11 de octubre de 2018

Inferno, Dan Brown


Soy de las que dice que para poder criticar algo primero hay que darle la oportunidad de conocerlo, de leerlo si se trata de un libro, para poder hablar con propiedad, y aunque lo cierto es que no andaba muy por la labor teniendo en cuenta lo que opino por norma general de Dan Brown esa portada que ha hecho Planeta mostrando el Duomo de Florencia y la constante referencia a Dante —fetiches de filóloga, lo sé, lo admito— han hecho que ceda y me decida a robarle horas al sueño para leer este libro de este autor tan controvertido, porque o le amas o le odias, y un término medio en estos casos a veces es difícil de alcanzar.
Robert Langdon, protagonista de los archiconocidos «El código Da Vinci» y «Ángeles y Demonios», vuelve a hacer aparición y esta vez lo hace a lo grande: con una herida en la cabeza en un hospital de Florencia cuando supuestamente estaba en la universidad dando clase y siendo perseguido, al parecer, y cómo no, para matarle. Para salvarle de esta persecución aparece Sienna Brooks, una doctora que, según iremos descubriendo, tiene mucho que ocultar.
Como telón de fondo sostiene la obra Dante y su Divina Comedia, y narra una especie de conspiración que, aparentemente y a pesar de que el tema de la persecución-ocultación de algo de otro personaje-descubrimiento de la verdad-redención comienza a hacerse en cierto modo predecible, plantea un dilema moral y social al lector: si somos perniciosos para la tierra o beneficiosos para nosotros mismos, si una masacre en masa para salvar o alargar el tiempo de los que queden estaría justificada y, en caso de ser así, qué es lo mejor, el silencio conspirativo o la abierta verdad.
Habrá, desde luego, a quien no parezca descabellada la idea.
Aun así debo reconocer que no es un libro que no es infumable y que en cierto momentos y en determinadas circunstancias entretiene. Sinceramente para mí se salva por las referencias constantes a la Comedia, obviamente centradas en el Infierno, que es el que da sentido a la novela y que se trata del punto de partida, metafóricamente hablando. Un punto —un poco pretencioso, pero un punto al fin y al cabo— para Brown es que concluye su Inferno de la misma forma que Dante concluye cada parte de su obra, con la palabra «estrellas».
Hay que concederle el éxito que ha supuesto, no solo por la campaña de publicidad tan salvaje que ha tenido, con aquello de los búnkeres y la confidencialidad y todo lo que se ha ido sabiendo con cuentagotas con el tiempo y que ya perdimos la cuenta de si es cierto o son elementos más que añadir a la mitología que circunda el libro, sino porque aunque me ha parecido un poquito machacón —concedédmelo, por favor— en el sentido de que si te has leído uno de Dan Brown te los has leído prácticamente todos, y a la inevitable coprotagonista que acompaña a Langdon en sus peripecias y lo que exponía anteriormente me remito. 
Para mí se pasa un buen rato leyéndolo porque no piensas, y no pensar es, a veces, mejor que cualquier redención. 

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