5 de junio de 2020

Romeo y Julieta, William Shakespeare


No sé si alguna vez lo he mencionado, que creo que sí, pero mi memoria es un desastre colosal. 
Soy una romántica empedernida, tanto que, a veces, hasta me empalago a mí misma, y eso, tal vez, no sea demasiado una virtud, porque acabas construyendo ideas y situaciones que luego no alcanzan tus expectativas y fomenta el desencanto, pero eso es otra historia.
Sin embargo, hoy es uno de esos días en los que la mente vuela desinhibida y acaba pensando qué se puede comentar he decidido traeros un libro que también es especial, que desde hace tiempo no puedo dejar de leer y hacer que me guste más y más, así que sólo falta que los astros se alineen para que sea un día completamente perfecto.
No conozco una mejor forma para ilustrar el amor y sus metáforas, tanto buenas como malas, que este fabuloso libro de nuestro viejo amigo William Shakespeare del que se han hecho infinidad de versiones, cinematográficas, literarias e incluso animes. Todo lo imaginable.
La historia, creo, es archiconocida.
Dos familias de Verona, ricas y poderosas, los Capuleto y los Montesco, están enfrentadas por oscuros intereses. Cada una de ellas tiene un hijo, los Capuleto tienen a Julieta, una doncella virginal alejada de las privaciones y de los devenires del mundo entre las paredes de su palacio, y los Montesco a Romeo, un "vivalavirgen" en sentido estricto, que cual Don Juan es enamoradizo y ama a raudales a todas las jovencitas hermosas, y por avatares del destino —juguete de él se proclama Romeo—, en la fiesta de los Capuleto en la que comprometen a Julieta con Paris y en la que se ha colado gracias a la ayuda de su amigo Mercucio, se conocen y ambos quedan heridos por la flecha de Cupido, entregándose al amor y consagrándolo sacramentalmente —no se esperaba de otra forma en esa época—, pero, como dice Ismael Serrano, todas las historias de amor, al menos las más bellas, acaban en tragedia, y esta no lo es menos cuando los intereses de las familias se ponen en juego y enturbian todo el trasfondo romántico que habían construido los dos jóvenes.
Me la regalaron cuando apenas era una jovencita de la edad de Julieta, casualidades de la vida, y desde entonces, cada vez que la leo, la encuentro más hermosa dentro de su género. Y creo que, mirando en retrospectiva, por mucho que nos compadezcamos de ellos dos o incluso acabemos llorando con su final —algo que no puedo evitar cada vez que cierro la última página— no esperaría otro fin que el que tiene.
Que no acabase en tragedia le quitaría la emoción, los momentos más importantes y la reconciliación final entre dos familias que no acaban de entender que dentro de sus diferencias son iguales y que el orgullo sólo les ha llevado a la destrucción, pero supongo que todos albergamos la esperanza de que no nos pase como a ellos y que, a pesar de que un día llegue un mensaje inesperado que dice que «Si profano con mi indigna mano este sagrado santuario, pecado de amor será. Mis labios peregrinos, ruborizados, quisieran hacer penitencia con un dulce beso», el desenlace no sea en los brazos de la Muerte y sí en el del Amor.

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