De veras que intento ser comprensiva con las modas, y me cuesta un trabajo indecible porque tiendo a ser bastante exigente y tiquismiquis, lo admito —y admitirlo es un paso, eso también os lo digo—, pero a pesar de que primero me pongo la meta de leer lo que no me llama la atención para poder criticar con conocimiento de causa y a veces hasta tengo la esperanza de que me sorprenda, y eso ha ocurrido.
La verdad es que no es la novela del siglo, el clásico entre los clásicos; de hecho es un poco plana, las cosas como son, pero, desde luego, está hecha para eso, y hasta ha habido ratos en los que me he reído con ganas.
Sí debo decir, en cambio, que ha sido un libro curioso en el sentido de que hace un recorrido extenso e intenso, hasta interesante, por la vida y obra de Abraham Lincoln, el presidente estadounidense, aunque, naturalmente, la faceta que se le otorga de cazador de vampiros es, cuando menos, inverosímil.
Es obvio que su quehacer no se redujo a cazar vampiros —y no, ni siquiera como metáfora puede tomarse así—, pero la obra se convierte en un libro de serie B, gracioso y, a veces, hasta innovador, al respecto de la figura histórica de Lincoln para hacerle poco menos que un histérico matamurciélagos.
A veces, la literatura de zombis y demás —a falta de un nombre de género mejor— me cuesta un poco, ya lo sabéis, pero creo que para un viaje en tren, por ejemplo, puede estar entretenido, para no pensar en lo que tienes delante o para calmar los nervios de la llegada, y, para eso, el autor construye una especie de realidad paralela a partir de la historia tomándose las pertinentes licencias.
¿Lo habéis leído?
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