21 de marzo de 2020

El silencio de los corderos, Thomas Harris


Supongo que, como todos, tengo ese puntito de masoquismo que hace que, aunque me dé un miedo tremendo, lea o vea cosas que a priori podría descartar precisamente por esa razón. A mi favor tengo que decir que suplo ese masoquismo viendo las películas de terror acompañada, porque cuando lo hago necesito desesperadamente agarrarme y esconderme.
Ya, lo sé, ni yo misma me entiendo.
Sin embargo, a pesar del miedo que a veces me da, debo reconocer que disfruto, sobre todo cuando se me presenta una novela y un protagonista tan inteligentes como los que nos ocupan, obra de Thomas Harris.
¿Quién, aunque deplore sus actos, no admira al doctor Hannibal Lecter?
Es formidablemente brillante, seductor, y, lo que es más importante, tremendamente manipulador.
Y como contraparte, Clarice Starling —«quid pro quo, Clarice», ¿recordáis?—, una alumna del FBI a la que encomiendan entrevistarle para conocer quién está detrás de unos pavorosos crímenes que asolan la ciudad y que cumple con unos patrones muy determinados, enfocándose en determinado tipo de chicas.
Me parece absolutamente maravillosa la forma en la que se va estableciendo la relación entre los dos y cómo se desarrolla la investigación policial. A través de ella, de "desahogarse", por decirlo de alguna manera, con la faceta buena del psiquiatra, va paliando sus miedos y consigue resolver el caso con su ayuda.
Creo que es una obra de lectura obligada.
Principalmente porque aunque, como decía antes, sus actos no son lo más recomendable para llevar a cabo, hay que reconocer la tremenda elegancia con la que los desempeña, casi con la precisión de una obra de arte un tanto sui géneris con la que se deleita. E igualmente me parece fascinante la propia película, creo que sin Anthony Hopkins no hubiera sido lo mismo. 
Además de ser un actor maravilloso, creo que él es el que define finalmente el carácter y la actitud del doctor Lecter; de una forma memorable consigue que hasta nos identifiquemos en cierto modo con él y que aceptemos sus actos.
Hasta el detalle de aprender con las vivencias del doctor Lecter que la carne humana más sabrosa es la de las mejillas tiene un punto de humor negro que me fascina.

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