12 de enero de 2020

Kokoro, Natsume Sōseki


Kokoro, en japonés, en su primera acepción significa corazón, aunque también puede significar mente, sentimientos o alma.
Es una palabra que me parece dulce, supongo que por la forma de decirla —lo más posible es que la pronuncie mal con el acentazo que tengo, pero como lo hago me vale y me parece dulce— y por lo que evoca. 
La verdad es que si he escogido este libro de Natsume Sōseki es porque a veces se necesita que te muestren que no eres el único que lo está pasando mal y que el tuyo no es el primer corazón que se rompe en pedazos cuando las cosas no van tan bien desde hace ya un tiempo; por eso, en estas ocasiones, me parece hasta recomendable sumergirse en el mar de las palabras que te descubren mundos complejos, llenos de sentimientos extraños y de certezas imposibles que ponen en tela de juicio la moral y hasta lo que deja de ser correcto con un simple gesto.
«Kokoro» está lleno de eso. 
Desde la perspectiva de la primera persona se van entretejiendo relaciones plenamente humanas, algo que le da valor al libro, porque al final casi acaba siendo una especie de psicoanálisis que, si bien no cura las heridas, sí que las dota de una pátina que las mejora, dejando patente una perspectiva que desde la única convicción del desgarro del corazón es imposible de ver.
«Kokoro» me ha hecho recordar por qué las cosas son como son, me ha hecho llorar hasta que me han dolido los ojos y me ha hecho sonreír como solo se sonríe cuando ves que no todo está perdido, sino que el dolor físico que sientes al tener cercana la pérdida es una especie de transición hacia algo nuevo que quizá te estuviera esperando y no veías al estar cubierta por una cortina que tú misma has echado sobre ti; y, sobre todo, ha hecho que me acuerde de que los silencios pueden ser incluso más elocuentes que las palabras, de que, a veces, solo los silencios son los que llegan a alimentar el alma.
A pesar de que se ha convertido para mí en un libro precioso y de referencia que siempre va a estar conmigo no discuto que, a veces, un libro así puede ser un arma de doble filo, sobre todo si estás pasando un momento no demasiado bueno emocionalmente hablando, o si solo de pensar en unos ojos asoman las lágrimas a los tuyos, porque sabes que las miradas ya no van a ser iguales.
Quizá en otras circunstancias me habría parecido un libro denso, porque es innegable que la trama se desarrolla de una forma bastante lenta, pero, hoy por hoy, tal vez lo necesitaba y creo que no soy la única.
Vivimos tan deprisa que olvidamos los pequeños placeres que puede otorgar la calma, y quizá «Kokoro» sea precisamente un recordatorio de que no hay nada más transitorio, más prescindible que nosotros mismos.
Debo decir que me gusta mucho la meticulosidad de la literatura japonesa, supongo que porque me los imagino pasito a pasito, hilando cada cabo y construyendo un castillo de naipes sin precipitaciones, sin dejar nada al azar y dotándolo de esa primavera eterna que ocurre aunque sea invierno de una forma sensible y suave que, a mí, por lo menos, me hace pensar en las cosas de una forma más tranquila. Natsume Sōseki es, a mi parecer, uno de los genios de esta forma de escribir, en cada palabra se aprecia la puntada de interés, de exquisitez, y en un libro gusta encontrar este preciosismo, el arte por el arte más allá de las palabras.

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