21 de noviembre de 2019

Juan Salvador Gaviota, Richard Bach


Ya sé que fue hace más de un mes pero supongo que el cambio de estación nos altera a todos y que nos hace estar más susceptibles que de costumbre, más indecisos, más tristes tal vez.
El retraso en esta suerte de meditación trascendental, por catalogarlo de alguna manera, viene a santo de que en la ciudad donde vivo es muy sutil el cambio, muy progresivo, hasta que de repente, de golpe y porrazo, al día siguiente ya es diferente.
Este cambio ya se empieza a notar, ya hace más viento y deja de ser insoportable caminar bajo el sol la mayor parte del tiempo, y esto me ha hecho pensar en que aunque estemos bajo la máscara de una rebeldía extraña o pretendamos tener las riendas bien sujetas en realidad somos como autómatas dóciles que se rebelan porque tácitamente nos incitan a ello, y la verdad es que me sentí muy pequeña cuando lo pensé, insignificante. 
Este libro de Richard Bach siempre me ha recordado a «El Principito» porque parece estar enfocado para niños, y aunque no tenga por qué ser así, creo que es mucho más significativo para los adultos y me explico.
Juan Salvador Gaviota es, evidentemente, una gaviota, pero no una gaviota cualquiera.
Es una gaviota que está aburrida de su vida, anodina y rutinaria, que se reduce a pelearse por la comida con sus congéneres y lo único que consigue apagar esta ansiedad que se convierte en servilismo es su pasión por volar, una pasión que, casi como si fuera un camino iniciático, le irá acercando poco a poco a la perfección, equiparable en su caso a la felicidad.
A través de las prácticas, de los pequeños retos que se impone, de las limitaciones que va ampliando con su insistencia, irá cambiando a su sociedad y a sus propias compañeras gaviotas, pero lo que es más importante, también se cambia a sí mismo y a su forma de ver y afrontar las pequeñas trabas que le va poniendo la vida.
Lo que un niño podría considerar una inocente fábula, otra más, cuya moraleja aún no está preparado para comprender, para un público joven o adulto puede tener una interpretación diametralmente opuesta, incluso para la misma persona si lo lee en uno u otro momento de su vida.
Supongo que este es un buen momento para decir aquel tópico tan manido de que «todo depende del color del cristal con que se mira», pero no por ello es menos cierto.
Siempre me ha resultado paradójico cómo nos cambia lo que leemos, las pequeñas cosas que van pasando en nuestra vida, tengamos o no control sobre ellas. 

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