19 de febrero de 2019

El tatuaje de la concubina, Laura Joh Rowland


Ambientada en el Japón feudal cuando Tokio aún era Edo, lo exótico —evidente en cuanto a la fascinación que siempre ha ejercido el cerradísimo País del Sol Naciente sobre el Occidente más curioso— y lo policial se aúnan en la pluma de Laura Joh Rowland y bajo la potestad literaria del incorruptible samurái Sano Ichiro.
En esta época desconocida para el occidental medio encontramos una auténtica confabulación de las intrigas del poder y de sus esbirros, y su reflejo es la muerte de una joven concubina del shogun, gobierno paralelo al del emperador y fuente del verdadero poder en el Japón medieval. 
Harume, tal es el nombre de la joven asesinada, es la favorita del shogun y su muerte dará pie a una investigación en toda regla en la que todos, desde el más alto hasta el más bajo en poder, tienen algo que callar y mucho que ocultar. 
A través del asesinato de Harume, Rowland nos hace un retrato histórico y social del Japón de la época en la que ambienta los hechos: una sociedad de clases donde los intocables siguen siendo los parias, depositarios de los secretos de un conjunto de clases que se permiten mirarlos y tratarlos despectivamente a pesar de sus virtudes o características y que se olvidan de que siguen siendo personas con sus ganas, sus veleidades y sus sentimientos. 
Cuando lo leí por primera vez lo que más interesante me pareció fue el contrapunto que mantiene, las similitudes con las que acaricia los géneros en los que se prodiga, ya sea novela de carácter amoroso, social, policíaca o, indefectiblemente, histórica. Es capaz de mantener la intriga hasta el final, llevando la vida y la muerte de Harume hacia unos derroteros que difícilmente podríamos imaginar dada la posición que alcanza y los verdaderos motivos del tatuaje que da nombre al libro, causa y origen de todas las cosas.
Además, es interesante la rebeldía que muestra en cuanto a tópicos típicos y situaciones propias de determinados personajes, haciendo que quizá lleguemos a reflejarnos en las pautas que marca.
Es ahí y solo ahí donde podría desarrollarse la novela y lo novelado. No podría haber habido otro caldo de cultivo más fértil que no fuera el Japón feudal, que, misterioso, cerrado y supersticioso, con sus haikus y su culto animista a la naturaleza con todo lo que ello conlleva, se prodiga en todo aquello que nos atrae de forma inevitable, tan opuestos a nuestro mundo frecuente. 
Son los secretos de una época que parece haberse extendido en el tiempo los que, aun con los innegables avances, se mantiene firme en el bastión de la tradición y lo tradicional. 

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