19 de abril de 2021

La Celestina, Fernando de Rojas

He tenido a bien empezar con una de las primeras portadas de este genial libro que rompió moldes en su época —y puedo asegurar que para alguien medianamente «inocente» puede llegar a suponer una lectura poco menos que escandalosa— puesto que refleja o resume un poco el contenido del libro, adelantándonos uno de los oficios de Celestina. 
Su ambigüedad se hace patente desde el principio, y, adentrándonos, nos damos cuenta de que no sólo caracteriza a los personajes —que aparentan en ocasiones una inocencia que no tienen—, sino que constituye igualmente su estructura. 
Esta obra no se puede catalogar de dramática ni de narrativa. No es dramática, porque los parlamentos son demasiado largos como para ser representados, pero tampoco es narrativa porque está escrita de forma que los diálogos quedan patentes —se introduce el personaje que habla con su nombre—, está dividida en actos y, a pesar de que las acotaciones no aparecen, sí que se intuyen los apartes. 
Podemos decir que es un protodrama o un híbrido entre teatro y novela. Calisto entra al huerto de Melibea buscando un halcón y se enamora perdidamente de la dama, pero su amor está proscrito —no se especifica el motivo— y Melibea, emulando a la «dame sans merci» del amor cortés le rechaza. Calisto busca la ayuda de sus criados, que le indican que debe acudir a Celestina, una alcahueta famosa que bajo su oficio de costurera y otros tantos entre los que se encuentra la hechicería, esconde el verdadero. Celestina invoca a Plutón —bonísimo el conjuro, final del tercer acto— y entra en casa de Melibea con el pretexto de vender hilado. 
Poco a poco, Celestina irá embaucando a Melibea hasta que cede y accede a los encuentros furtivos con Calisto... y, con la excusa de librarse de la sacrosanta Inquisición que ya tenía el ojo sobre el autor, por presunto converso, y sobre la obra, por lo evidente para la época, el pecado hará castigar a sus personajes de una forma u otra, pero ninguno se librará. 
Fernando de Rojas hace una excelente caracterización de los personajes, maneja de una forma deliciosa el lenguaje bajo propio de la calle y el alto de la nobleza combinándolos además de parodiar en cierto modo el amor cortés que tanto fruto había dado en los altos círculos con la actitud de algunos de sus personajes, siendo más evidente en Calisto. 
Todo esto hace que su obra se convierta en una de las cumbres de la literatura española. Es una buena obra para desmitificar la época. 
No todos eran tan santos como parecía o como reflejan los libros. Al final, el destino hará su trabajo. 

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