16 de agosto de 2018

Libertad, Jonathan Franzen


Creo que lo comenté al hilo de un drama que publiqué hace no mucho. 
De un tiempo a esta parte en mi ciudad parece ser que la cultura se va abriendo camino poco a poco. Hace unos años era impensable siquiera imaginar que podría haber teatro cada semana, ópera o incluso ballet, o que pudiera surgir un club de lectura en condiciones al que me siento orgullosa de pertenecer. 
Es esta última premisa la que se cumple, y claro, pertenezco porque me parece una forma diferente y divertida de leer, estar entre amigos y disfrutar de animados debates y de una cena cómoda en un entorno privilegiado. 
A pesar de que las primeras veces y por circunstancias ajenas a mí no pude acudir llegué a tiempo para el comentario de este libro de Jonathan Franzen que he decidido traeros hoy. 
Es la historia de tres generaciones norteamericanas con sus bondades y sus desastres, y todos, de una forma u otra, están enfrascados en la búsqueda de la libertad, que es la que titula el libro de hoy; sin embargo, esta libertad que buscan y que, sin lugar a dudas, es el leitmotiv de sus vidas no es colectiva, sino que es solo para ellos mismos y esto nos da una de las claves del libro.
Podría decirse que estas tres generaciones están centradas en Patty, que siendo hija o madre es el hilo conductor de la novela, y en el egoísmo que rezuma por cada personaje. 
No hay un protagonista que tenga la cabeza amueblada en condiciones, todos se convierten en extraños para ellos mismos y para sus seres queridos precisamente por este egoísmo que es el que rige sus vidas, y precisamente esto quizá sea lo que hace que se haya considerado como uno de los más grandes libros —en mi humildísima opinión no lo es del todo, pero es solo mi opinión—, aunque sí considero cierto que el retrato tan sórdido que hace de algo que es tan idolatrado como el estilo de vida estadounidense es un revulsivo para una sociedad que cree tenerlo todo y encima que lo que tiene es perfecto. 
Tiene cierta estructura circular en el sentido de que comienza y acaba siendo —o pretendiendo ser— Patty la anfitriona perfecta, la perfecta ama de casa norteamericana que se dedica a sus hijos aun habiendo tenido la oportunidad de estudiar y hasta de licenciarse y tener una carrera, deseo absolutamente respetable por otro lado.
Y es en este trasfondo de americanismo puro y duro que encontramos también todo lo malo de esta sociedad idolatrada por muchos, el alcoholismo, la propia guerra de Irak que aparece ligada a su hijo, los problemas familiares bajo esta apariencia social de perfección y las infelicidades tan extremas que a menudo nos parecen casi imposibles. 
Al final el libro nos revela que todos somos producto de nuestros ascendientes directos y nuestras decisiones, y que aunque nos creamos libres por ser lo que se supone que queremos ser, en realidad somos esclavos de nuestras propias decisiones y al final de todo la libertad que creamos para nosotros mismos no existe. Siempre habrá algo que nos impida ser libres completamente, ya sea por algo impuesto o autoimpuesto, y en nuestra ignorancia solemos dañar a quienes más queremos, creando monstruos o alejándolos de nosotros.
Recuerdo que tuve un profesor de filosofía que solía decir que el verdaderamente libre era aquél que decidía estar voluntariamente dentro de una cárcel, real o figurada, porque hacía lo que quería y, en última instancia, puede que no estuviera tan falto de razón como pretendían las risas que arrancó esta afirmación en clase. 
Habría que considerar, por supuesto, qué le llevó a querer estar dentro de esa cárcel, pero esa es otra historia. 

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