25 de septiembre de 2018

Ready player one, Ernest Cline


Este libro llegó a mí de una forma bastante peculiar. Fue el regalo de cumpleaños de alguien que hoy es amigo mío y la verdad es que fue un poco a la aventura, si bien creo que acerté y para mí fue el descubrimiento del año.
Reconozco que puedo ser un poco predecible en cuanto a regalos se refiere, la mayoría de las veces suele haber un libro de por medio, sobre todo si sé que se trata de personas receptivas a la lectura y este fue uno de esos casos. En momentos así acudo a mi librería de referencia en la que me siento como en casa —en serio— y normalmente es la misma entrada la que ya me ilumina. 
Como me suele pasar se me fueron los ojos hacia él, y la verdad es que en ese momento iba sin saber con cuál me iba a quedar. Quería acertar en ese regalo en concreto. Cuando lo vi no necesité buscar más, este libro de Ernest Cline, del que reconozco que lo que primero me enamoró fue la portada y después la sinopsis, era el idóneo para la persona a quien se lo regalé. 
Estamos en un futuro distópico en el que la vida de la gente se desarrolla principalmente en un juego de realidad virtual, OASIS, casi como si de un Second Life se tratara. Ahí la gente trabaja, va al colegio y, sobre todo, se divierte, ya que como si fuese solo un juego de rol, los avatares, los personajes en los que se mueven y viven los habitantes, pueden subir de nivel, y debido a estas subidas conseguir mejoras, ya sea en vestimentas o incluso en dinero virtual.
La sociedad, por qué no decirlo, se ha ido al traste. Debido al cambio climático tan bestial, la carencia de petróleo y la crisis social en la que se han hundido, la gente huye, y la forma de huir es sumergirse en OASIS, un mundo creado con la ayuda de Ogden Morrow por James Halliday, geek al uso, que en su madurez ve cómo los valores de su juventud, la cual vivió en los ochenta, se han perdido horriblemente y deja como testamento un reto a sus jugadores-habitantes: encontrar un huevo de pascua que esconde un tesoro en este mundo virtual. Este tesoro consiste en encontrar tres llaves y tres puertas que conducen a la herencia del creador y, se sobreentiende, al control OASIS al completo. 
Al principio, naturalmente, todo el mundo se desespera por encontrarlas, casi como si de una Excalibur moderna se tratase, y poco a poco ante la falta de resultados la búsqueda va decayendo hasta que un día, de súbito y casi por casualidad, nuestro protagonista Wade, bajo el nick de Parzival —muy propio, ¿verdad?— encuentra el camino a la primera llave. Y como todo protagonista debe tener su antagonista hacen acto de presencia los sixers, esbirros de IOI, una compañía que busca privatizar el juego y obtener beneficios de él. 
La verdad es que no solo me ha maravillado el contenido, sino lo que yo he interpretado como intertextualidad. En los pequeños detalles de la novela se advierten momentos que te recuerdan a otras obras del género como puede ser la incombustible «1984», que, por desgracia, es cada vez un retrato más fidedigno de la realidad que nos está tocando vivir, «El juego de Ender» e, incluso, «Charlie y la fábrica de chocolate» entre otros muchos clásicos. Eso, a mi parecer, enriquece la novela con detalles que no necesariamente se advierten en una primera lectura e invita a la relectura.
El bastión fuerte de la novela es sin duda que juega con la nostalgia, está claro.
A mí me pilló un poco tarde, pero a quien se haya criado en esta década de los ochenta, tan fantástica y tan llena de innovaciones y de cambios estoy segura de que se le removerá dentro todo un terremoto de sentimientos. No solo por el ambiente, que aunque desarrollado en el futuro bien parece sacado de esta época, sino por el magnífico repaso que hace a toda la cultura musical, fílmica, social y de videojuegos que nos trajeron los ochenta. Estoy segura de que si habéis crecido en esta espiral os va a encantar tanto como a mí, y eso que yo ya solo viví retazos. 
Lo único que os pido si decidís leérosla es que os desliguéis absolutamente de la película, esta, desgraciadamente, no tiene nada que ver. 

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