Creo que, con la absoluta excepción de la enfermedad devastadora que consume sin piedad, no hay nada más doloroso que dejarlo todo, tu entorno, tu familia, tu vida en definitiva, obligado por una causa mayor, aunque sea para sacar adelante a los tuyos y comprobar que quienes hicieron antes lo mismo de forma discreta para que no se les detuviera y les mandaran de vuelta se olvidan de que ellos son su reflejo y que no vienen a destruir ni a amenazar, sino a conseguir un futuro. Y ya no digo un futuro mejor, lo dejo en futuro.
La desesperación que la incertidumbre conlleva, la lucha por la supervivencia, porque en ocasiones ni puede considerarse vida aquello, y el dolor de sentirse inútil o acaso inválido en una sociedad que se muere de hambre y necesita una escapatoria bajo mi criterio nunca ha sido mejor reflejada en esta pequeña pero durísima obra de teatro —que por desgracia tiene poco de teatro en estos días; parece que los patrones son cíclicos y que, como consecuencia, se repiten cada cierto tiempo, cada cierta crisis— de Lauro Olmo, un autor que descubrí cuando, en cierto modo, me fue impuesta por una asignatura. Y me sorprendió para bien.
Esta podría ser una familia cualquiera, en una ciudad cualquiera, pero en los sesenta le tocaba a España. El trabajo escaseaba y la gente necesitaba salir adelante.
El drama de la emigración estaba presente en casi todas las familias obreras, pues los afectos ni siquiera tenían que cocer y recocer las mondas de patata para hacer una suerte de sopa, y a través de personajes tipo —el cacique, la niña bonita, el borracho, el soñador fantástico que vende globos como metáfora de sus sueños, la mujer que tiene hacerse cargo de la familia y el hombre que se ve inútil en una sociedad aún machista— Olmo nos lo retrata con el elocuente nombre de La camisa. La única camisa que nuestro protagonista tiene en condiciones para que los patrones, guiándose por la buena impresión, le ofrezcan un puesto de trabajo que le permita a él y a su familia repartirse más de un tomate, y esa camisa está zurcida y remendada hasta la saciedad, como la vida del protagonista y de su entorno, con los pequeños tejemanejes a los que se veían abocados para continuar
La verdad es que es una obra de las que arañan el corazón precisamente por su dureza, y aun así está llena de una deliciosa ironía que adorna las vidas de quienes la protagonizan, mostrando temas tan volubles y nunca tan necesarios como el amor, la camaradería y la entrañable unión que surge en tiempos de miseria.
Lamento haberme puesto tan trágica pero creo que nunca deberíamos olvidar las cosas importantes, aquellas que siempre quedan postergadas por las urgentes, así como espero que me concedáis la licencia de poner esta portada tan seria y tan clara.
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