22 de octubre de 2021

El extranjero, Albert Camus


Quizá este es uno de los comentarios —notas— más ambiciosos en los que me he embarcado a lo largo de lo que llevo manteniendo el blog, pero si lo he elegido es porque en este mundo raro en el que las guerras afloran bajo las piedras y en el que no quedan muchos alicientes, me siento extraña, terriblemente extraña. 
Inevitablemente, en un momento en el que estos sentimientos me inundan, no pude sino recordar esta obra fantástica e ineludible —a mi parecer debería estar en todas las librerías y bibliotecas del mundo— de Albert Camus, este francés que se desviaba tan pronto hacia la filosofía como hacia la literatura y que en todos los derroteros en los que se movía, destacaba. 
Y es precisamente esta novela en la que el protagonista es incapaz de moverse con la esperada libertad e, igualmente, incapaz de formarse unos sentimientos que le integren en una sociedad infame, la que más me hace pensar, bien por la carga psicológica que trasciende a lo largo de todas y cada una de las palabras, bien porque como mencioné arriba de una manera tácita, me identifico total y profundamente con el protagonista.
Es el absurdo al que se reduce la sociedad el que le cataloga de extranjero en su propio mundo, la injusticia y la locura, y la existencia se convierte en una carga más que en un camino, yendo de la mano de un escepticismo no esperable de una situación como es aquella a la que se enfrenta.
Es la descatalogación del individuo la que centra la novela, como preludio de lo que ocurrirá después y de lo que, a mi parecer, sin necesidad de conflictos factibles, sigue ocurriendo. 
El rechazo marca los ritmos del individuo y le predestinan, en cierto modo, a ser lo que es. 
Es la sociedad la que le obliga a actuar tal cual hace, a través de una enseñanza que ha seguido toda su vida sin ser plenamente consciente, como si se tratase de una sentencia contra algo no cometido, pero que obligará a cometer. 
Considero que es una injusticia, y me explico. 
No se debería producir una situación así. Reconozco que quizá no se haga a grandes niveles, tan hiperbólicos como los que se narran, pero sí de una forma sutil que impide que tengamos constancia de que sucede, e inevitablemente sucede. 
La sociedad acaba siendo un paraíso desierto lleno de gente que evita las diferencias, todos cortados por el mismo patrón, y no me parece bien. 
Qué le voy a hacer, estoy metafísica últimamente.

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