3 de marzo de 2020

Las flores de la guerra, Geling Yan


A pesar de que, por lo general, me gusta la tranquilidad y el silencio —de hecho, me suelo bastante histérica cuando algo de eso me falla, sobre todo cuando no he dormido apenas—, reconozco que la mayoría de las veces, cuando leo libros de temática histórica, suelo decantarme hacia aquellos que tratan alguna guerra.
Tal vez sea demasiado rara.
Así, buscando información un día cualquiera sobre ningún tema en particular, llegó a mí este libro de la escritora china Geling Yan.
En la segunda guerra sino-japonesa se produce la masacre de Nankín, y es en este contexto en el que trece estudiantes se refugian en una iglesia católica para protegerse de la masacre que iban a perpetrar los japoneses en la ciudad, quedando a cargo de su sacerdote, que ve sus creencias temblar por tener que elegir a quién refugia además de a estas niñas, si a un grupo de soldados o a un grupo de prostitutas, que haciendo suyo el drama de las niñas, deciden ofrecerse a los japoneses como compañía para paliar acaso todas las situaciones que puedan derivar de la invasión. 
¿Quién, sino ellas, podría haberse ofrecido como sacrificio para mejorar la vida de otros tantos que tal vez en condiciones normales las hubieran despreciado?
La verdad es que esta novela hace plantear muchas cosas, y no sólo el tema de la guerra.
¿Cuántas veces nos hemos permitido rechazar a alguien porque no es o no aparenta ser lo que esperamos que sea? ¿cuántas veces nos hemos creído superiores por este o aquel motivo cuando ni siquiera conocemos a la persona que juzgamos?
Algo así pasa con las prostitutas del libro.
No sólo tienen que cargar con el precio de su profesión, una profesión que en la mayor parte de los casos les ha sido impuesta, y no sólo por personas, sino por la propia vida, que les obliga a vencer su asco sólo por sobrevivir y que las expone a peligros sin parar.
Y aún los que primero ven su supuesta amoralidad son los primeros que recurren a ellas y a sus servicios, por supuesto, de forma velada, para no perder su puesto en una sociedad que se las da de moral y lo único que destila es hipocresía.
Este libro es un buen ejercicio de conciencia, no sólo para apreciar ciertos aspectos de la propia vida, sino para entender que antes de criticar debemos pensar, porque quizá, sólo quizá, encontremos en aquellos que denostamos todo lo que ansiamos encontrar.

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