29 de junio de 2019

El diablo de los números, Hans Magnus Enzensberger


Hubo un tiempo, no hace demasiado, en el que también me gustaban las matemáticas.
Siendo sincera, hoy en día tampoco es que me desagraden. De hecho, alguna vez me gustaría poder sentarme y estudiar algo así en condiciones —creo que, después de leer esto, a madre le va a dar un infarto de la emoción—, pero hace unos años llegó a mi vida educativa cierto personaje que dejaba demasiado que desear y que tiró por la borda cualquier interés que pudiese albergar en el futuro más inmediato, mi presente.
Sin embargo, y a pesar de esta situación que significó para mí descubrir el amor por la Filología y más de lo que en su momento se pudo apreciar a simple vista, este libro de Hans Magnus Enzensberger nunca dejó de pasar por mis manos y a día de hoy sigo recomendándolo; éste fue el pequeño reducto donde dejaba fluir aquel gusto perdido por las ciencias exactas, imagino que era porque no podía evitar identificarme con Robert, el protagonista, asediado por un profesor cuya desidia y pasión por la glotonería eran las marcas que le calificaban.
A Robert no le gustan las matemáticas, por esta razón anteriormente expuesta y porque realmente no las entiende, pero una noche, de pronto, aparece en sus sueños un curioso diablo con un carácter un tanto —demasiado— voluble que partiendo de lo más básico empieza a enseñarle matemáticas. 
Como es un chico que siempre tiene pesadillas primeramente asocia la presencia del diablo con ellas, sobre todo cuando la paciencia del ser llega a su fin y literalmente, en ocasiones, estalla, pero cuando va entendiendo los números mediante juegos y explicaciones que se le hacen fáciles empieza a dormir precisamente para soñar, para seguir descubriendo y saciando su curiosidad por las matemáticas. 
A la vez que Robert el lector va aprendiendo todo aquello que explica y la verdad es que hacia el final del libro no son temas precisamente fáciles si eres un niño o un lego en la materia. A mí aún no se me olvidan los números de Fibonacci o los números triangulares, y a veces aún me sorprendo usando los ejemplos que emplea en el libro y hace años que lo leí por primera vez. 
Creo que es precisamente esta forma tan sencilla y asequible lo que hace que acabes devorando el libro de principio a fin y comprendiendo principios matemáticos a los que, tal vez, mediante fórmulas ni siquiera nos acercaríamos. 
Aún hoy me gusta leerlo de vez en cuando a pesar de que mi devenir educativo haya corrido de una forma diametralmente opuesta.
No sé si será nostalgia o qué, pero la cosa es que disfruto muchísimo cuando me dejo llevar entre sus páginas. 

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