Si os digo que es una de las novelas románticas por excelencia de los últimos tiempos sé que no me equivoco y que sabréis que os hablo de la novela de Charlotte Brontë que pasó a la historia con el nombre de Jane Eyre.
Publicada en un principio con el subtítulo de «una autobiografía» es la propia Jane quien cuenta su historia desde que queda huérfana y pasa a vivir con sus tíos hasta la culminación de su historia amorosa con el señor Rochester.
Jane es una chiquita huérfana, anodina y gris como todas sus ropas de la adolescencia y adultez cuyos problemas comienzan desde el momento en que muere su tío Reed y su tía, que no la quiere y que la considera una deshonra porque el matrimonio de sus padres fue morganático, actúa como una madrastra cruel en la que ciega por el amor que profesa a sus hijos no ve que tras las contestaciones de Jane solo está la verdad y la lucha por sobrevivir.
Tras algunos incidentes con su primo, que parece decidido a hacerle la vida imposible, acaba yendo a parar al cruel orfanato de Lowood en el que, por suerte, confraterniza con alguna profesora y alguna compañera, pero en este estado de aparente y relativa normalidad para la vida de una huérfana en aquellos tiempos no solo aprende a desenvolverse y a demostrar que no es la niña mala y mentirosa que su tía quiso ilustrar ante el padre Brocklehurst, sino que convive con la pobreza —según el sacerdote la frivolidad aparente de las mujeres les impide llevar una existencia pía, sumisa y abnegada y el lujo solo conduce a la depravación, pero naturalmente esto solo ocurre en aquellas que no pueden permitírselo, puesto que sus hijas llevan las mejores galas y son unas pequeñas malcriadas— y sus principales males, la enfermedad y su consecuencia, la muerte.
Una vez se casa la señorita Temple, aquella profesora a la que ha adoptado en cierta manera como madre y guía, decide que ya no tiene nada más que hacer en Lowood y pone un anuncio que la lleva a ser la institutriz de la pupila de un noble, el señor Rochester.
Con el devenir de sus enseñanzas empezaremos a conocer el trasfondo de Jane, conoceremos a un tío que fue a buscarla poco antes de partir de la casa de la tía Reed, las intrigas de la casa Thornfield y, sobre todo, el amor, que en un principio rehuirá para encontrarse con algunos familiares y afrontar nuevas situaciones que pondrán a prueba lo que es y lo que ha aprendido.
A su manera y a la de su época Brontë, además del reflejo de ciertos aspectos de su propia existencia, comienza a dar pinceladas de lo que sería un revulsivo en la férrea sociedad victoriana. Comienzan a aparecer los conceptos de igualdad de clases, o por lo menos de mejora de aquellos que están oprimidos, y, sobre todo, los matices de un primitivo feminismo que iría asentándose y floreciendo progresivamente en el tiempo.
Es, en fin, el canto a una revolución que comienza desde dentro de uno mismo y que culmina con la idea de que el amor está por encima de todas las cosas y todo lo vence.
Lástima que la realidad en la mayoría de los casos no lo comprenda.
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