6 de julio de 2018

El cuento de la criada, Margaret Atwood


No os engaño si os digo que este es el libro que peor cuerpo me ha dejado en mucho tiempo, ya sea por ser mujer y por la forma en que se tratan en esta distopía de Margaret Atwood que hoy nos ocupa, ya sea porque de alguna manera el grueso de los hechos que en este libro se narran se suceden en muchas partes del mundo y amenazan con suceder en otras. 
Estamos en Gilead, un estado teocrático nacido de unos supuestos ataques de terrorismo islamista en los antiguos Estados Unidos. Debido a estos ataques se instaura un gobierno ultrarreligioso y autoritario que disminuye los derechos sociales y las libertades individuales, especialmente los de las mujeres que directamente se suprimen. Entre otras cosas y salvo servidumbre, se les prohíbe específicamente trabajar y tener cualquier cosa a su cargo, su trabajo es el de ser madres y esposas y si han incurrido en cualquier "pecado" —ser lesbiana, ser la segunda esposa y por tanto ser considerada adúltera, etc. — se las fuerza a ser criadas, su único cometido es el de gestar a los hijos de los altos cargos que las violan cada mes en algo llamado "la ceremonia" en las que las esposas de los comandantes deben sujetarlas siguiendo las Escrituras. Cada jerarquía femenina está identificada con los colores que deben vestir, las criadas llevan una toca blanca que les cubre el rostro —porque nadie salvo su comandante puede fijarse en ellas— y un vestido rojo que las muestra como mujeres fértiles y dignas de honra, en su perversa visión del mundo, puesto que en ellas reside la esperanza de la vida y del futuro de Gilead.
Las criadas pierden su nombre y se las llama por el nombre de su comandante, el comandante Waterford, precedido de la preposición de, no son más que propiedades con la función de procrear. Nuestra protagonista se llama June, pero se refieren a ella como Defred, Offred en el inglés original. 
Atwood utiliza los flashbacks y la noche para contraponer la vida anterior de June, con las libertades propias de una sociedad civilizada y avanzada, con su marido y su hija, y el día donde se debe someter a los deseos de la esposa de su comandante, Serena Joy, ultraconservadora y frustrada por su esterilidad y en cierto modo envidiosa de la posición de Defred porque ella sí es fértil y su marido la tiene en cierta estima a pesar de las aberraciones que esta sufre. 
A pesar de las barbaridades que la novela narra el trasfondo es claramente revelador. Incita a una rebelión no necesariamente silenciosa porque advierte de forma visionaria —recordemos que se escribió en 1985— adónde podría llegarse en caso de seguir cediendo en derechos y libertades por una supuesta seguridad. El fantasma de la novela llega a todos los ámbitos, no solo al femenino, aunque las mujeres seamos las más perjudicadas en el futuro que ofrecen sus páginas. 
Si por algo se ha hecho archifamosa esta novela es por la serie de igual nombre que está actualmente en emisión, y la crudeza que transmite es indecible. 
El libro es, tal vez, más aséptico, pues cada lector imagina Gilead de una manera diferente, más o menos grave de acuerdo a su forma de ser y de entender el mundo, pero la serie es la realización de toda esa cruel distopía y nos la pone delante sin dar lugar a la interpretación. Desde luego cabe, es indiscutible, pero entender algo diferente es más complicado. 
No dejemos que nos pase, en nuestra mano está ser capaces de ver más allá de todas las manipulaciones posibles y no permitir que algo tan horrible se instaure con la normalidad del silencio.

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