13 de octubre de 2018

Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll


Sé que hoy no os estoy descubriendo nada nuevo pues es un clásico con todas las de la ley. 
En realidad hace muchísimo tiempo que llegó a mí en forma de película, e imagino que así es como llegó también primero a muchos de vosotros. Ya se sabe, la típica de Disney que se pone a los niños pero que, en realidad, revisionándola de adultos  conserva esa capacidad de fascinación por aquello de entender ahora de forma más amplia las metáforas y los diversos giros que en sus minutos subyace. 
Sabía que debía de haber algo, una fuente de inspiración, y pronto la búsqueda se hizo fructífera, encontrando que la base de la mencionada película estaba en el relato de Lewis Carroll que os traigo hoy para amenizaros la tarde o, como poco, recordaros que Alicia es un libro y existe. A partir de ese día no he podido dejar de releerlo periódicamente, porque a veces hay que pensar cosas imposibles antes de que termine el día.
Indudablemente todos conocéis la historia. Alicia es una niña que en una tarde de total aburrimiento ve a un conejo blanco vestido y con reloj de bolsillo y, extrañada, decide seguirlo a la madriguera, puerta de entrada a un mundo mágico que la llevará por un trepidante viaje de oníricas alucinaciones y surrealismos impresionantes.
A través de la madriguera del conejo comerá para crecer y menguar, correrá con los animales para secarse del mar de sus propias lágrimas, se hará tan grande que se encajará en la casa del conejo y asustará a la pobre lagartija que va a deshollinar, encontrará a una oruga que fuma pipa y la aconsejará, tomará el té con un sombrerero loco y una liebre y mil peripecias más llenas de símbolos que de pequeños nos parecen hilarantes pero que de mayores cobran sentido.
Reconozco que es un libro que en su momento me marcó y no he debido de ser la única puesto que se han hecho innumerables versiones de esta obra, principalmente cinematográficas. Hasta hay una traducción en esperanto de la que os pongo portada, porque allá por la época en la que me decidí a aprenderlo —una larga historia— me lo leí con la misma avidez.
Ya sé que siempre, siempre, estoy diciendo lo de volver atrás, mirar hacia dentro de nosotros mismos y meditar las conclusiones que saquemos, pero a veces es bonito y necesario. 
A veces es necesario seguir al conejo blanco.

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