29 de septiembre de 2020

El lobo estepario, Hermann Hesse


Una de las consecuencias de las veces que tengo alguna crisis existencial es el insomnio, un desesperante insomnio.
Suelo pasar bastantes noches en vela, y las que consigo dormir suele ser después de varias horas de mirar al techo sin nada que ver.
Cuando estoy así, suelen suceder dos opciones. 
La primera es que me dé por escribir, las musas vuelven de sus vacaciones perennes y se dignan a hacer una visita, como pasó anoche; y la otra es que me acuerde de este libro de Hermann Hesse que me gusta leer a hurtadillas en estas circunstancias. Desde luego, el devenir del protagonista no tiene nada que ver conmigo en cuanto a gravedad se refiere, pero es, en cierto modo, una especie de bálsamo comprobar que hay circunstancias peores y que no tengo motivos para quejarme, aunque, hoy por hoy, con las noticias que nos llegan del viejo Japón, no se necesita un libro para darse cuenta.
Esta novelita —no por calidad, sino por tamaño— me gusta por su trascendencia filosófica y psicológica. Lo que asalta al protagonista es el miedo y sus consecuencias, la angustia sentida o el temor a tomar determinadas decisiones que pueden, y de hecho hacen, condicionar su vida, siendo un reflejo del hombre que comparte su tiempo y que, cada vez, padece más estos quebraderos por verse su vida abocada a un ritmo insoportable para cualquiera.
Identificándose con un lobo, a través de las cuatro partes de las que consta la novela, es capaz de transmitir aquello que le vence y que le dificulta la existencia, y, a través de diferentes relaciones con gente de su pasado, de su presente, de todo lo bueno y lo malo y una exquisita caracterización psicológica, consigue llevar al lector a un replanteamiento drástico y brutal de todo aquello que sabe o cree saber.
Cuando va llegando el final se me antoja un personaje desquiciado, que ya es incapaz de discernir entre lo que es cierto y lo que no y que arrastra tras él todo aquello que le rodea.
Esta diferenciación invisible y la mención del "teatro mágico" me recuerda a «El público» de mi adorado García Lorca, un escenario que acaba siendo la sublimación de la locura.

25 de septiembre de 2020

La espada del destino, Andrzej Sapkowski


¿Recordáis a Geralt de Rivia? Pues bien, os lo traigo de vuelta con más aventuras fantásticas llenas de monstruos y criaturas mitológicas que hacen las delicias de cualquiera, por lo menos las mías. Andrzej Sapkowski sabe qué teclas pulsar para convertirme en una lectora voraz de sus obras.
Esta vez es una bestia terrible la que amenaza la ciudad, y nuestro brujo tendrá que ir en su búsqueda, salvando sitios realmente insalubres para acabar con este hecho. Y, con ella, una cacería de dragones a la que acude sin quererlo prácticamente, serán las que nos adentren en la faceta de cazador de monstruos de este brujo de fantasía.
Sin embargo, a pesar de que, bajo mi punto de vista, constituyen el eje central de la trama porque en realidad es una especie de justificación para mostrarnos este lado de matador y liberador, por decirlo de alguna manera, pienso que lo más importante es lo que se lee entre líneas. 
En realidad, el problema de la ciudad no es sólo la bestia, la causa de la cacería no es sólo el dragón, la dificultad vendrá cuando se vayan introduciendo más y más personajes, con sus características, con su psicología y sean más para repartir el botín. Es un poco como humanizar a seres que nada tienen que ver con los humanos, bajo el prisma de la fantasía.
Me gusta mucho la forma en la que escribe este hombre. 
Aun sin ser el magnífico Terry Pratchett con su humor inigualable y su prosa aún más divertida, Sapkowski también nos regala ciertos toques de humor, ciertos momentos divertidos dentro del mundo cada vez más oscuro del brujo Geralt. Además, creo que la estructura en cuentos hace la lectura mucho más fácil, sobre todo de cara a una juventud e incluso a una infancia que poco a poco se va dejando atrás, y me explico. 
A pesar de que prácticamente sean capítulos, grosso modo y pensando en aquellos que no disfrutan plenamente de la lectura o apenas se están iniciando en ella, creo que siempre es más sencillo afrontar algo breve con un inicio y un final marcado, aunque dependa de un todo, que un capítulo que continúa, es algo inconsciente, inherente, supongo, a la condición de impaciente del ser humano.

21 de septiembre de 2020

El ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha, Miguel de Cervantes


Sí, sí, soy plenamente consciente de que en el título he puesto Quixote y no Quijote, pero oye, el anacronismo me pega con esta novela.
He tardado en ponerla, sí, considerándola como se considera —valga la redundancia— la mejor obra española de todos los tiempos (sacrosanta-amén), pero como ya dije tiempo atrás, para mí y bajo mi criterio de bibliófila y filóloga —que igual es una chufa, pero oye, es el mío—, no es, ni de lejos, todo lo que se la cataloga.
Bueno, sí, sí que lo es, tampoco me voy a poner tiquismiquis, pero según lo que me dicta el pensamiento, ese puesto le fue arrebatado mucho antes por «El cantar del mío Cid». Lo mire por donde lo mire lo supera.
Supongo que algo tan famoso es lógico que inspire sentimientos ambiguos, para unos será el summum de la literatura, para otros un desastre infumable, y a mí me hacía no sentir preparada para comentarla. Es que es un papelón, y más cuando no estoy convencida de que me termine de cuadrar en todas las glorias que le adjudican.
Para bien o para mal, e independientemente de mi opinión personal, que se balancea entre una y otra, reconozco que no me veía lista, me venía grande. Igual sigue viniéndome, pero esa opinión ya depende de vosotros.
La historia ya la conocéis. Alonso Quijano enloquece de tanto leer novelas de caballerías y acaba creyéndose el protagonista de una de ellas. Toma un escudero, Sancho Panza, que le acompaña en sus correrías en pos de Dulcinea del Toboso, una doncella idealizada en su mente, pero que no resulta ser lo que sus imaginaciones ofrecen e infinidades de aventuras que le hacen recorrer la yerma Castilla entre otros sitios. Esta locura da lugar a situaciones cómicas y desmesuradas que critican con vehemencia la afluencia de obras de este estilo, y esto es lo que a mí me interesa.
Lo que me gusta del Quijote es, precisamente, esta crítica abierta que hace Cervantes. Ya no sólo a la sociedad, idiotizada consumidora voraz de las novelas de caballerías, sino también a estas, que, ante el exceso de demanda, comenzaban a ser clones unas de otras y a perder originalidad —vaya, lo que pasa ahora cuando se pone algo de moda, no es nuevo el fenómeno—. Lo malo fue que, sin querer, o queriendo tal vez, se convirtió en una de esas que criticaba y que el cura que aparece en la obra quemaba por haber propiciado la locura de Quijano. Sin embargo, tengo que ser justa y reconocer que sentó precedentes que llegan hasta nuestros días.
He puesto esta portada porque la RAE de vez en cuando me tira, y porque me gusta, qué diablos. 
Es la del cuarto centenario, y es un poco una reivindicación. A los libros buenos, se les da bombo siempre, no cuando interesa, cuando potencian el turismo, o cuando fomentan la venta, que la mayoría del tiempo se le olvida si no es en círculos especializados y no debería ser así. 
Un libro bueno lo es siempre, no cuando interese a corporaciones o a individuos. He dicho.

17 de septiembre de 2020

El perfume, Patrick Süskind


Creo que debo admitirlo, cual si esto fuera una suerte de terapia —que casi comenzó siéndolo y en algunas ocasiones todavía me sirve de ello—, a mí, la película de «El perfume» me gustó.
Y ahora viene la segunda parte. 
Le cogí tirria y pasó a engrosar mi lista de «atentados literarios en pantalla» una vez me deslicé entre las páginas que Patrick Süskind había creado. Y aún hoy, después de tanto tiempo, sigo sin explicarme por qué las grandes productoras cinematográficas se recrean en el placer de hacernos sufrir a aquellos que encontramos el goce supino en la lectura. He llegado a esa conclusión, disfrutan haciéndolo. Casi puedo imaginármelos en un enorme sillón tapizado de terciopelo y un puro que nada tenga que envidiar al tamaño del sillón expeliendo humo, un humo que parece cubrirles la mente a la hora de metamorfosearles y hacer que conviertan una delicia de libro en una cruel tortura cinematográfica.
Aunque, cierto es que, en líneas generales, es bastante fidedigna a lo que cuenta la novela.
Grenouille nace en el lugar más putrefacto de París, y creyéndole muerto o casi muerto, su madre le deja entre los desperdicios, pero un oportuno llanto le salva, matando a su madre. Después, su vida pasa por diferentes nodrizas y orfanatos, en los que siempre se ve rechazado por su extraña condición, la de oler todos los matices de cualquier aroma, algo que no se ve revelado hasta que concurre a Baldini, perfumista de renombre, que le compra con la idea de explotarlo, emocionado por su especial sentido del olfato. Su aprendizaje es continuo, bien bajo el auspicio de Baldini o en Grasse, donde descubre formas nuevas de hacer perfumes, y centra su interés en Laura, una chica cuyo aroma le enloquece, y será el desencadenante de todos los actos macabros que llevará a cabo en pos de obtener el perfume perfecto, que culminará con la esencia de Laura.
Personalmente, a pesar de lo evidente, que Grenouille se convierte en un asesino en serie prácticamente y que la piedad que muestra es nula, me dio pena el personaje, y me explico. Esta ausencia de sentimientos o la carencia de remordimientos hacia los actos que comete no es culpa suya, sino de una sociedad que le estancó y le apartó por ser diferente, y, si acaso, mejor que ella por tener un don del que otros carecían. Lo raro se aparta en pos del statu quo que la sociedad "debe" tener y las consecuencias de esta decisión son los asesinatos, y en el efecto del perfume en el final se ve lo que realmente deseaba Grenouille desde peqeuño, la aceptación, el amor y quizá la condescendencia de parte de una sociedad que le había rechazado desde su nacimiento y empezando por su madre, aunque esta última más bien lo hacía por sistema y porque los hijos a los que había dado a luz habían nacido muertos o moribundos en los últimos momentos.
Ahí radica la locura y la venganza que, inconscientemente, toma contra toda la sociedad, asesinando a jóvenes preciosas y prometedoras para ayudarle a conseguir todo lo que nunca tuvo, cual antiguas tribus que se comían a sus guerreros para adquirir sus habilidades.
El final que tiene, muerto por amor artificial provocado por el perfume, es su último sacrificio. 
El punto final es la felicidad que embarga a todos aquellos que acaban con su vida, dándoles un pequeño regalo que, quizá, nunca se merecieron, por su desprecio.

13 de septiembre de 2020

¡Cómo molo!, Elvira Lindo


A pesar de que, cronológicamente, no es el segundo de los libros que comprenden la saga de Manolito Gafotas, de la pluma de mi adorada Elvira Lindo, sí que lo es en cuanto a historia se refiere.
Vacaciones, algo temible, por lo menos para Manolito. 
Y no porque le pese el dejar el colegio por tres meses, ya sabemos esa relación tan peculiar que tiene Manolito con el colegio, sino porque él es el único que se queda en Carabanchel (Alto) durante el verano pasando calor mientras que sus amigos se van de vacaciones y le mandan postales para darle envidia, algo que lleva muy mal. Y hay otra cosa especial en ese verano, en septiembre, el Imbécil empezará el colegio y Manolito se erigirá como guardián protector ante tamaña afrenta, decidiendo ayudar a la señorita Estrella en su gesta de educar al pequeñajo, principalmente porque es guapa y no malvada como su sita Asunción.
Aquí vemos aún más lo especial que es Manolito y lo que puede llegar a ser la infancia, algo que se antoja plácido pero que, sin embargo, puede llegar a ser un problema, sobre todo cuando se empieza a acercar el umbral de la adolescencia. 
Su mayor deseo es que sus padres se divorcien, como los del Orejones, para que así, intentando evitarle el trauma, le den todo lo que pida, algo que, obviamente, Cata, la madre, responde a base de collejazos.
Qué queréis que os diga, me encanta. No sólo porque ofrece un retrato fantástico de la cotidianidad de un bloque de vecinos, que eso, mis queridos, da para mucho, sino porque caracteriza cada uno de los personajes en relación a su función en la novela, en la propia saga. Y aquí es el comienzo del protagonismo del Imbécil, un personaje que dará mucho juego y que pronto se acabará haciendo tan imprescindible como el abuelo Nicolás, formando un trío muy peculiar, muy unido y, sobre todo, con multitud de anécdotas y golpes de efecto.
Aun hoy, cuando ya soy bastante mayor en comparación con aquella niña que se sentaba en un rinconcito y se ponía a devorar libros como única salida, sigo disfrutando de las peripecias de nuestro Manolito y riéndome a carcajadas con sus aventuras.
Será que esa niña sigue dentro y se resiste a hacerse adulta.

8 de septiembre de 2020

Hoy, Júpiter, Luis Landero


Sé que entre aquellos que pululan anónimamente por los libros de los que ofrezco opinión en estas notas de mi pequeña biblioteca me conocen en mayor o menor grado, pero de lo primero que dejo patente es mi afán por lo cuadriculado, por tener todos los cabos atados y por intentar conseguir en todos los aspectos que sean pocos los imprevistos que surjan, y ahí es donde empieza mi gusto por la simetría, y esto es lo que me trae a la cabeza este libro para ofrecéroslo hoy.
He de reconocer, tras este momento de autoterapia y confesiones, que este libro lo ojeé por las connotaciones mitológicas que arrastra el título; no obstante, cuando lo abrí, personalmente, me sorprendió, y fue como una corriente de aire fresco entre autores manidos y otros no tan releídos.
Es el libro la vida de dos hombres, diferentes, separados, antagónicos, si se me permite, y en un momento, todo se entrecruza dando sentido a las vidas que anhelan ser redescubiertas. Las motivaciones que ambos llevaban consigo tras la venganza, el odio y lo prohibido transmutan en la búsqueda de algo mejor, de un sentido del que se carecía hasta el mismo momento en el que ambos se cruzan en el mismo barrio del viejo Madrid.
Supongo que es el hecho de que a todos nos arrastra en algún momento una de estas circunstancias, que, aunque lejanas en dimensión por pertenecer a Dámaso y a Tomás, son cercanas en tanto cualquiera de nosotros puede padecerlas, y que son las similitudes que no se dejan ver a la luz, aquellas simetrías que, tácitas, asaltan nuestras vidas, las que dan motivo e interés por seguir atando cabos.
Me reitero en que fue un descubrimiento bastante importante, porque, como mencioné arriba, nunca había leído nada de su pluma, sin embargo, Luis Landero es de estos autores que calan hondo y que logran doler, porque es cronista de realidades y de antítesis no tan antitéticas.
Como un excelente ejercicio de reflexión, son las vidas de los protagonistas las que discurren por las nuestras propias, haciendo que todo lo malo o digno de olvidar torne motivación para dejar atrás todo aquello que constituya una carencia en nosotros mismos.

3 de septiembre de 2020

La familia de Pascual Duarte, Camilo José Cela


Hoy lo que traigo es otra lectura de instituto. 
Diréis que qué pesada, pero yo no tengo culpa de que Sara, mi profesora, fuera una fantástica docente además de elegir libros que, por una causa u otra, me han marcado de tal forma que aún hoy, años después, sigo recordándolos, hasta el punto de que si hoy soy filóloga es por ella y por su forma de enseñar.
Uno de los que más me impactó fue precisamente esta obra de Camilo José Cela —amado y odiado a partes iguales, y no sin razón, aunque no hay que negar que su dominio del vocabulario y de la gramática era excelso—.
Es su crudeza la que impacta, la que golpea brutalmente. La sola escena del cruce de caminos y el perro ya constituye algo que, sangriento, determina y esclarece la realidad del protagonista. Pascual Duarte es un fruto de las circunstancias, a mi parecer. 
Es su origen, su entorno y el pasado de sus padres, inmediatamente superiores e influyentes, lo que le construyen desde el nacimiento. Su vida es un camino de sordidez que justifica una vez encarcelado en un estilo que, de golpe, viene a recordar al Lazarillo de Tormes más puro.
Este retrato rural, realista hasta las últimas consecuencias, no es sino reflejo de una sociedad mermada y diezmada, analfabeta y cruel, producto de las convulsiones sociales y de las vilezas de las mismas. Es la extrapolación de la picaresca a los años de los cambios de gobierno, moralizante y pesimista, el reflejo de una sociedad que no ve un futuro mejor en el horizonte, y son las desgracias que acechan tras la vuelta de la esquina a los habitantes de ese mundo cruel las que les impiden medrar y cambiar su sino. Un determinismo marcado por sus ancestros que no consiguen evitar ni hacerse hombres mejores que ellos.
Yo, además de ser un fantástico ejemplo del tremendismo que se encuentra en el estado embrionario pero plenamente desarrollado, lo que destacaría de esta novela es la facilidad con la que la sociedad acepta una violencia que es el pan de cada día, de una u otra forma, en cualquier circunstancia. El problema que veo es que volvemos a acostumbrarnos a cosas así, y no es bueno. 
La fantástica caracterización de los personajes, en los que incluso encontramos rasgos del habla propios de la zona, no es menos mencionable, al contrario, constituye una fantástica muestra de lo que llegaría a ser el género y de la explotación de situaciones que puede conseguirse a través de las palabras para mejorar el ambiente en el que se prodigan los personajes que construimos.
Es cruel, pero me gusta.