Si bien es habitual que haya adaptaciones literarias de cara al cine, es menos frecuente —o por lo menos lo he encontrado en menos ocasiones— que un libro se adapte a un videojuego. Y sí, conocí el juego antes que el libro, y creo recordar que hasta jugué un rato.
Los caminos de los devoralibros son insondables.
Dmitry Glukhovsky nos sitúa en un futuro apocalíptico en el que ha habido una cruel guerra atómica que ha obligado a la escasa población superviviente a abandonar la superficie y habitar los subterráneos, creando una nueva civilización en las redes de metro; gran parte del mundo ha quedado sepultada bajo toda clase de escombros y residuos provenientes de esta guerra.
Moscú es ahora una ciudad fantasma, y bajo ella crece toda una serie de ciudades en cada estación de metro, cada una con su propia ideología, su política y sus peligros, cada una de ella es un reflejo de la propia humanidad, inconstante y peligrosa para sí misma, no sólo por las amenazas de los mutantes de la superficie, sino por las amenazas entre ciudades, que no son sino facetas de nosotros mismos.
En este ambiente, Artyom es un joven soldado al que se le encomienda la misión liberadora de encontrar la Polis, que tal vez sólo exista en las leyendas y que puede que sólo sea un mito, para advertirles de todo el mal que les puede afectar si no están prevenidos.
Me gusta porque me parece original el planteamiento y la forma de radiografiar al colectivo de la humanidad a través de estas ciudades que crea.
A pesar de que lo postapocalíptico está a la orden del día con tantas y tantas profecías que señalan el fin del mundo para dentro de nada y, cómo no, este tema surge en la literatura con profusión, alimentando un género y un morbo inherente al ser humano —qué le haremos, me parece que, en esencia, todos tenemos cierto punto de masoquistas—, el tema de dónde se crea la civilización nueva, cómo se crea y los detalles hacen que me parezca un libro en el que uno se puede deleitar con tranquilidad, tal vez de noche, en una cama, haciéndole un pulso al sueño.
Es una distopía deliciosa, un libro para "paladear", para disfrutar en todos los sentidos. A mí me parece toda una revelación.
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