Creo que si hay un personaje en la historia de este país que esté rodeado de misterio, ese es Ana de Mendoza y de la Cerda, la Princesa de Éboli, y Almudena de Arteaga, con la peculiaridad de ser descendiente suya, algo que no sabía y que me hizo cierta gracia mientras me documentaba para traeros este libro, nos novela, de forma suave, todo hay que decirlo, gran parte de las tramas en las que se vio envuelta su antepasada, que contribuyeron en su momento, por qué no decirlo, a la leyenda negra que rodeó a la monarquía española de ese tiempo y a Felipe II, su representante de la época, en particular.
En primera persona, es la propia Princesa quien nos relata su vida, cuando ya está recluida en Pastrana y a punto de morir, y le cuenta a su hija, casi como una catarsis, su vida y su recuerdo, qué la llevó a actuar de esta o aquella manera, cómo acató las órdenes de su padre para casarse con alguien que no conocía pero con quien fue razonablemente feliz con el tiempo, o, incluso, el asunto de su ojo.
Ana es una mujer valiente, adelantada para su tiempo, aunque no necesariamente con buen carácter, que urdió conspiraciones y que amó a una única persona en su vida, y, quizá hizo lo que nadie se atrevió a hacer, plantar cara al monarca más poderoso de la cristiandad de ese momento, aunque luego derivase en su reclusión hasta su muerte, aunque realmente la justificación de este encierro no fuera esa y nunca le fuese explicada.
No es la primera vez que me dejo llevar por Almudena de Arteaga y sus novelas históricas, de hecho, me atrevería a decir que pocas me quedan por leer, porque, aunque lógicamente reconstruya con tintes novelescos —para mí, la verdad es que perdería la gracia para según qué personajes y, por otro lado, es casi imposible hacerlo de otro modo con los que los siglos ya han cubierto sus tumbas, por muy conocidos que fuesen—, la verosimilitud es innegable, así que acabas paseando de la mano de esta mujer que no por ese parche dejó de ser considerada la más bella de su tiempo, incluso más que la propia reina Isabel de Valois, cuyos contemporáneos valoraban también profundamente, y con la que entabló una amistad más que duradera mientras la joven y desdichada reina vivió.
Poco más puedo decir de este libro que casi se lee solo, por lo ameno y delicioso que resulta, y porque, a mi parecer, agranda el halo de misterio que rodea a la Princesa de Éboli; si bien detalla en cierto modo ciertos pasajes de su vida, es como si ellos no explicaran su súbita subida y su posterior caída en desgracia.
Es fascinante.
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