27 de julio de 2019

Ada o el ardor, Vladimir Nabokov


Si algo tuve claro cuando leí «Lolita» —que os traeré con el tiempo— es que estaba delante de un grandísimo autor, un autor paradigma de lo transgresor y crítico y mordaz como él solo. 
Y no es por convención general, como habitualmente suele pasar, sino que os lo afirmo tan rotundamente y siempre bajo mi opinión porque lo he comprobado sumergiéndome de lleno en sus obras siguiendo un orden un tanto especial. 
Es cierto que comencé con la más famosa de todas, no por predilección, sino porque, obviamente, al ser la más famosa era la que sabía que iba a ser más asequible en esta ciudad en la que la carencia suele brillar por su permanente presencia, y este descubrimiento que hacía tiempo que me venían recomendando hizo estragos en mí, aunque eximiendo la palabra de cualquier sentido peyorativo. 
Vladimir Nabokov abrió en mí una nueva perspectiva de la literatura rusa que siempre había esquivado. 
La novela que os traigo hoy es la que el propio autor calificaba como su favorita, una saga familiar, un género bastante curioso en el que veo que para entender el presente de la familia hay que entender, principalmente, el pasado de sus ancestros. 
Para mí esta novela es un ejemplo de manual de lo que Nabokov puede llegar a conseguir con lo que aparentemente puede resultar tan sencillo como unas letras. Aquí sigue rompiendo moldes, los pocos que le quedaban tras haber hecho de «Lolita» su estandarte crítico. Deja lo correcto a un lado para narrar en flashback las causas del presente y, en un amor aparentemente inocente entre primos —algo que, por otro lado, en la época en la que se ambienta el libro era más habitual que ahora—, asienta las bases de algo mucho más oscuro y desconocido, producto de relaciones furtivas, del incesto más puro y de anacronismos técnicos que rozan lo divertido por cómo consigue encajarlos en años en los que ni siquiera pasaban por la cabeza de los inventores. 
Tengo que decir que me impactó. 
No solo por los temas que trata que, aparentemente, resultan hasta frívolos, sino porque consigue convertir lo que a simple vista se trata de un libro de sexo por el sexo en pensamientos de trascendencia filosófica en el sentido de que deja las miguitas justas para que construyamos en nuestra cabeza las preguntas necesarias para plantearnos el por qué de haber llegado hasta allí, de las consecuencias de los actos. 
Como bien dice el título, es el ardor en todas sus formas el que encontramos en estas páginas, y espero sinceramente que lo disfrutéis en estos días de verano. 

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