Todos tenemos momentos extraños en los que, quizá, la vida no fluye por donde nosotros queremos que lo haga, esos momentos que escapan a nuestro control y que hacen que nos replanteemos si realmente vivimos como queremos vivir o si las cosas por las que luchamos merecen la pena.
Y también creo que esa sensación es cada vez más y más frecuente en el mundo en que vivimos.
Todo el mundo está desencantado, automatizado, dejamos que los demás piensen por nosotros ya que lo que pensamos es más que posible que no salga adelante, y precisamente porque esa sensación es la que tengo hoy he recordado que Doris Lessing escribió sobre ello una vez y que su valía como escritora la hizo ganar —a destiempo, en mi opinión— el Premio Nobel de Literatura.
Nuestra protagonista, Anna Wulf, acaba de separarse y tiene a una pequeña hija a su cargo. Es militante de fuertes convicciones comunistas pero está desencantada, a la vez que deprimida, y esto es, en mi opinión, una de las peores combinaciones de sentimientos que puede padecer un ser humano. Y por ello necesita un nuevo punto de vista para reaccionar y afrontar su nueva realidad en la que ya nada es como antes, tiene diferentes obligaciones y ninguna es la que esperaba, algo que la acerca al límite divisorio entre la cordura y la locura.
Para salir adelante decide escribir como acto catártico, dibujar con letras cada parte diferente de su vida en distintos cuadernos que la ayudan a serenarse y comprender por qué ha llegado hasta ahí, y, mientras tanto, va escribiendo una novela, «Mujeres libres» —muy revelador, sobre todo en la situación en que se encuentra ella como personaje principal—, creando Lessing a su amparo una estructura de caja china de lo más interesante porque es como si descendiera un poco más dentro de la mente de la protagonista y de los límites de la novela, completando con ella la información de los cuadernos y la lucha de Anna.
Mediante ellos va definiéndose Anna como personaje, justificando en cierto modo sus decisiones y, por qué no, con cierta intención didáctica, va moralizando acerca de las cuestiones que se le presentan nuevas en su vida, y va convirtiéndose a pesar de lo que pudiera parecer a primera vista en una bandera neutral de paz, alejada de la guerra de sexos en la que nadie gana, sino que todos pierden porque no se complementan.
Creo que, a pesar de la profunda decepción de la escritora que protagoniza la novela con todo lo que la rodea, lo importante acaba siendo que sigue manteniendo la esperanza de que, tal vez, en algún momento se arregle todo, y creo también que lo que ilustra esta seguridad es que para ella es casi una certeza el color del cuaderno en que escribe.
El dorado es un color alegre, quizá un poco hortera en según qué modo y contexto, pero es un color de vida, de luz, que da fuerza en última instancia, y a mí me resulta un reflejo de esas ganas por salir adelante y seguir, aunque solo se quede en la intención, y ya se sabe que la intención es, al fin y al cabo, lo que cuenta.
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