10 de julio de 2019

Zona uno, Colson Whitehead


Sin que sirva de precedente debo admitir que poco a poco me estoy sumergiendo más en el mundo de los zombis. 
No sé si porque, por suerte, va pasando el furor por la novela erótica —y no es que no me guste, la disfruto mucho en el sentido más amplio de la palabra, pero considero que la dosis hace el veneno— o porque, en realidad, voy progresivamente endureciendo mi aprensión y mi miedo —que es mucho todavía, os lo aseguro— y pensando que el hecho de que te coma el cerebro un zombi no es, al fin y al cabo, una opción tan mala. Especialmente en épocas de hastío. 
Colson Whitehead ha sido el primero que en un libro serio de zombis —un día os traeré el «Lazarillo Z» y sabréis a qué me refiero en lo que respecta a la seriedad— ha conseguido que me enganche de verdad y que acabe en cierto modo pensando que un apocalipsis de estos que han predicho tantos libros y series al mismo tiempo no es necesariamente malo.
Desde luego, la hipótesis inicial con la que se sostiene el libro es la básica, la de una epidemia de un virus malo malísimo que ha dividido a la humanidad en sanos y en zombis, una zona acordonada —exacto, lo habéis adivinado, la zona que da nombre al libro— que supuestamente contiene la enfermedad y que, naturalmente, esconde secretos no excesivamente agradables.
Sin embargo, lo bueno a mi parecer de este libro es que no necesita de grandes cambios o invenciones para hablar de algo totalmente nuevo: Colson Whitehead trasciende el bicharraco comecerebros —permitidme la expresión— habitual hacia una reflexión filosófica que no deja de ser una terrible metáfora de nuestra realidad, empleando la zombificación ficticia para ilustrar la que padecemos hoy en día bombardeados por anuncios y hasta por la gente que nos rodea, una zombificación que nos reduce a meras caricaturas de nosotros mismos y que, en última instancia, nos destruye como personas y, por extensión, como humanidad. 
La contraparte es que no encontramos algo demasiado dinámico en según qué fragmentos porque el autor es muy puntillista en su narración, que, si bien en determinados momentos es densa, no deja de ser perfectamente brillante la mayor parte del tiempo.
No sé si la metáfora que yo veo y que menciono más arriba es fruto de la abulia general, pero me ha parecido interesante porque no esperaba encontrar tal vez una reflexión así en un libro del estilo.
A veces los prejuicios nos privan de cosas tan interesantes. 

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