13 de febrero de 2021

Sauce ciego, mujer dormida, Haruki Murakami

No puedo evitarlo, lo reconozco, y lo peor, o mejor, quizá sea que tampoco pongo medios para intentarlo. 
Murakami me sigue fascinando a pesar de todo y de todos y creo que así seguirá siendo aunque pasen muchos años. 
Creo que le cogí gusto a los relatos, fórmulas literarias que nunca me habían llamado especialmente la atención anteriormente por su brevedad y porque, tal vez, carezco de la mesura necesaria para digerir, en cierto modo, el atropellado tropel de sucesos que acontecen en estas novelas condensadas, como me gusta llamarlas, pero habiendo encontrado esta joya, reconozco que, viéndolo en perspectiva, quizá fui demasiado exigente y no supe obtener el verdadero fruto de estos pequeños cuentos. 
Así fue hasta que llegó a mis manos este libro deliciosamente japonés, tan colmado de naturaleza, e indiscutiblemente "Murakaminiano", por su plenitud de símbolos, fórmulas típicas y su surrealismo tan despiadado. 
Son veinticuatro cuentos de expiación, de purga, de la obtención de una visión del mundo totalmente antagónica a la que se nos ha impuesto por convención y por aceptación. 
Las pérdidas marcan las vidas de los protagonistas, en mayor o menor medida, y son las que dan cuerda al mundo en el que viven. 
Lo que más me gusta de Murakami tal vez sea el hecho de que vive en un mundo antagónico, en el que las contraposiciones son tan frecuentes como la respiración misma, y que extrapola su visión a sus hijos literarios hasta el punto en el que, cogiendo a cualquier viandante completamente seguro de sí mismo y de su realidad, puede hacer que empiece a dudar de tal manera que la realidad torne sueños y se empiece a preguntar el por qué de esto o de aquello. 
Es la búsqueda por la búsqueda, el declive de lo civilizado y el aflorar de lo primigenio, de lo animal que se adueña de nuestra —poca— humanidad. 
Lo de hoy ha sido breve, pero no puedo decir más. Sólo invitaros a leerlos y dejar que os cambie, que descubráis.

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