12 de mayo de 2018

Árbol de Diana, Alejandra Pizarnik

Fue hace unos cuantos años cuando llegó a mí algo de la poesía de Alejandra Pizarnik y puedo decir que ya no hubo vuelta atrás desde entonces. 
Admito que al principio no solía tener paciencia para la poesía. Me gusta escribirla, de hecho tengo terminado un poemario y he empezado otro y aspiro a publicarlos en algún momento, y la mayoría de las veces lo único que me sale es el verso, nada algo más largo o con más cuerpo que un poema relativamente breve y que vaya al grano. Sin embargo, que me guste leerla siempre es otro cantar. 
No sé exactamente por qué, pero a veces me resulta forzado seguir entera después de leerla, como si mi cabeza fuese formando el ritmo mientras la leo y se identificase con cada verso, con cada cuerpo que habita el poema; en el fondo es una relación de amor y odio al mismo tiempo que tengo con muchas más cosas de las que me gustaría.
He elegido este libro precisamente porque no me resulta forzada su lectura, sino que el verso libre, lo corto de cada poema y la catarsis a la que llega Alejandra en cada uno de ellos me hace sentirlos y pensar que son un emblema suyo, casi como una pequeña autobiografía que, irremediablemente, arrastra la cordura para abofetearla con su dolorosa verdad.
Este libro es hijo de la madurez de Pizarnik, y a pesar del simbolismo que desprende y que ya empieza en el propio título asociando la carga mitológica del nombre al propio contenido, está cargado de dolor, el dolor del amor y del desamor y de todos los sentimientos que la llevarían a elegir su propio final en una vida tan atormentada y tan frágil al mismo tiempo. 
Quizá los que más me han llegado han sido estos fragmentos:

ella se desnuda en el paraíso
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe
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una mirada desde la alcantarilla
puede ser la visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa 
hasta pulverizarse los ojos

Supongo que Pizarnik tenía que acabar como acabó porque no podía ser de otra manera.
Fue una mente demasiado genial que no supo o no quiso amoldarse a la banalidad del mundo que la rodeaba y no pudo reaccionar de otra forma que no fuese el suicidio, como colofón triunfal a su obra, como un acto necesario para su supervivencia literaria. 
Quizá esta sea una forma de honrarla.

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