1 de julio de 2018

La voz a ti debida, Pedro Salinas


Estaba tardando bastante tiempo en verme asaltada por mi blanditez y esta vez lo ha hecho pero bien. Me ha dejado más tocada que de costumbre. Se ha aliado con una serie de circunstancias adversas y me ha asestado un golpe mortal del que sé que me costará recuperarme y recuperar la confianza en mí.
En plena reflexión recordé unos versos dolorosísimos pero cargados de sentimientos, de temor y de lágrimas. Nadie salvo mi adorado Pedro Salinas podría haber puesto su corazón de esa forma en ellos para escribirlos. 
El gran juglar del 27 es, siempre bajo mi criterio de humilde lectora, el mejor domador de versos que ha podido existir. Siendo últimamente más adepta a la poesía que antes, que me prodigaba en la novela, pocas veces he encontrado poemas más bellos en otras páginas y solo algún poeta posterior y anterior ha podido comparársele. 
Este es el primer libro de una trilogía llena de amor y todos los adjetivos, positivos y negativos, que se le pueden aplicar a este sentimiento. Quizá para algunas personas llegue a rozar lo "empalagoso", que el sentimiento a flor de piel que destila es excesivo porque no estamos acostumbrados o no nos permitimos ser capaces de mostrarlo con la debida frecuencia, pero es innegable la calidad de sus poemas, su profundidad y lo que a mí me parece mejor, no tiene que recurrir a lo retorcido para conseguir expresar todo lo que siente de una forma bella.
Si por algo destaca, y si por algo me gusta, es porque la sencillez es su bandera, porque es transparente y hermoso, y porque, tras matices de luz y sombras, se atisba una sensualidad abrumadora, llena de imágenes más sugeridas que explicitadas.
Permitidme que os regale este fragmento recogido en la obra, que es el que me hizo recordarla y uno de los que más me han dolido sumergiéndome en su poesía. Comprende desde los versos 1385 a 1406.

La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: Jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti, 
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte solo yo.

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