28 de noviembre de 2019

Mujer abrazada a un cuervo, Ismael Martínez Biurrun


A pesar de que me considero perteneciente al mundo de las letras puras no quiere decir que siempre haya sido así.
De pequeña siempre decía que quería ser enfermera o carnicera —qué le vamos a hacer— y un poco más adelante todo mi afán era trabajar codo con codo con Mariano Barbacid, un hombre que me tenía absolutamente prendada. Para mí él era la cima de la intelectualidad, del éxito y de todo lo que implicaba trabajar en un laboratorio.
Ya veis, habría sido una rata de laboratorio y al final he acabado siendo una rata de biblioteca, y como habréis presupuesto siempre he sido una niña un poco rara. 
El caso es que como todo mi interés era trabajar con este superhombre de la ciencia me dedicaba a imprimir artículos de la enciclopedia Encarta —para desesperación de madre, porque si la tinta es cara ahora, hace casi veinte años podéis imaginaros— todo lo que había acerca de enfermedades terribles —mis favoritas eran la peste negra y el ébola, y debo reconocer que aunque ya no me dedique a imprimir artículos sí que me paso horas perdida en la wikipedia, sobre todo cuando el ebook se me queda sin batería y sigo sin poder dormir.
Quizá, en el fondo, mi corazoncito siempre tiró para la ciencia.
Y es en relación precisamente con la peste bubónica que encontré este libro de Ismael Martínez Biurrun, y aunque no esperaba lo que me iba a encontrar en sus páginas lo cierto es que me encantó. 
Cruz acaba de licenciarse en medicina y como premio su padre le encarga que investigue un extraño caso que ha ocurrido en los Pirineos. Sucede que un bebé ha muerto y la causa de la muerte parece ser la vieja y temida peste, enfermedad que si bien no se ha extinguido, sí que se considera neutralizada, sobre todo en el primer mundo. 
Allí acudirá nuestra protagonista para comprobar qué es lo que falla en el mundo de la epidemiología actual y comprobará que las cosas no son lo que parecen ser y que la vigencia de antiguas actitudes y, por qué no, maldiciones, sigue totalmente actualizada con el pasar de los siglos.
La verdad es que no esperaba que un libro así me llegara a gustar, y digo así porque aunque os he puesto un resumen sucinto por aquello de no revelar más de la cuenta, Cruz tiene una especie de poder, una especie de visión que le permite retrotraerse a tiempos pasados, y este hecho acaso será clave para resolver la muerte del bebé.
Considero normal que los lectores en general muestren reticencias a estos asuntos porque los consideran alejados de sí y de la realidad, pero la verdad es que desde aquí os invito a que le deis una oportunidad porque no os va a defraudar. Es un libro cuya dinámica atrapa desde las primeras páginas y que llena cualquier cabeza de muchos «y por qué no», muchos más de los que sería prudente admitir. 

21 de noviembre de 2019

Juan Salvador Gaviota, Richard Bach


Ya sé que fue hace más de un mes pero supongo que el cambio de estación nos altera a todos y que nos hace estar más susceptibles que de costumbre, más indecisos, más tristes tal vez.
El retraso en esta suerte de meditación trascendental, por catalogarlo de alguna manera, viene a santo de que en la ciudad donde vivo es muy sutil el cambio, muy progresivo, hasta que de repente, de golpe y porrazo, al día siguiente ya es diferente.
Este cambio ya se empieza a notar, ya hace más viento y deja de ser insoportable caminar bajo el sol la mayor parte del tiempo, y esto me ha hecho pensar en que aunque estemos bajo la máscara de una rebeldía extraña o pretendamos tener las riendas bien sujetas en realidad somos como autómatas dóciles que se rebelan porque tácitamente nos incitan a ello, y la verdad es que me sentí muy pequeña cuando lo pensé, insignificante. 
Este libro de Richard Bach siempre me ha recordado a «El Principito» porque parece estar enfocado para niños, y aunque no tenga por qué ser así, creo que es mucho más significativo para los adultos y me explico.
Juan Salvador Gaviota es, evidentemente, una gaviota, pero no una gaviota cualquiera.
Es una gaviota que está aburrida de su vida, anodina y rutinaria, que se reduce a pelearse por la comida con sus congéneres y lo único que consigue apagar esta ansiedad que se convierte en servilismo es su pasión por volar, una pasión que, casi como si fuera un camino iniciático, le irá acercando poco a poco a la perfección, equiparable en su caso a la felicidad.
A través de las prácticas, de los pequeños retos que se impone, de las limitaciones que va ampliando con su insistencia, irá cambiando a su sociedad y a sus propias compañeras gaviotas, pero lo que es más importante, también se cambia a sí mismo y a su forma de ver y afrontar las pequeñas trabas que le va poniendo la vida.
Lo que un niño podría considerar una inocente fábula, otra más, cuya moraleja aún no está preparado para comprender, para un público joven o adulto puede tener una interpretación diametralmente opuesta, incluso para la misma persona si lo lee en uno u otro momento de su vida.
Supongo que este es un buen momento para decir aquel tópico tan manido de que «todo depende del color del cristal con que se mira», pero no por ello es menos cierto.
Siempre me ha resultado paradójico cómo nos cambia lo que leemos, las pequeñas cosas que van pasando en nuestra vida, tengamos o no control sobre ellas. 

16 de noviembre de 2019

Con el agua al cuello, Petros Márkaris


Siempre he pensado que la mordacidad más pura y la genialidad literaria —bueno, realmente creo que sucede en cualquier arte, pero mi campo de estudio, digamos, es la lengua y la literatura, así que naturalmente la he encontrado con mayor frecuencia— suelen ir a la par del desastre social.
Y sí, habéis leído bien, y podría remitirme, por ejemplo, al Siglo de Oro español —una auténtica delicia desde el punto de vista artístico en general y literario en particular— y, en un ejemplo algo más actual, a esta obra de Petros Márkaris que os traigo hoy y que, en su genialidad, combina el género policiaco con la realidad sociopolítica que sigue padeciendo Grecia debido a la ferocidad de la crisis económica que sufrimos hace unos años y de la que aún suenan campanas. 
Kostas Jaritos es un comisario del que sabemos plano personal y laboral. 
Por un lado, la historia comienza con la boda de su hija, algo que se explica porque este no es ni mucho menos el primer libro que trata de él, es, de hecho, el séptimo de su serie, así que el lector avezado ya está acostumbrado a él y le conoce en cierto modo, y, por el otro, se produce el asesinato mediante decapitación de un pez gordo de la banca.
Ya tenemos historia, ¿no creéis?
Es un libro tremendamente mordaz, con diálogos geniales, con puntualizaciones muy afortunadas que no solo ayudan a resolver el caso, sino que da pinceladas acerca de la situación actual de una Grecia cada vez más hundida y de los países que estuvimos y estamos en situaciones parecidas, y uno de estos diálogos tan brillantes es, para mí, el que justifica la compra del Seat Ibiza, pero deberéis leerlo si queréis descubrir de qué se trata. 
Estos pequeños detalles hacen de esta novela casi un tratado filosófico en el que la investigación del asesinato es un telón de fondo necesario para explicar un modo de vida adaptado por la fuerza a una sociedad que, como bien dice el libro, quiso vivir como un tiburón cuando no lo era y ni siquiera sabía nadar. 
La verdad es que aunque disfruto con el género no tenía el placer de conocer al detective Jaritos, y como toma de contacto puedo decir que estoy tremendamente satisfecha, tanto que en cuanto pueda pienso leer la serie desde el primero de todos, porque estoy completamente segura de que a pesar de que en realidad sean libros independientes entre sí y prácticamente autoconclusivo siempre hay detalles que solo se entienden si leemos el resto de los libros. 
Creo que el género, aunque de base sea el mismo, siempre tendrá variaciones locales y, aunque pueblo mediterráneo también, los griegos tienen un no sé qué de mítico que me fascina y sé que no soy la única a la que le ocurre. 

10 de noviembre de 2019

La Regenta, Leopoldo Alas, "Clarín"


No sé si alguna vez os lo he dicho pero entre las grandes damas de la literatura, tanto literatas como personajes literarios, una de las que más admiro es Ana Ozores, la protagonista de este libro de Clarín que os traigo hoy y que, estoy convencida, todos conoceréis, bien por referencias, bien porque habéis seguido sus andanzas en el Oviedo de finales del siglo diecinueve
A lo largo de todos los años que llevo afirmando este hecho muchos me han preguntado por qué, diciéndomelo directamente o en algunos comentarios que he podido oír, y la razón es porque considero que Ana Ozores es una de las grandes incomprendidas de la historia de la literatura.
Muchos la encuentran insulsa, tal vez hasta algún lector ha comprendido y justificado todos sus males como respuesta a su comportamiento alejado de la norma social, pero lo cierto es que nada más lejos de la realidad. 
Casi como una mezcla de Jane Eyre y Madame Bovary patria —salvando las obvias distancias— es la gran incomprendida. 
Se la presupone pedante, estirada, hasta podría afirmarse que comete el «pecado» de ser fría, pero en mi humilde opinión es todo lo contrario. Ana Ozores es una víctima de su propio destino, porque dada su condición de nacida en una familia noble venida a menos se ve obligada a aceptar un matrimonio de conveniencia en el que, desde luego, no hay amor y ni siquiera se le espera; es, a un mismo tiempo, presa de esta situación y de ella misma, amén del puritanismo social obligado de la época porque es incapaz de dar rienda suelta a sus pasiones y de mirar por ella misma en lugar de por el honor y la honra, si bien, seamos sinceros, este cuidado al final le sirve de bien poco.
Es también prisionera de una ciudad-pueblo en la que tras cada ventana se esconden un par de ojos escrutadores que todo lo recopilan y comentan, unos ojos que son capaces de ver sus miserias y no pueden mirarse a ellos mismos y comprender que son peores que la pobre Ana y sus pecados. 
Y toda esa idiosincrasia la relata como nadie nuestro Clarín, que supo dar a la literatura de su época un leitmotiv para que una mujer como Ana, para que una obra como esta fuera recordada y apreciada, ya que es indudable que esta obra fue acaso el culmen del realismo español para acercarlo al naturalismo y abrir camino a toda la literatura posterior que bebió de su fuente. 

6 de noviembre de 2019

Un asesinato musical, Batya Gur


Reconozco que a pesar de ser una fanática de este género —como ya sabréis si lleváis un tiempo por aquí y me conocéis algo porque lo repito con relativa frecuencia— nunca había leído nada de Batya Gur, y sin embargo soy de la opinión de que nunca es tarde si la dicha es buena —o si el estrés te agobia hasta el punto de que no te queda más remedio que robar horas al sueño para poder escribir. Y la verdad es que me ha sorprendido, y gratamente además, porque admito que lo leí con cierta prudencia y la distancia que se obliga en casos en los que no comulgas con algunas cosas que rodean a la historia o al autor. Lo mejor es que he tenido suerte y ha valido la pena, y por eso está aquí hoy, sumándose al anaquel virtual que poquito a poco vamos construyendo entre todos. 
Fue bastante gratificante ver como Batya Gur desgrana algunos tabúes, historias que no pensaríamos encontrar tan libremente y con tanta alegría en un libro —hay temas delicados en los tiempos que corren, como sin duda sabréis—, cómo en sitios tan alejados o tan exóticos por sernos extraños se dan las mismas reglas que en cualquier parte, y descubrirlo es, a un tiempo, curioso y relajante.
No os voy a negar que este libro pertenece a una saga y que, como siempre, soy un desastre para empezar las sagas por el principio, pero esto me ha dado la oportunidad de acercarme a libros que no conocía precisamente porque he leído a destiempo uno de los que conforman la historia al completo.
Michael Ohayon es el protagonista de este libro que nos ocupa hoy y de la propia saga y es un detective ciertamente peculiar que se sirve de métodos poco ortodoxos para llegar al meollo del asesinato sin dejar nada olvidado, y esto le convierte en el eje central de la novela porque, como habréis supuesto, él y solo él tiene las claves que darán forma a la historia. 
En este libro se ve arrastrado a descubrir el asesinato de una famosa violoncelista y este caso sirve de excusa —podría catalogarse así— para que Batya Gur nos haga una pequeña tesis de musicología, de la creación del virtuoso —porque no solo se nace con dones, sino que hay que potenciarlos, ya sabéis— y de un mundo que por hermético no resulta menos interesante.
En cierto modo cuando lo leí me recordó a una novela patria, «El violín del diablo», de Joseph Gelinek, pseudónimo de Máximo Pradera, y también me recuerda que os la tengo que traer en algún momento para que, como yo, establezcáis comparativa y, por qué no, quizá iniciar un debate. 

3 de noviembre de 2019

Trópico de Cáncer, Henry Miller


De vez en cuando me gusta ir a puntos donde suele estar mal visto llegar. 
No sé si por autoconvencimiento o por cierto matiz de rebeldía que a mis treinta años aún subyace en algún punto de mi mente me gusta permitirme, de tanto en tanto, el pequeño lujo del exceso.
Y últimamente este exceso del que hablo es fundamentalmente literario.
En estos días, no sé si por la tensión de las fechas que se acercan —y las preveo durísimas, como una prueba terrible—, me decanto por autores prohibidos, olvidados, digamos... trasnochados, y la verdad es que sumergirme en este mundo realmente sórdido me ayuda a afrontar y a asumir que las cosas sucederán cuando tengan que suceder y preocuparme por ellas no va a adelantarlas o hacer que las supere con mayor o menor éxito. 
Con este libro de Henry Miller nos trasladamos al París de los años treinta, una década en la que todavía brillaban los rescoldos del oropel de los felices años veinte. Entre esos rescoldos ya surgía la llama de la guerra, y haciendo uso de un álter ego recorremos su vida, llena de detalles —algunos ciertamente escabrosos para las mentes no acostumbradas—, sin contemplaciones en cuanto al lenguaje y un monólogo interior que es el que forma el libro que no se detiene en ningún límite puesto que el autor no lo tiene y es esencialmente un texto autobiográfico cuajado de anécdotas —principalmente eróticas— y lo convierte en un libro único en su género, pues aunque hace unos años vivimos un boom de la literatura erótica, lo cierto es que en la época en la que se escribió —1934— era raro encontrar textos de este tipo sin inhibiciones de ningún tipo —permitidme el descaro.
Y a pesar de todo este erotismo, de todo este tono aparentemente desenfadado por las anécdotas, de toda esta lascivia a flor de piel —o de letra— este libro junto con su compañero «Trópico de Capricornio» —que os traeré en un tiempo— destila un tremendo pesimismo existencial, y la verdad es que la época era proclive a ello. 
Recordad que estamos en el tiempo de la vanguardia, del exceso más excesivo, del surrealismo, de explorar, de, en definitiva, poner los sentimientos a flor de piel, y eso es un arma de doble filo de manual puesto que puedes conseguir los placeres más absolutos y, al mismo tiempo, encontrarte de cara con las miserias más profundas de tu alma.