19 de julio de 2019

Ana Karénina, León Tolstoi


Seguramente es bastante obvio pero el siglo XIX me fascina casi tanto como la Edad Media.
Es extraño porque, aunque creo que no me hubiera gustado vivir en la época —y me reservo los motivos— sí que me encanta leer acerca de ella, me gusta empaparme de todo lo que llega a mis manos referente a un siglo de luces y de sombras como fue el XIX. 
Siempre he dicho que la literatura es el reflejo de la sociedad en la que se desarrolla, es hija de su tiempo, y creo que ninguna corriente como el realismo es capaz de abofetear las miserias de su época. Y es en este contexto donde León Tolstói, en su madurez, pergeña el devenir de nuestra Ana Karénina. 
El adulterio es el eje central. Y, aunque no es nada nuevo, me parece interesante el modo en que lo trata. No es que hayamos cambiado demasiado de mente respecto a aquellos años, pero ahora nos escondemos tras una liberalidad tolerante que realmente no refleja lo que la mayoría piensa.
Ana se erige como mediadora en una situación en la que ella misma se encontrará, y aunque en un principio parece adecuada su actuación en cuanto a las normas de la época se refiere, sdespués se convierte en el baluarte de la apertura, contraviniendo el encorsetamiento hipócrita para decidir por ella misma y no por los demás.
Tolstói siempre me recuerda una cierta estructura binaria. Normalmente, o así lo interpreto yo, suelen ser dos líneas que discurren paralelas, a veces opuestas. En este caso son los personajes de Ana y Lyovin y la contraposición de la pérfida vida urbanita que corrompe con su sola presencia y la apacible vida rural, epítome de todas las virtudes posibles y que apacigua, o en cierto modo palía, las deficiencias de un ser humano, proscrito e imperfecto por naturaleza. 
Ya sabéis que siento especial inclinación a sumergirme en libros en los que la crítica social es importante, ya sea de forma alegórica o de forma directa, y este es uno de los de la segunda opción. 
Una novela realista rusa no necesita explicación en el sentido de que hasta el más ínfimo detalle queda representado, porque es válido y necesario para argumentar y sustentar la situación que plasma.
En Ana Karénina el blanco de la crítica es la alta sociedad rusa de la época, altamente hipócrita, que se permite el lujo de denostar aquello que ellos mismos llevan a cabo, con la única finalidad de mantener su posición elitista que controla los destinos y los intereses de los demás. 

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