3 de febrero de 2019

Charlie y la fábrica de chocolate, Roald Dahl


Estoy absolutamente convencida de que aunque no hayáis leído ningún libro de Roald Dahl por lo menos habréis visto alguna película inspirada en su obra literaria. 
Seguramente os suenan títulos como Matilda, James y el melocotón gigante, Las brujas o Charlie y la fábrica de chocolate —si bien la primera versión que se hizo de este libro que os traigo hoy se llamó en España «Un mundo de fantasía» y estuvo interpretada por un maravilloso Gene Wilder en el papel de Willy Wonka. 
Intento traer siempre que puedo algo de literatura juvenil e infantil porque también me parece trascendente aunque quienes pongamos nuestras manos en esos libros seamos más o menos adultos. Siempre gusta sumergirse —a mí por lo menos— en la nostalgia de tiempos que, salvo excepciones, siempre nos parecerán mejores y recordar con el libro nuestros sentimientos, amén de que conociéndolos quizá podamos regalarlos o recomendarlos a alguna criatura que conozcamos. 
Es la historia de Charlie Bucket, un niño muy pobre pero muy bueno que, tras una serie de circunstancias, acaba ganando uno de los cinco billetes dorados que el misterioso Willy Wonka ha puesto a la disposición de los niños del mundo para guiarles por su fábrica de chocolate tras una época de hermetismo por un espionaje industrial salvaje. 
Con este billete y el paseo se ofrece un fantástico premio que les será dado al final de la visita. Junto con él ganan el billete —mediante diferentes argucias— cuatro niños, glotones, malcriados, soberbios y estúpidos niños, que precisamente por estas características acaban abandonando la visita en distintos puntos de la misma hasta dejar a Charlie como único visitante y ganador del premio final a través de las salas de la fábrica de chocolate, a cada cual más desconcertante y maravillosa, incluso sin sentido, porque, como el propio Charlie afirma en una de las películas, «las golosinas no tienen sentido».
Debo reconocer que las adaptaciones cinematográficas de esta novela son de las pocas que no me parecen viles atentados literarios —exigente que es una— y ambas me parecen recomendables, si bien es cierto que le guardo más cariño a la primera que se hizo, quizá porque la vi con mi abuela y eso despierta todos los sentimientos buenos que me produce esta película. 
Evidentemente la película actual dirigida por Tim Burton tiene unos efectos especiales asombrosos y un colorido fantástico que la hace, si cabe, aún más atrayente, pero realmente no tiene nada que envidiarle a la protagonizada por Gene Wilder, surrealista, fantástica y divertida aun con las limitaciones propias de hace casi cincuenta años.

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