23 de diciembre de 2020

Cuentos de Navidad, Charles Dickens


Qué alegría, qué alboroto, otro año que se va y yo me hago más vieja.
Quizá peco de poco original con el libro, bueno, el cuento, que os traigo hoy, pero creo que es atemporal, porque las situaciones y los personajes se pueden extrapolar a cualquier tiempo, y bastante revelador, aunque la idea de "buenrollismo" generalizado a muchos les puede dar bastante grima. Sin embargo creo que hay que quedarse con lo importante.
Yo era considerablemente feliz de pequeña cuando llegaba Reyes, porque siempre, siempre, aunque cayera otra cosa, siempre había un libro por lo menos, un libro que, muchas veces, leía en el mismo día y los adultos se exasperaban —rebelde que es una—, así que se lo tomaban como un reto y cada año me regalaban un libro con más páginas, más denso, sin ilustraciones... pero todo en vano. 
Me resultaba bastante divertido, creo que al final acababa tomándome como un reto aquello de terminarlo pronto. Y uno de esos años, vino este. 
Admito que le cogí un poquito de reparo al pobre Charles Dickens "gracias" a una asignatura que tuve en la carrera, pero, una vez superado, he vuelto a disfrutar de su peculiarísima forma de escribir, tan propia de su tiempo y tan personal.
He decidido, en lugar de reseñar la versión íntegra, algo que no me gusta porque al final acabas hablando de todo y de nada, el que considero el cuento más famoso de todos.
El señor Scrooge —¿quién no le conoce?— es la representación antinavidad por excelencia, es tacaño, avaro —roñica que se diría por aquí por el sur— y odia profundamente a todo el mundo y todo lo que tenga que ver con la alegría y las personas.
Él es «feliz» en su propio mundo, tratando mal a sus familiares y a sus trabajadores siendo lo único importante ganar dinero, hasta que una noche, de improviso, recibe la visita del fantasma de su mejor amigo, que le cuenta lo que le ha pasado en la eternidad por haber sido avaro y tacaño, y que, al haber sido peor que él, deberá llevar una cadena más gruesa y más larga; asimismo, le anuncia la visita de los tres espíritus de la Navidad, en un último intento porque se salve.
Qué decir.
Es completamente diferente a cuando se lee de niño y a cuando se lee de mayor, con ciertas cosas a la espalda. 
De pequeño sólo se ve la moraleja, si eres malo acabarás mal y más vale que quieras a todo el mundo o todo será sufrimiento y horror cuando te mueras —es un poco exagerado quizá, pero en esencia es eso— y cuando eres mayor y a lo mejor ya ha habido roces inevitables con la familia, estamos hastiados del trabajo, de los estudios, de todo en realidad, pues acabas entendiendo que no merece la pena estar a malas siempre, que aunque, en mi opinión, es un poco hipócrita —esa no es la palabra, pero esta es muy ilustrativa— estar juntos sólo un par de días al año celebrando, en el sentido de que se debería hacer siempre y no cuando dicten unos centros comerciales determinados, siempre hace bien pensar que, al fin y al cabo, les quieres a ellos y no a otros.
Así que sólo me resta felicitaros lo que sea que celebréis, ya sea Yule, las Saturnalias, la propia Navidad, el nacimiento de Mitra o que os ha germinado la semilla que plantasteis hace una semana sin ninguna esperanza. 
Creo que el mundo está lleno de festividades por algo, y no todas ellas tienen por qué estar marcadas por el calendario oficial, ¿no creéis?

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