y de él mismo sale a la luz impulsado por la maldad que destilan estos cuadros.
Normalmente el terror psicológico me suele aterrorizar, valga la redundancia, no sé si porque soy demasiado imaginativa en según qué ocasiones o porque lo interiorizo de tal forma que empiezo a ver problemas en todas partes, y este librazo no se queda atrás.
Pocos escritores hay como Stephen King para mi gusto que consigan dotar de vida —y de maldad, que no se nos olvide— a algo tan inocente en apariencia como puede ser un dibujo y consagrarlo de tal forma que hasta el más triste garabato nos asuste.
Está claro que King es el gran maestro de este género, y como tal no tiene parangón, pero en relación con libros anteriores suyos que he tenido el placer de leer Duma Key es diferente. Lo que no sé es por qué razón lo es.
Es, sin lugar a dudas, un libro extraño, muy extraño, pero pensándolo fríamente, ¿qué libro de King no lo es?

11 de agosto de 2019

La sonrisa etrusca, José Luis Sampedro


Creo que José Luis Sampedro es uno de esos autores a los que odias o amas si te fijas en algo más que en su literatura. 
Él daba buen uso a su fama y se comprometía con causas más o menos perdidas que muchos temen aceptar por miedo a determinado tipo de represalias, léase menor venta o cualquier cosa que se pase por las cabezas respectivas. 
Al margen de estas circunstancias que en poco aquí nos atañen hoy os traigo el que quizá sea el libro que se asociará eternamente a su nombre, uno de aquellos que le dieron fama internacional y que se alejaba del campo económico en el que había desarrollado su profesión antes de acercarse a la literatura. 
Nuestro protagonista es Salvatore, al que todos llaman Bruno, sobre todo sus viejos camaradas partisanos. Él es un anciano cabezota —como todos a esa edad supongo, a esas alturas de la vida ya no consienten, o no quieren, que nadie les maneje lo que les quede por vivir— que va a casa de su hijo para que le traten una enfermedad que es, por desgracia, mortal.
Lo que no espera Bruno es que a pesar de todo lo que gruñó para que no le movieran de su tierra calabresa a la que tiene tantísimo amor es que encontraría un amor aún más grande y, sobre todo, nuevo, el que siente por su nieto, también Bruno, que le hará más fácil el tránsito y que le descubrirá nuevas facetas, nuevos momentos en los que no creía porque pensaba que no los iba a conocer.
Y allí, en Milán, también encuentra otra pasión, este caso por una mujer, quizá la última, que le dará un poquito de más sentido a su vida.
Con este cuadro casi costumbrista, por decirlo de alguna forma, Sampedro también ofrece dos realidades distintas: la del pasado, la de la juventud de Bruno, en la guerra y con los partisanos, y la del presente de su hijo y de su nuera, que a su vez se dividen de otra forma, Bruno en su Calabria natal, ruda y campestre y no exenta de encantos y Renato, su mujer y el pequeño Brunettino en el Milán más urbano y moderno.
No sé si he sabido expresar todo lo que es la obra, en todo lo que consiste, pero sí os puedo decir que siempre que la leo me hace sentir, con todas sus letras.
Es de nuevo un libro-llorera, como yo los llamo, un libro que te remueve cada fibra del cuerpo porque es una historia de amor tan profunda, tan profunda, que acaba doliendo.
Nosotros vamos cambiando con los cambios que sufre Bruno, aunque por suerte no son tan drásticos en nuestro caso.
Cuando llegué al final, un final que sin duda se advierte casi desde la primera página —no os lo voy a negar— me di cuenta de que cuántas veces hacemos un mundo de lo que nos toca vivir y muchas de esas veces son cosas que, aunque nos parezcan tremendas, en realidad no lo son tanto, y no somos capaces de notar, de apreciar todo lo que tenemos y todo lo que somos, y creo que de cuando en cuando no viene mal tampoco hacer que algo, en este caso un libro, sea capaz de removernos aunque sea un ratito y nos haga mejor persona. 

7 de agosto de 2019

Manolito Gafotas, Elvira Lindo


Reconozco que no tenía pensado actualizar precisamente hoy con este libro, pero estaba buscando información acerca de otro que leí hace muchos, pero que muchos años, y en la página de la editorial en cuestión había un pequeño banner a la derecha con la imagen de este entrañable personaje que me acompañó en mi periplo infantil y que a día de hoy vuelvo de vez en cuando por pura necesidad de nostalgia y buenos ratos. 
Leí muchos libros, sigo leyéndolos, de hecho, pero recuerdo con especial ternura las aventuras de Manolito Gafotas, un niño rechoncho de Carabanchel —Alto, no lo olvidemos— que afronta como puede una realidad costumbrista pero llena de humor con sus amigos, entre ellos prototipos —lingüísticamente hablando— como el chulito, reflejado en Yihad, el Orejones —o Cochino Traidor—, Susana Bragas-Sucias o Paquito Medina, el listo de la clase, su "sita" Asunción, que les recordaba que lo más probable era que acabaran convirtiéndose en delincuentes o, tal vez, en el próximo premio Nobel su vecina Luisa, que es la cotilla del piso y su familia.
El Manolito de Elvira Lindo es un niño de a pie, creo que por eso gusta tanto. Su vida es una vida normal que magnifica las adversidades que se le presentan. 
La especial relación con su abuelo Nicolás, un hombre realmente entrañable que quiere con pasión a su nieto, el Imbécil, su hermano, que le despierta celos y amor a partes iguales, su madre, ama de casa incondicional que se impone a base de collejas y su padre, camionero, que mantiene a su familia con sus largos viajes pero que, a pesar del cansancio, sigue estando allí para ellos, da igual lo que ocurra.
Aún conservo muchas pequeñas historias y expresiones ligadas a este fantástico personaje.
Cuando el fin de semana se hace denso, larguísimo y aunque tenga mil cosas que hacer no tengo ganas de hacer ninguna yo también me pongo pastosa como Manolito. Es curioso cómo, a pesar de que pasen los años, hay cosas que se graban tanto en tu memoria y en tu forma de ser que siguen conservándose aunque haga siglos, figuradamente hablando, que no lo leas. 
La verdad es que he tenido auténtica pasión por este personaje, aún la tengo, de hecho, y lo cierto es que, pensándolo, me entra un no sé qué por el cuerpo cuando compruebo que hace demasiados años que no me dejo atrapar por sus hojas.
Después de traéroslo puede que lo haga más pronto que tarde, porque siempre es bueno recuperar por un ratito la inocencia de aquellos ojos que devoraban con auténtica devoción las aventuras y desventuras de Manolito Gafotas. 

3 de agosto de 2019

El sueño de Alejandría, Terenci Moix


No es la simple segunda parte de «No digas que fue un sueño», que ya os traje hace unos meses, no. 
Es la historia de lo que sucede tras la muerte de Antonio y Cleopatra, de cómo sus hijos van a Roma con Octavia, la esposa de Antonio, mientras Alejandría cae en manos del Imperio. 
Esta vez la acción no se centra en la provincia romana de Egipto propiamente, si bien sigue siendo el telón de toda la obra. 
Esta vez la historia se desarrolla en la Mauritania de la época donde Cleopatra Selene, hija de los desdichados amantes, se casará con su rey.
Allí, el jardinero, Fedro, se convierte en el motor de la novela y centra la profunda búsqueda espiritual que le guía hacia adelante, constituyendo otra muestra —maravillosa, por cierto— de lo que para el grandísimo Terenci Moix significaba y tenía de necesario lo iniciático en el discurrir de la vida de sus personajes y, trasladado, a todo ser humano. 
Los destinos y las pasiones vuelven a jugar a las cartas guiados por los detalles y los pequeños momentos de inspiración propia, lejanos de la historia fidedigna, porque qué sería una novela sin imaginación, ¿no creéis?
En lugar de desmerecerla, dan a la obra un ritmo ameno de lectura, algo que para mí, personalmente me hace tener ganas de devorarla de principio a fin.
Roma seguirá adueñándose de todo a cualquier precio, da igual las vidas que tenga que arrasar o los poblados que tenga que subyugar.
Roma ha de ser grande, y si para ello ha de usar a sus más egregios ciudadanos de forma que actúen como meras marionetas a su antojo lo hará.
Siempre que la leo esta novela me recuerda al desierto.
Podría pensarse que es algo obvio si tenemos en cuenta la localización, donde se desarrolla el nudo de la novela, pero pienso que es más por la forma de narrar que tiene Moix, en la que se ve la pasión que tenía por Egipto y la manera en que consigue que te traslades en el tiempo y en el espacio hasta convertirte en un personaje secundario más.