7 de junio de 2021

El rey Lear, William Shakespeare

 

Hoy me he despertado trágica de la siesta, pero mucho. 
La parte buena es que puede que sólo me dure hoy. 
Así que con esta predisposición con que me he despertado, he decidido traeros una de mis tragedias favoritas —es que no queda nadie vivo y cuando me levanto así también me dan ganas de una erradicación a nivel mundial—, venida directamente de la pluma de William Shakespeare
El rey Lear, basada en una historia céltica anterior, una de las obras con mayor carga trágica que he leído y de la que, además, he extraído diferentes máximas para aplicarla a la vida real y fiarme y no fiarme de ciertas cosas. 
Una de las últimas veces que la leí me recordó a una frase de Platón que rezaba: "La mayor declaración de amor es la que no se hace; el hombre que ama —o siente— mucho, habla poco", y cuando conozcáis a Cordelia entenderéis por qué lo digo. 
El rey Lear, mayor ya y sintiéndose incapacitado para gobernar, así como deseoso de probar el amor filial, decide repartir el reino entre sus tres hijas, exigiéndoles demostrar cuánto le aman. 
Las mayores le adulan hipócritamente, ambiciosas de poder y territorios, mientras que la menor, Cordelia, es sincera, dice que le quiere lo que le tiene que querer, ni más ni menos. 
Creyendo aquí una falta de amor y, por qué no decirlo, como no alimentó su vanidad y su ego, la deshereda, y el rey de Francia la acepta aun sin dote. 
Mientras que las hijas mayores le traicionan —se veía venir, la verdad—, la pobre Cordelia acude a su ayuda para recuperar su reino, pero lo paga con su vida. 
Aunque al final se ve la relación con la cita de Platón que os mencionaba antes, creo que sí que es importante decir lo que se siente. 
Está claro que no con las aviesas intenciones de las otras dos hijas, pero recordarlo no cuesta nada y se puede hacer muy feliz a la persona que nos oye. 
Al margen de todo esto, que no es una reflexión de la tragedia, sino de uno de los personajes, es, tal vez, una hija de su tiempo, como una especie de advertencia a una dinastía que aún estaba asentándose y que podía adolecer de ciertas traiciones para legitimar otras ramas o tal vez proclamar un cambio de gobierno, aunque, como digo, procede de una historia anterior, me parece muy oportuno el uso de la analogía y de la alegoría que es en sí misma. 
Siempre he considerado el teatro como una representación de profunda validez didáctica, y siempre he disfrutado especialmente con él, pero lo mejor es verlo puesto en escena; admito que leído puede llegar a ser un poco extraño en ocasiones, sobre todo si no tenemos cierta predisposición imaginaria en ese momento por cualquier motivo. 

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