28 de enero de 2021

La Carretera, Cormac McCarthy

Me gusta considerarme una mujer de palabra, y hace unos días —o hace unas entradas— os dije que os traería esta pequeña delicia que tortura y que fascina. 
Sólo de ver la portada ya nos podemos hacer una leve idea de la temática o del desasosiego que reina a lo largo de toda, toda la novela, y ahora que están en boga tantos movimientos conspiratorio-paranoicos acerca de un hipotético fin del mundo que se producirá en pocos años —espero que no, teniendo en cuenta los meses que llevamos arrastrando—, me vino a la cabeza esta novela de Cormac McCarthy, tal vez más conocido por «No es país para viejos», que justamente cuenta eso, un padre y un hijo que sobreviven a un cataclismo que destruye a casi toda la humanidad. 
Reconozco que la novela no es apta para leerla en un proceso depresivo o en un día de lluvia, porque la agonía reina a lo largo de las palabras como única motivación para sobrevivir y porque la mano de McCarthy parece dotada de un excepcional sadismo que no deja indiferente, puesto que casi parece que el autor disfrute desmenuzando la poca realidad de los protagonistas, dejando que el hastío, el hambre y el frío sobrevivan erigiéndose como amos del mundo mientras que ellos pasan. 
Han de sobrevivir al apocalipsis, al fin de todas las cosas tal cual las conocemos, y no deja de ser una suerte de rito iniciático, un camino —reflejado, obviamente, por la carretera—, el aprendizaje del niño a través de las peripecias de su padre para llevarlos hacia el sur, donde el invierno no reina y no les puede alcanzar con su mano imbatible y destructora. 
Ellos son lo poco que queda de humanidad donde la humanidad ya ha perecido, y el vínculo reforzado entre padre e hijo son el resquicio, junto con la carretera, de la civilización perfecta y pasada. Es la angustia y la frustración las que pueblan el entorno, y es el camino el que convierte, el que te acaba convirtiendo. 
Porque el rito iniciático que antes mencioné no se reduce a los personajes, sino también al lector, el cambio que se produce se hace patente cuando acabas la última página del libro, por lo menos si te has dejado atrapar por las vicisitudes que padecen el padre y el hijo a lo largo de su camino, un camino que parece no tener fin.

23 de enero de 2021

Ariadna en Naxos, Javier Azpeitia


Ya no recuerdo cuándo apareció en este anaquel algo de mitología. Propiamente dicho no es mitología al uso, pero sí que es una reconstrucción muy entretenida de la misma. 
Javier Azpeitia tiene, para mi gusto, una trayectoria bastante interesante. Reconozco que no había leído nada de él hasta una asignatura que tuve en la carrera, pese a que es un autor español y relativamente conocido en el círculo de la literatura española —y no española—, pero como siempre digo, me queda mucho que aprender. 
Ariadna en Naxos, comienza de una forma un poco dura, por decirlo de alguna manera. 
Da inicio con el asedio a la ciudad de Cnosos y acaban con el sistema establecido en la isla. 
De un matriarcado próspero y pacífico pasan, impuesto por los guerreros griegos, a un patriarcado militarizado, imponiendo credos y dioses a una sociedad que rendía culto a la Diosa Madre y que vivía acorde a sus creencias. 
Obviamente, después de tantos siglos de convivencia y de bondades, frutos de la Diosa, no podía acabar de forma tan simple. En la ciudad se crea una especie de disidencia, de cara a la galería aceptan lo impuesto, como vencidos, aunque no de forma legal, como legal no puede ser nunca una guerra; mientras tanto, en la clandestinidad y en la oscuridad del hogar, el antiguo culto permanece tan vivo como siempre. 
Y tras esta desolación, un joven que se finge adivino, asume para sí la no menos valiosa misión de encontrar al heredero secreto de Europa —¿hijo de Zeus, quizá?—, con su propia ayuda, la de Pasífae y Ariadna, sacerdotisas de la Diosa, que salvará a Cnosos de la destrucción y le devolverá a su antiguo culto y realidad. 
Este trasfondo tan dinámico que mezcla novela con realidad —por desgracia fue realidad—, Azpeitia nos muestra los más hermosos pasajes de la mitología griega, tales como el rapto de Europa, el laberinto y el minotauro, Teseo o Ícaro, y los utiliza como hilo conductor para enlazar la historia con el mito, la ficción con lo absolutamente real. 
Y no es sólo lo fantástico de la prosa con la que une todos estos puntos en uno, sino las divagaciones filosóficas y el replanteamiento social que acabas asumiendo cuando lo terminas. 
La verdad es que esta pequeña joya que os traigo hoy fue uno de los descubrimientos de la carrera. 

19 de enero de 2021

Maldito karma, David Safier

¿Qué pasa si en tu vida pasas por encima de todo y de todos para conseguir tus objetivos? ¿qué ocurre si antepones tu trabajo a tu familia, a tu entorno y no dudas ni un instante a la hora de deshacerte de todo aquello que entorpezca tu ascenso? 
Pues que el karma te juega una mala pasada, o más bien te da en "premio" todo aquello que has ido recolectando durante tu vida. 
Algo así le pasa a la protagonista de este libro, ópera prima de David Safier, Kim Lange, una prometedora presentadora de televisión que tras morir de una forma un tanto surrealista, lo admito, aplastada por el lavabo de una estación espacial en órbita en la azotea del hotel donde estaba porque recibió un importante premio y había sido infiel a su marido con un presentador de la competencia, se ve convertida en poco menos que una hormiga para purgar su existencia y verse de nuevo en forma humana en sus próximas reencarnaciones, algo que, dado el corto lapso de vida de un bichito de estas características, no tardará. 
Lo cierto es que su trasfondo no ha sido fácil y, sin afán de justificarla, no es más que un producto de su propia vida. En este camino, obviamente, tendrá que hacer cosas buenas y luchar y llevar a cabo todo aquello que le fue imposible en su vida anterior por la importante ceguera que tenía a causa de su trabajo. Necesita acumular buen karma a lo largo de sus sucesivas reencarnaciones para conseguir lo que ya tenía al principio y no se había dado cuenta, el amor incondicional de su marido y de su hija. 
No será fácil para un insecto —en principio— con plena conciencia humana, ya que guarda los recuerdos de su vida anterior como aliciente para la purgación, cuya función primordial es la de arrastrar miguitas para guardar para el invierno lograr su meta, desde luego el camino no está exento de situaciones dramáticas, pero a la vez consigue que con el humor negro que la puebla nos demos cuenta de que, en ocasiones, es necesario frenar y recapacitar, no sea que acabemos convertidos en una hormiguita o algo peor, ¿no? Me he reído mucho leyéndola y, no sé si porque el tiempo que tenemos me pone hipersensible, también he llorado mucho. 
Aunque sea un libro carne de best-seller, con un lenguaje muy sencillo y directo y situaciones que bien podría habernos ocurrido a cualquiera de nosotros —aunque no a tan gran escala, se me entiende—, la verdad es que he encontrado una pequeña joyita. 
A pesar de su adorable estilo literario, lo único que encuentro en contra de esta novela es un poco el final, el intento de penar algo que, en ocasiones es necesario, pero eso ya os dejo juzgarlos a vosotros mismos.

15 de enero de 2021

Obabakoak, Bernardo Atxaga

Mi euskofilia y yo. La verdad es que es una pasión que poca gente entiende, pero a mí me satisface bastante. Ella me ha llevado a aprender euskera por puro placer, aunque aún me queda mucho por hacer, y a descubrir libros que nunca hubiera encontrado de otro modo. Y este es uno de ellos. Me encontré con Bernardo Atxaga casi por casualidad, en un tema de literatura, en una asignatura en la que me matriculé, y aunque no era lectura obligatoria, decidí sumergirme en sus páginas, para ver qué me deparaba, y la verdad es que me pareció fantástico. Dentro, estaremos en Obaba, una pequeña población vasca ficticia, donde no hay límites entre lo que es real y la imaginación o la fantasía, y dentro de Obaba, conoceremos a sus habitantes, que con sus actos, con sus pensamientos, nos irán descubriendo un mundo en el que yo, por lo menos, me replanteé muchas cosas, empezando por la repercusión de mi propia conducta. La obra me recuerda a una especie de caja china, en la que diferentes cajitas se entrelazan y se convierten en una sola. Algo así pasa con la historia que nos narra Atxaga. Actos aparentemente no ligados se van entretejiendo hasta que les encontramos coherencia como un todo. 
¿Recordáis aquellos cuentos que aunque no tuvieran relación al final se acababan centrando en las moralejas? Pues un tanto así ocurre con Obabakoak, como si las historias que aparecen intentasen instruirnos contemplando los actos de otros. Algo que, al menos yo, entreveo es un poco la reivindicación de la imaginación y de todo aquello que olvidamos en pos de la modernidad y la tecnología. 
Obviamente no voy a erigirme en "antiavances", está claro que me sirvo de ellos para contaros lo que pienso de los libros que leo y para llegar a vosotros, pero, por ejemplo, destacaría el uso de las cartas entre el profesor de geografía y su chica; a través de ellas la conoce, puede olerla, sentirla, imaginar qué es lo que pensaba en ese momento para llegar a la palabra precisa. 
Es algo que me parece muy hermoso, por eso atesoro todas las cartas y las postales que me han mandado, incluso aquellas que me mandaron personas con las que hoy en día ya no tengo relación; algunas, las más importantes para mí, sigo releyéndolas de cuando en cuando, como si fuera una forma de acercarme a ellos o a otro tiempo.

11 de enero de 2021

El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad

Quizá pocos sepáis —o muchos de vosotros, no lo sé— que en este librito de Joseph Conrad que aparenta ser un insulso —en apariencia, siempre en apariencia, y no os olvidéis de que estas suelen engañar con relativa frecuencia— monólogo que reflexiona acerca de la vida, la muerte y todo lo demás se inspiró la archiconocida película de Coppola «Apocalypse Now», interpretada por un fabuloso Marlon Brando que, aunque reflejada en una situación histórica bastante posterior, muestra con exactitud los horrores de cualquier momento así. 
No sé si es mi predilección por Coppola —que es posible, no lo niego—, pero las adaptaciones cinematográficas que hace de libros no me suelen parecer atentados literarios. 
Es la historia de un viaje a través del río Congo, en una época en la que todavía estaba oprimido por los belgas, y las vicisitudes acaecidas a lo largo de él, como si se tratara de un cruel descenso a los infiernos, purga y expiación de cualquier pecado. Lo que se esconde es una crítica velada al devastador imperialismo de principios de siglo y el intento de saber qué es realmente la locura. Me impactó desde el momento en que le vi. Además de por su leve grosor, porque desconocía que la película estuviese basada en una novela corta, por la parsimonia y la densidad con la que las palabras fluyen a lo largo de ella. 
Es dura y melodramática, y, en mi opinión, es el reflejo afortunado de una época en la que la oscuridad estaba presente por doquier y afloraba por cualquier parte. Es época de guerras, rupturas, uniones locas, golpes y sangre, y creo que por eso gusta, porque explota el lado más dramático de la humanidad, de lo que no debería volver a ser y de lo que lamentablemente aún hoy es. Es búsqueda y horror, y la aparición de las brutalidades propias de una época en la que era el pan de cada día, y extrapolable a situaciones denigrantes sucedidas no hace tanto. 
Al igual que con «La Carretera» —que os traeré pronto, espero—, debo decir que no se lea en esos momentos en los que la elocuencia y la alegría brillen por su ausencia. De lo contrario, la espiral de dolor que contiene el libro se hará presente y arrastrará todo a su paso. 
Sólo es un consejo.

7 de enero de 2021

La historia de Lisey, Stephen King

Hace un tiempo estuve viajando relativamente bastante en comparación a como ahora lo hago, y cuando no hay nada que hacer en un aeropuerto, aparte de aburrirme, me da por recorrerlo entero entrando en las tiendas que encuentro, ojeando los libros que aparecen en sus estantes. 
De vez en cuando, la Justicia Librera me auspicia y encuentro alguno que llevo buscando bastante tiempo; otras veces juega conmigo y me lo pone delante, pero en un idioma que no entiendo. Y eso fue lo que me pasó con este libro, que lo encontré, sí, pero en italiano, y no es un idioma en el que me maneje precisamente. 
De todas maneras, pude acceder a una copia digitalizada que tenía desde hacía bastante tiempo y saciar, en cierta medida, la furia que me entró en el momento en que no la encontré en español o en inglés. 
Este libro es uno de los que más me gustan de Stephen King, aunque realmente creo que podía quedarme con todos. Creo que su grandeza es, precisamente, no tener que recurrir a asesinatos masivos por parte de objetos o personas o tampoco a lo típico de zombis, vampiros y otros seres que adornan nuestras pesadillas desde que tenemos memoria. Si este libro me gusta es por la presión psicológica que acabas teniendo, ese miedo que infunda lo desconocido, lo misterioso, las dudas y que tan bien ilustra King por medio de sus escritores, como si fueran médiums que traen a la realidad todo lo que está en sus mentes. Scott Landon, asediado por su locura que él mismo reconoce y que no entiende por qué a la gente le gusta —yo supongo que es porque no la sufre— muere asesinado por uno de sus fans, y su viuda, Lisey, necesita organizar sus escritos, conocidos y desconocidos. Entre estos últimos descubre la fragilidad mental de su marido en frenéticos textos macabros y todo lo que le atormentaba, y le son de utilidad en el momento en que un psicópata torturador la empieza a acechar para acabar con su vida, cual si de manual de supervivencia se tratase, y siendo, a la vez, la causa final de este asedio asesino. 
Y en tanto se desarrolla la desconcertante novela, encontramos retazos de la vida de Scott, como si fuese una especie de justificación de lo que acabó siendo, como si su final estuviese marcado por su principio. Me gusta, porque aunque recurre a algunos tópicos que ya ha utilizado en otras novelas para caracterizar a los asesinos —el acento sureño, por ejemplo. Cuando uno empieza a leer una obra de King después de haberse perdido varias veces entre su bibliografía y encuentra a alguien con acento sureño no puede evitar pensar que es, indefectiblemente, el asesino de turno—, creo que da una vuelta más a todo lo que ha hecho con anterioridad, y la forma de combinar lo real con lo no tan real, haciéndonos dudar y mirar por encima del hombro para ver si el psicópata, por curiosidad, aparece, me parece que nadie como él es capaz de conseguirla.

3 de enero de 2021

La mano izquierda de la oscuridad, Ursula K. Le Guin

Hacía tiempo que no traía un Premio Hugo o Nébula, y pensé que una combinación de ambos para empezar el año sería lo idóneo para un tiempo en el que los días se siguen oscureciendo y el ansia por redescubrir se hace más fuerte, por lo menos así me ocurre; y qué mejor que hacerlo con un fantástico tomo de ciencia ficción no exento de polémica en su tiempo —creo que incluso ahora levantaría ampollas—, vaya, de los que me gustan a mí. Ursula K. Le Guin fue una abanderada de la ruptura en su tiempo, una abogada del cambio y de la mejora, y bajo estos preceptos nace su novela, una utopía de las que hacen historia. 
Esta obra, concretamente, es una de las que se centran en lo sexual para debatir y cuestionar determinadas situaciones sociales y morales que están establecidas como norma en la época en la que la autora la escribe. Teniendo en cuenta que es una feminista de las que marcan hitos, casi podemos hacernos a la idea de que esta novela es uno de los paradigmas de la ciencia ficción feminista, uno de los géneros que se han manejado desde hace siglos y del que se puede utilizar mucho para cuestionarnos la realidad. En esta historia, es un terrestre el que llega a una colonia, el planeta Invierno, donde los humanos ahora son humanoides metamorfoseados, seres hermafroditas que son capaces de cambiar de sexo. Técnicamente son andróginos bisexuales que durante unas semanas son neutros y, en una, determinan su sexo según las feromonas emitidas por su compañero sexual. Este libro no es más —ni menos— que un hijo de su época, y he de decir que, bajo mi criterio, es uno de los privilegiados, un hijo predilecto de su sociedad y de su tiempo. 
Ya no es sólo por la forma de escribir, por el excelente derrotero seguido para sentar cátedra acerca de la ciencia ficción, por el tema tratado como ruptura de tabú en una época oprimida que empieza a liberarse; sino porque va más allá de la mera cuestión ficticia para adentrarse en la catalogación del ser humano y en los caminos que este sigue y las consecuencias de seguirlos haciéndose unas preguntas que posiblemente sean como pequeñas antorchas que sólo necesitan un poco de pólvora para prender. Lo mejor de todo es que no cae en el intento de adoctrinamiento para hacernos sentir que estamos dentro del libro, que en nuestra mano está la posibilidad del cambio y las respuestas a todas las preguntas.