21 de mayo de 2019

La sombra del ciprés es alargada, Miguel Delibes


Hace casi diez años que el maestro vallisoletano nos abandonó y nos dejó huérfanos de literatura en un mundo cada vez más horrible, y prácticamente nadie se acuerda de él salvo los lectores que seguimos disfrutando aún hoy de sus páginas. 
Ni siquiera esas instituciones que le rendían una pleitesía casi ciega con su cuerpo aún caliente le han vuelto a hacer un homenaje decente a nivel estatal, ni un recuerdo a la figura de este insigne escritor que aportó luz en una época en la que la palabra quedaba proscrita en todos aquellos que poblaban un país en ruinas, salvo aquellos que cantaban sus alabanzas y sus glorias trasnochadas. Suerte que quedaron los neutros y los ocultos.
Hoy, en un día que no significa nada para el autor —o eso tengo entendido— es mi intención recordarle y hacer que vosotros, aquellos que aún pasáis por aquí para ver qué he añadido a este anaquel virtual, le recordéis y disfrutéis, y si sois de los que todavía no os habéis dejado acariciar por sus palabras, recias y duras como la tierra en la que nació Miguel Delibes, tenéis la oportunidad de dejaros que os encuentren y os llenen. 
Este libro fue su opus primum. Una novela que, a pesar de estar hecha desde la relativa inexperiencia literaria, consiguió alzarse con uno de los premios más importantes del país, de cercana creación en el momento de la publicación de la misma, y la verdad es que ofrece una perspectiva diferente de una de las barbacanas de la vieja Castilla, Ávila, que en lugar de ser defendida por sus murallas se ve limitada en cierto modo por ellas, lo que la convierte en objeto de una profunda meditación existencialista. 
Al final es la eterna oposición entre conservadurismo y progresismo reflejada en el niño Pedro al cuidado de Don Mateo, que le irá inculcando con sus enseñanzas una frialdad inexpugnable para sobrevivir en un mundo de pasiones sin que estas le afecten; unas enseñanzas que se verán contrarrestadas por la juventud y las ganas de vivir y experimentar del niño, que le hacen permeable a todas estas palabras que contrarían la esencia propia del ser humano. 
Es curioso cómo acciones y circunstancias tan aparentemente volubles como puede resultar la amistad o las relaciones interpersonales pueden vencer a un pesimismo extremo y casi inefable inculcado y que sangra y nace de la tierra misma. 
A través de los personajes somos nosotros mismos los que vamos cambiando al mismo tiempo que ellos mientras se convierten en agregados o soldados de la esperanza que viene a vencer el halo oscuro de la muerte. 

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