8 de enero de 2020

Mansfield Park, Jane Austen


Admito que he comenzado el año un poco más... digamos, de una forma un poco más negra que de costumbre, y a las pruebas del libro que os traje la semana pasada me remito. Y quizá es porque mi ánimo no daba para otra cosa que para asesinatos, misterios y cosas que me hacen pensar en resolver puzles mentales, aunque luego haya dejado que las páginas me los resolvieran. 
Siempre es refrescante esa chispa que te hace activarte.
De todas maneras considero que ya me he dado el tiempo necesario para reaccionar —creo— y no me puedo permitir estar más días buscando algo que me anime, debo animarme yo misma. 
Así, para volver a mi estado natural levemente más despreocupado y definitivamente mucho más cariñoso me he lanzado a los brazos de mi adoradísima Jane Austen, porque en ocasiones así solo ella puede arrancarme, literariamente hablando, de mi abulia y hacerme soñar con mundos delicados en determinadas clases, encorsetados y tremendamente rígidos, soy incapaz de negarlo, pero en definitiva mundos donde el orden imperaba para cada uno de los ámbitos de la vida y en el que para ciertos sectores —puedo ser empalagosa pero ciega no estoy todavía, las preocupaciones de la clase social de la que escribía nuestra Austen no eran la del ciudadano de a pie— se desarrollaba la existencia con una placidez que asusta al común de los mortales. 
Fanny Price, la protagonista de esta novela que os traigo hoy, siempre me recordó a Jane Eyre en cierto modo, quien es para mí la heroína romántica por antonomasia, aunque otros discrepen, por sus vivencias. 
Ella es la hija de una familia acomodada venida a menos, pero la crían sus tíos ricos y sus primos la desprecian porque la consideran inferior al carecer de fortuna como ellos; sin embargo, esto no ocurre con todos, Edmund, que al ser siempre bueno con ella se convierte en su objeto de deseo, en el protagonista de un amor platónico que no es bien recibido porque Edmund únicamente la ve como la muchachita pobre que pertenece a su familia y, en fin, su amiga, la prima a la que contar todos sus desvelos amorosos sin saber que la está hiriendo porque ella le ama desde el primer día.
Y con la llegada de otras familias a Mansfield solo se va enredando la trama, creando historias en la mente de Fanny, que sueña con una especie de libertad reprimida y algo extraña en la que el centro de todo es su amor para con Edmund y que, al final, como buen castillo en el aire, acaba convirtiéndose en el sufrimiento del que da todo y no recibe nada pero que calla porque prefiere dar aunque así solo tenga condescendencia a cambio.
Es importante tener en cuenta que nos va a chirriar, como lectores actuales, este casi folletín lleno de pastel, de lazos, de empalagosismo y de sufrimiento por amor, algo a lo que, en general, no estamos dispuestos en esta sociedad actual.
Para disfrutarlo hay que situarse mentalmente en el contexto de la época y, a partir de ahí, dejarse llevar. Ahora recuerdo las palabras de una profesora de literatura al principio de la carrera, ella siempre nos decía que un libro, por ser de otra época, no tiene que ser necesariamente malo aunque no comulguemos con lo que expone, aunque no lleguemos a entenderlo; solo hay que pensar que está escrito en otro tiempo y que nosotros, como lectores, debemos intentar identificarnos con el, aunque solo sea un instante, y así empezaremos a entender las cuitas de nuestra pobre Fanny. 

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