11 de diciembre de 2018

Bilbao-New York-Bilbao, Kirmen Uribe


Si el autoanálisis no me falla, aunque es posible que lo haga, creo que soy una persona bastante —demasiado— pasional. Amo y siento en exceso, no importa qué y no tengo control sobre ello, y, francamente, me importa poco.
¿A cuento de qué viene este pequeño momento de confesión? Pues a que estoy enamorada de Euskadi, de su gente, de su idioma, de su paisaje, de todo en general. Tengo la suerte de ir una vez al año y todas las personas con las que he ido me lo han dicho, la sonrisa que se me pone cuando la piso es distinta a todas las demás. 
Y por desgracia no es algo que todo el mundo entiende. Por este amor que le tengo a Euskadi he llegado al punto de intentar aprender euskera, y digo intentar porque es un proceso largo y complejo como podréis imaginar.
Evidentemente este amor se extiende a lo literario, y por eso hoy os traigo una novela de Kirmen Uribe
Es un librito muy curioso, ya no solo por el título, que según nos vamos adentrando en la novela descubrimos que tiene todo el sentido del mundo, sino por la forma en que está escrito. 
Liborio Uribe, después de saber que su muerte está cerca, quiere ver por última vez un cuadro de Aurelio Arteta; él ha sido toda su vida un hombre de mar y es frente a este cuadro que su nieto, Kirmen, nuestro autor, recopila y rastrea estas anécdotas de su abuelo con sus compañeros en el mar para acaso pincelar la historia de su familia en tres generaciones y escribir una novela. 
En el transcurso de un vuelo entre el aeropuerto de Bilbao y el JFK de Nueva York es donde se centra el nudo, donde las cartas, los correos electrónicos, las memorias y los diarios se combinan para culminar en esta historia buscada, en descubrir el pasado para comprender el presente y afrontar el futuro.
Me gusta esta técnica narrativa, lo reconozco.
Eso de coger de aquí y de allá, de mezclar novela con epístola, de hablar de la creación de un texto en él mismo, de ser, tal vez, el inicio de un collage literario aparentemente deshilado que acaba siendo el puzzle de tres generaciones es algo que me ha llegado. No sé si se la pueda catalogar de realista —lo cierto es que, después de mucho pensar, las etiquetas existen solo para complicarnos la vida en todos los sentidos— pero al recurrir a personajes reales creo que el asentamiento que logra es mucho más cercano que el que puede brindar un personaje poco definido psicológicamente y me explico. La vida hecha, por muchos tintes de fantasía que se le dé, tiene una base, unos cimientos que no se pueden cambiar —o sí, pero ya me entendéis— y que sirven para construir sobre ellos. Crear un personaje es muchísimo más difícil y siempre puedes olvidar algo que, aunque en apariencia innecesario, puede resultar indispensable para la resolución de la trama.
No es una novela al uso, pero quizá sea esa cualidad de inusual la que la hace merecedora de un puesto en el anaquel de cualquier biblioteca bien cultivada. 

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