De vez en cuando, y a pesar de que disfruto muchísimo con la ciencia ficción —no hay más que ver la anterior entrada—, me gusta sumergirme en la novela más realista porque considero que, siendo la que más se acerca a la cotidianidad, es la que provoca la reflexión más profunda sin que el lector sea consciente de ello.
Así, sin pretenderlo, mientras vamos pasando las páginas del libro en cuestión a nuestra mente acuden momentos ya vividos, decisiones ya tomadas con mayor o menor acierto.
Por lo menos a mí me pasa y lo suelo disfrutar, porque así puedo llegar a considerarme la protagonista de un libro que todavía no se ha escrito y me ayuda a alejarme del mundo y sus banalidades, porque en ese libro yo soy libre en el sentido más amplio de la palabra, y porque como soy autora y protagonista al mismo tiempo puedo modificar los sucesos presentes y futuros a mi antojo.
Quizá parezca una tontería, pero esta pequeña tontería me ha ayudado a sobrevivir mucho tiempo, especialmente cuando las cosas no iban bien.
Una de las autoras que me hacen imaginarme dentro de mi propio libro es Doris Lessing, porque escribe de una forma tan sencilla por directa y tan compleja por ser capaz de exponer cientos de sentimientos y psicologías de personajes al mismo tiempo sin que se pierda el lector en la narración que me hace pensar que el que le concedieran el Nobel fue poco.
Esta historia suele provocar rechazo inicial porque lo cierto es que parece todo tan excesivamente cotidiano que puede resultar insulso.
En ella, Harriet y David se conocen, se enamoran tanto que están seguros de que van a casarse, finalmente lo hacen y tienen cuatro hijos, y son tan tan felices que podrían vivir en una nube eterna, pero, ay, las historias bellas acaban en tragedia, y esta sucede cuando Harriet se queda embarazada de su quinto hijo. En este momento ella siente que este niño no será como los demás y no se equivoca.
Cuando Ben, así le llaman, nace, lo hace antes de tiempo. Es demasiado grande, demasiado bruto, demasiado callado y tan raro que todos le rechazan. Su comportamiento no es normal, pero ningún doctor se atreve a decir que haya algo que le haga diferente, y esta diferencia es tan palpable que es la que se convierte en su estigma, porque él también siente que no le quieren y su comportamiento es, también en parte, una forma de reclamar atención.
Un día este comportamiento acaba resultando excesivo y le internan en una suerte de asilo, y este hecho es el que marca el punto de inflexión en la novela. Lo que antes de su nacimiento era apacible y tan simplista que rozaba el aburrimiento ahora se convierte en su antítesis, ahora todo es prácticamente una pesadilla.
Yo, personalmente, he necesitado una relectura del libro —es cortito y se lee en poco tiempo sin problemas—, porque una vez lo terminé me sentí fatal, pero supe que debía de haber algo más que la simple crueldad. Y aunque dolorosas, las preguntas que plantea el comportamiento de todos en el libro son certeras, casi tanto como lo fue la propia Lessing escribiéndolo.
El mayor dilema es el de si su entorno le ha empeorado o si ya no había nada que hacer al respecto de Ben, si lo que somos lo somos por naturaleza o si la crianza influye, si el tener descendencia ya te predestina a querer sin condiciones a esa criatura que ha nacido de ti o si es posible que el rechazo sea tan grande que se nieguen los más puros vínculos de la naturaleza.
Desde luego no recomendaría este libro para leerlo en un momento bajo de ánimos o de nihilismo existencial porque la historia no es fácil, pero creo que en algún momento debería pasar por las manos de cada persona.
Quiero creer que los libros tienen la cualidad de hacernos mejores, y este libro es uno de los mejores ejemplos que puedo daros de esa propiedad.
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