Hacía tiempo que no me dejaba llevar por los clásicos, y encima este es uno de mis clásicos favoritos; en realidad no hace demasiado, lo confieso, pero sí lo suficiente como para que lo echara de menos.
¿Qué mejor forma de volver al redil literario con uno de los que hacen historia, de los que hacen —y confío que harán— mil y unas versiones y de los que marcan hitos por ser paradigma de su género?
Hoy os traigo una de las obras cumbre de Alejandro Dumas, con cierta anécdota de escritura conjunta detrás pero solventada por dinero para convertir al francés en su único autor.
Como supongo que sabréis, porque es un clásico inmortal que, personalmente, me fascina, es la historia de una venganza —acaso la mejor muestra de ella—, de justicia y de amor, pues es este último el que hace que el engranaje gire como motivo último de la recuperación de una vida joven arrebatada por el mayor de los pecados, la envidia.
Está basada en un relato aparentemente real, y creo que su éxito radicó precisamente en este punto y en que lo que reflejan sus páginas no son sino un poderoso retrato humano, que movido por la ambición es capaz de recurrir a los más bajos instintos para obtener lo deseado, sea lo que sea lo que se desee. Si bien esto podría haber sido suficiente para hacer una historia atrayente Dumas lo adereza con fantásticos tesoros, tan del gusto de la época, fugas que rozan la inverosimilitud por la dificultad y la astucia de la que debe de hacer gala nuestro Edmond Dantés y la idea de la supremacía del denostado tras haber cumplido su propósito y la combinación genial de estos hechos influyeron deliberada y totalmente en su éxito.
Es el tópico del militar que se hace miserable y que retoma su lugar haciendo pagar todo lo que le han hecho porque en todas las personas prácticamente se esconde el deseo de venganza y restauración, olvidando la piedad o el perdón exigidos por una sociedad marcada y encorsetada por las normas.
Aunque reconozco que es una novela extremadamente densa y la relación entre los personajes puede llegar a confundir en cierto modo por lo alambicado pronto se pierden todos aquellos prejuicios que como lector podamos llegar a tener para dejar que el sentimiento de Edmond Dantés nos invada, ya que, si por algo destaca, además de por las fantásticas descripciones que nos regala Dumas, es por la caracterización de los personajes que, sin dejar un cabo suelto, es sencillamente perfecta.
Creo que si algo destila la novela es la exaltación de la paciencia, no solo a la hora de leerla, ya que, en cierto modo, deberemos hacer acopio de ella para cambiar nuestra mente y sumergirnos en sus palabras, sino en la propia venganza de Dantés, que espera el momento preciso sin importar los años que transcurran para desarrollar su plan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario