22 de enero de 2020

Juegos de la edad tardía, Luis Landero


Hace ya bastante tiempo que planeo traeros un libro que verdaderamente me marcó, aunque en realidad no tenía nada que ver con lo que yo pensaba que encontraría entre sus páginas.
Ese libro es «Hoy, Júpiter», y si todo va bien no querría retrasarlo mucho porque lo cierto es que vale la pena. Como este libro que os traigo hoy es hijo literario de Luis Landero, un escritor que, contrariamente a lo que suele pasar —o, al menos, eso encuentro con relativa frecuencia en este mundo—, no ha olvidado de dónde salió y con sus admiradores es más que encantador. 
En este caso he escogido su opus primum, que no por ello peor, porque supuso un bombazo literario el año en que salió, precisamente porque guarda cierta similitud con el Quijote de mis desvelos, en un año en que he aprendido a valorarlo un poquito más después de estudiarlo en profundidad. 
Y en un mundo en el que los sueños quedan proscritos para convertirnos en autómatas este libro es el pequeño —pero no por ello menos importante— toque de atención necesario para decidir si queremos perseguir nuestros sueños o preferimos la comodidad sistemática y, la mayor parte del tiempo, limitada.
Gregorio es nuestro personaje principal y en él todo es gris.
Su actitud se acerca a la abulia típica del realismo español y su trabajo es el de oficinista en una empresa. Allí todo está coartado, no hay lugar para la imaginación, para la necesidad o para los sueños, solo hay que seguir una rutina que, aunque per se no es necesariamente mala —me gustan las rutinas, lo reconozco—, una vez pasan los años puede resultar en cierto modo una carga.
Y, de repente, un día aparece Gil, un comercial con el que, primeramente, entabla relación telefónica, aunque después se personifique. Él es su contraparte, es la chispa que necesitaba para salir de su realidad abúlica y estimular su imaginación.
Este hecho, como os digo, es determinante, porque a partir de este momento Gregorio desarrolla una suerte de doble personalidad, si se me permite declararla tal.
Su imaginación se desborda y procede a inventar detalles de su vida, a convertir su vida en lo que hubiera querido que fuese y lo opaco torna explosión de colores en el momento en el que no puede parar de enlazar una ficción tras otra, haciendo que, lo que comenzó siendo una mentira piadosa por aquello de darle emoción, se convierta en una realidad alternativa de la que ya no puede deshacerse.
Me parece un libro fantástico que sirve no solo de advertencia para apartar hábitos que pueden considerarse ciertamente perniciosos, sino para tratar de conocernos a nosotros mismos.
Por lo que a mí respecta, la mentira no está justificada en ninguno de los casos, se va construyendo un castillo de naipes que, indefectiblemente, acaba cayendo a no ser que mueras antes —ya, soy un poco trágica— y ni aun así está asegurado el éxito. Quizá la aceptación es la que subyace en estas páginas llenas de diálogo, fantasía y desbordamiento.
Yo lo que entiendo es que no hace falta una mentira para hacer nuestra vida más jugosa de cara a los demás, sino que podemos hacerlo con una simple acción directa y efectiva. 

No hay comentarios: