23 de julio de 2019

James y el melocotón gigante, Roald Dahl


A veces, en un ejercicio de introspección extraordinario, llego a la conclusión de que no querría ser así, pero aunque a veces lo he intentado con todas mis fuerzas —con resultados dispares— no puedo cambiar por más que lo he intentado cuando las circunstancias han sido emocionalmente adversas. 
Soy un oso amoroso bañado en miel y espolvoreado en azúcar glas la mayor parte del tiempo, aunque como persona pasional también puedo ser terrible en la ceguera que da el dolor. 
Pero como hoy puede más la parte de oso amoroso y echo de menos unos abrazos que tendré, por fin, dentro de muy poco, me he acordado de uno de los libros que más me gustaban cuando era pequeña, uno de los libros que rompí literalmente de tanto leerlo y eso era muy difícil porque siempre he sido extremadamente cuidadosa —hasta el punto de rozar la obsesión, creedme— con las cosas que me han gustado, pero ya sabéis que a las tapas blandas las carga el diablo y por eso no me gustan nada de nada. 
De todas formas esa es la única pega que podría ponerle a este libro de Roald Dahl que tantas veces me ha animado, porque lo cierto es que para mí es una de las mejores obras de literatura infantil que ha habido o habrá. 
Aunque esto, siendo sincera, es aplicable a toda su bibliografía.
Como digo, este es un libro maravilloso en toda su extensión a pesar de que la premisa de la que parte es un poco triste. 
James es un niño huérfano que vive con sus malvadas tías y que le tienen acogido desde la muerte de sus padres, si bien decir que está acogido es una expresión demasiado amable para lo que le hacen. Un día encuentra a un extraño que conoce su situación y le afirma que le brindará la felicidad si hace lo que le dice con un regalo que le hace, pero por un tropezón acaba creando el melocotón gigante que será el túnel a un mundo mágico, con habitantes igualmente mágicos que le alejarán de todas las penalidades a las que se ha visto sometido durante la parte de vida que ha pasado con sus tías. 
Me ha gustado volver a sentirme pequeñita emocionalmente por un día y volver a sus páginas gastadas. 
A veces también me gustaría encontrar la forma de hacer gigante un melocotón, aunque fuese por accidente como le ocurre a James y vivir todas las aventuras que vive con sus moradores.
Sobre todo en días como hoy. 

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