15 de noviembre de 2018

Apartamento 16, Adam Nevill


Estamos acostumbrándonos últimamente, por desgracia para los lectores y por suerte para los autores que los venden como churros y se hacen ricos, a que las oleadas literarias vayan por modas, es decir, hace unos años, cuando la fiebre Crepúsculo todos los libros que salían del género eran de vampiros, hasta que se les agotó el modelo y empezaron a salir zombis y, de nuevo, todo fueron zombis, y así hasta la saciedad.
Vamos, que el género de terror se había quedado en una mera zarandaja y, aun pecando de exagerada, creo firmemente que los mismísimos Edgar Allan Poe y Bram Stoker se revolvían en su tumba al ver cómo se había defenestrado el género.
Pero, albricias, no todo es el mal absoluto.
De vez en cuando surgen autores como Adam Nevill que con su gusto victoriano y el placer que proporciona al relatar historias de la vieja escuela sorprenden porque realmente queda algo de luz en un género tan vilipendiado y, por eso, os traigo la primera publicación suya que llegó a mis manos.
Esta vez no os voy a dar pinceladas de la historia porque temo contaros demasiado.
Solo os diré que, como mencionaba arriba, es un libro de la vieja escuela, que va construyendo el terror y el clímax final peldaño a peldaño, como si fuera una escalera que conduce a la buhardilla donde Dorian Gray escondía su cuadro, al apartamento que da título al libro que hoy os traigo, y eso es algo que yo, por lo menos, aprecio con toda mi alma de bibliófila casi bibliófaga, porque el cuentagotas con el que va dosificando los temores acaba llenando el vaso antes de que lo imaginemos, y es precisamente esa cualidad la que hace que nos bebamos, literalmente, con gusto el libro, a pesar de que pueda pensarse que se hará pesado en algún momento de la lectura.
Ni por asomo.
De veras os digo que hacía tiempo que no me daba tantísimo miedo leer un libro, y mucho menos un libro relativamente actual porque este se publicó en 2010. Nevill narra su historia con un gusto exquisito, con una mezcla de susto y desasosiego tremendo, y ya sabéis que la imaginación es una yegua que corre libre y la mía es poderosa, muchas veces demasiado poderosa para mi gusto. 

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